La onda y la sombra

Day 2,689, 15:18 Published in Argentina Serbia by Flavio Maxi

¡Un hombre al mar!
¡Qué importa! El navío no se detiene. El viento sopla y ese barco sombrío tiene una ruta que está obligado a seguir. Pasa adelante.
El hombre desaparece, luego reaparece, se hunde y vuelve a subir a la superficie, llama, tiende los brazos, no lo oyen; el navío, que se estremece bajo el huracán, está atento por completo a sus maniobras; los tripulantes y los pasajeros ni siquiera ven ya al hombre sumergido; su cabeza miserable no es más que un punto en la enormidad de las olas.
Lanza gritos desesperados en las profundidades. ¡Qué espectro esa vela que se aleja! La mira, la mira frenéticamente. La vela se aleja, palidece, se achica. Él estaba allí hace un momento, formaba parte de la tripulación, iba y venía por el puente con los otros, tenía su parte de respiración y de sol, estaba vivo. ¿Qué ha sucedido? Ha resbalado, ha caído y todo ha terminado.
Se halla en el agua monstruosa. Ya no tiene bajo los pies más que huida y derrumbamiento. Las olas desgarradas y despedazadas por el viento lo rodean horriblemente, los balanceos del abismo lo llevan, todos los harapos del agua se agitan alrededor de su cabeza, un populacho de olas le escupe, aberturas confusas lo devoran a medias; cada vez que se hunde entrevé precipicios llenos de tinieblas; espantosas vegetaciones desconocidas le asen, le anudan los pies, le atraen hacia ellas; siente que se convierte en abismo, que forma parte de la espuma; las olas se lo arrojan unas a otras, bebe amargura, el océano cobarde se ensaña en ahogarle, la enormidad juega con su agonía. Parecería que toda esa agua fuera odio.
Lucha, sin embargo, trata de defenderse, procura sostenerse, hace un esfuerzo, nada. Él, esa pobre fuerza en seguida agotada, lucha con lo inagotable.
¿Dónde está el navío? Allá lejos, apenas visible en las pálidas tinieblas del horizonte.
Las ráfagas soplan; todas las espumas le abruman. Levanta la vista y sólo ve las livideces de las nubes. Presencia, agonizando, la demencia inmensa del mar. Esa locura le ejecuta. Oye ruidos extraños para el hombre que parecen provenir de más allá de la tierra y de no se sabe qué exterior espantoso.
Hay pájaros en las nubes, así como hay ángeles encima de las angustias humanas, ¿pero qué pueden hacer por él? Vuelan, cantan y se ciernen, y él está en el estertor de la agonía.
Se siente sepultado a la vez por esos dos infinitos: el océano y el cielo; el uno es su tumba y el otro una mortaja.
Cae la noche,hace horas que nada, sus fuerzas se agotan; aquel buque, aquella cosa lejana en la que había hombres, ha desaparecido; se halla solo en el formidable abismo crepuscular, se hunde, se pone rígido, se retuerce, siente bajo él las oleadas monstruosas de lo invisible. Llama.
Ya no hay hombres. ¿Dónde está Dios?
Llama. ¡Alguien! Sigue llamando.
Nada en el horizonte. Nada en el firmamento.
Implora a la inmensidad, a la ola, al alga, al escollo. Son sordos. Suplica a la tempestad; la tempestad, imperturbable, sólo obedece a lo infinito.
A su alrededor la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tempestuoso e inconsciente, el arrugamiento indefinido de las aguas feroces. En él el horror y la fatiga. Bajo él la caída. Ningún punto de apoyo. Piensa en las aventuras tenebrosas del cadáver en la sombra ilimitada. El frío sin fondo le paraliza. Sus manos se crispan y se cierran, y asen la nada. ¡Vientos, nubes, torbellinos, ráfagas, estrellas inútiles! ¿Qué hacer? El desesperado se abandona, el cansancio le decide a morir, se deja hacer, se deja llevar, cesa de combatir y se hunde para siempre en las lúgubres profundidades del abismo.
¡Oh, marcha implacable de las sociedades humanas! ¡Cuántas pérdidas de hombres y de almas en el camino! ¡Océano en el que se sumerge todo lo que deja caer la ley! ¡Siniestra desaparición de todo auxilio! ¡Oh, muerte moral!
El mar es la inexorable noche social en la que la penalidad arroja a sus condenados. El mar es la inmensa miseria.
El alma, a la deriva en ese abismo, puede convertirse en un cadáver. ¿Quién la resucitará?



Victor Hugo --- "Los miserables"