Justicia veraniega

Day 2,442, 03:49 Published in Spain Spain by Debhon

Existen días en los que no te importaría matar a una o dos personas. Matar quizá no, porque no está bien visto y en el caso de que exista el infierno posiblemente no le haga mucha gracia al jefe que le mandes a un maldito hijo de puta con todas las de la ley. Hay que tener amigos hasta en el infierno y jodiéndole la vida a Lucifer mandándole un par de retrasados mentales a sus dominios no ayuda.


Todos sabemos que es normal que en esta época haga un calor de narices pero esto ya se está pasando de la raya. Cuarenta y dos grados no tiene ni puñetera gracia. Si estás en la oficina con tu aire acondicionado pues a lo mejor sí. Te asomas a la ventana y ves a la gente arrastrándose tras una mala sombra o entrando al Corte Inglés como si fuese un oasis en mitad del desierto. Los semáforos suelen ser más graciosos ya que no sé cómo cojones lo hacen pero únicamente hay una maldita sombra y es la que te da el propio semáforo. Iluso de ti te acercas a ella creyendo que te va a tapar del todo pero seamos serios: estás gordo. Tu espalda va a sentir el agradable cosquilleo de los rayos gamma, alfa, beta y todos los que se puedan nombrar taladrándola y haciendo que sudes como un cerdo.

Pero ese maldito día los astros se habían alineado y decidieron tomar una decisión de lo más cachonda: Vamos a joder el aire acondicionado de la oficina. No pasa nada, sólo tenemos unos cincuenta ordenadores vomitando torrentes de aire abrasador, cinco servidores compitiendo a ver cuál derrite antes al iluso que pase por delante y dos subnormales. Dos subnormales no, dos auténticos retrasados mentales. No se les podía ocurrir otra cosa que abrir las ventanas a las dos de la tarde cuando todo el mundo estaba comiendo. La jodida Legión de Satanás había entrado por esas ventanas y la temperatura rondaría los cuarenta y cinco grados si soplabas.

A duras penas conseguí llegar a mi sitio, cerrar mi ventana y derrumbarme en la silla tratando de buscar un rastro de aire fresco sin éxito. Con los ojos inyectados en sangre miré a los dos imbéciles que trataban de explicar por qué cojones habían abierto las ventanas a las dos de la tarde. Si hubiese tenido suficientes fuerzas habría agarrado la pantalla de mi ordenador y destrozado esas cabezas. Lo único que hacían era reírse por lo “gracioso” de la situación y decir que deberíamos dejar una ventana abierta para que hiciese corriente. ¡Corriente!. Correrlos a hostias es lo que deberíamos hacer. Este tipo de criaturas había que sacrificarlas por el bien de nuestra raza. Pero el resto de gente de la oficina secundó la moción y se dejó una ventana abierta a las tres de la tarde en el centro de Madrid en una oficina que ya por sí sola generaba calor. Gilipollas todos.

¿Conocéis esa sensación orgásmica cuando cae poco a poco la gota de sudor por la espalda deteniéndose de vez en cuando únicamente para regodearse y joder tu existencia? Exacto, esa gota de sudor que va como si nada recorriendo tu columna vertebral desde algún punto desconocido de los omoplatos hasta perderse en las profundidades de tu ser interior. Pues una maldita marabunta de gotitas bajaban en esos momentos por mi espalda mientras trataba de enfocar la vista en la pantalla del ordenador cuando un golpe seco se escuchó en la oficina acompañado de un leve temblor. Laura, una compañera, se había desplomado en el suelo. Casi cien kilos de carne humana en caída libre desde su silla hasta el suelo pasando de visita por la esquina de la mesa. Brecha en la cabeza, lágrimas de cocodrilo y un desagradable panorama de su trasero ya que se le había subido la falda con la caída.

Los dos retrasados soltaron la típica risita de colegiala en celo y arrojaron el comentario de “habrá sido un golpe de calor”. Tengo que reconocer que si no has leído este relato desde el principio puedas pensar que mi reacción fue desproporcionada. Coger una grapadora de oficina y estampársela en la frente al primero que se me cruzó dejándole la grapa entre ceja y ceja puede parecer una ida de cabeza en toda regla. Y partirle un diente al otro lanzándole la grapadora cual pitcher en una final de beisbol reconozco que fue un calentón, y nunca mejor dicho. Pero la satisfacción de verlos con esa cara de besugos tras morder el anzuelo arrastrándose incrédulos e indefensos no tenía precio.

Como recompensa mi jefe me dio una semana de permiso reglamentario y apertura de expediente para decidir si me largan de la empresa o no. ¿Valió la pena? Solo puedo decir que estoy en mi casa con una cerveza fresquita, en bañador y tirado en el sofá viendo la tele a lo Homer Simpson.

Y al fin puedo decir que tengo aire acondicionado.