Nosotros que viajamos tanto

Day 2,722, 22:10 Published in Chile Chile by Kalfu P L S

(A continuación les presento una serie de escritos cotidianos, cosas que salen de mi lápiz en momentos de ocio, de preferencia durante la pega :V el lenguaje es muy coloquial, así que por favor, no se sorprendan con la aparición de chilenismos y expresiones de uso cotidiano. Buena lectura!)


Los que viajamos día a día en un bus maloliente, desde un pueblo picante como el mío hacia alguna ciudad ratona en el culo del mundo con ínfulas de capital, sabemos cosas.

Todo comienza cuando te subes. Puedes ser un ateo de mierda, como yo, pero en ese momento rezas. Sí, huevón, vas a rezar por encontrar algún asiento al lado de la ventana del bus. Porque viajas todos los días, y en tu condición de estudiante/obrero/viajero, sabes cosas.
Sabes que si te pones en el pasillo y el bus se llena, vas a tener un trasero en la cara. En el mejor de los casos.
Porque en el peor, vas a tener un miembro, cual agente de la Nueva Mayoría o la Alianza, tratando de achuntarle a tu ojo.
También sabes que si te sientas junto al pasillo, la responsabilidad de ceder el asiento a algún viejo con cara de culo se incrementa en un 1000%. Ahora bien, si es una mina de esas lindas (que escasean en pueblos picantes, hay puras viejitas), tu te paras y las dejas sentarse. Si no, olvídate de joteártelas, al menos durante esta vida y el transcurso de las dos siguientes. Porque en estos pueblos chicos picantes y en esos buses malolientes todos se cachan.
Pueblo chico. No tienen idea del infierno que puede llegar a ser.

Paradero Pufudi-Cudico N#1, se sube una mujer hermosa al bus en el que voy. Rayos. ¿Les comenté que estos buses le paran a cada poste en el camino?

Cuando lograste acomodarte y quieres dormir/leer/escribir huevadas como esta en el bus, vuelves a rezar. Putas que es difícil ser ateo, por dios!

Y es que vives en un pueblo chico, y todos se cachan. Y no falta el conocido que no te termina de simpatizar y se sienta al lado tuyo con intenciones evidentes de armarte conversa. Tu querís dormir. Por eso rezas para que eso no suceda. Invocas a todas las fuerzas conocidas y por conocer que puedan meter mano en este valle de lágrimas, en este lugar de perdición, que puedan guiar los pasos de ese malquerido conocido hacia otro asiento. Porque viajas todos los días, y eso significa dos, tres, cuatro horas arriba del bus (ese maloliente, con capacidad 29 pasajeros sentados y sólo-dios-sabe-cuantos parados), y tu quieres cerrar los ojos y despertar imaginando que te tele-transportaste de una a tu destino.

La mina que subió en Pufudi-Cudico no deja de mirarme. Puede que me den ganas de pararme. Puede.

Para circunstancias así, el imperativo es llevar un buen par de audífonos, mientras más grandes mejor, y la mejor cara de huevón o la más convincente pose de bello durmiente.

Luego, llega uno de los momentos más tensos del emocionante viaje: el cobro. Tienes 25,5 centímetros de ancho para maniobrar, meter la mano en tu bolsillo, sacar una luca que te duele en el alma y pronunciar La Frase.

"Temuco, todos los días"
"Valdivia, estudiante"

Son fórmulas mágicas huevón. Otra forma de rezar casi, que te acredita como un pobre viajero cotidiano y que harán que, de la luca que pasaste, tres gambas vuelvan a tu bolsillo, sanas y salvas, para ser inmoladas en otro viaje o en la cucha pa los puchos que haré con mi huachita.

Puta, mientras escribía, cabeza gacha, la mina de Pufudi-Cudico se sentó en el lugar de algún otro Vivaldi.

En algún momento del viaje tocan las paradas. No los paraderos pa recoger minas de campo. No. Las paradas obligadas. Porque en las carreteras que circundan los pueblos picantes como el mío siempre, SIEMPRE, están arreglando algo. Entonces, como no, rezas.
La parada se alarga. 10. 15. 40 minutos. Chucha, voy a llegar atrasado. El jefe te reta. El profe te mira feo. Mi huachita me recrimina. Linda ella.

Y tu rezas. Rezas porque no hay huevá más penca que viajar parado, que la guagua vomitando en el bus, que el flaite con su rigatón a todo chancho. Porque sí, tu pueblo picante puede tener 10 habitantes, más tu perro y la vaca de tu vecina, pero siempre hay un flaite arriba del bus. Parece que los huevones vienen de regalo en los buses, cuando los dan de baja en Santiago (a.k.a. Chile) y los mandan a hacer recorridos interurbano en algún pueblo culiao del sur, porque claro, en Santiago contaminan y los dan de baja, pero acá en el sur como que las huevadas se vuelven ecológicas, así tal cual. Como que somos, por arte de magia (quizás gracias a algún huevón rezando), el pueblo donde las micros viejas dejan de escupir veneno y mutan en cuestiones de alta tecnología con la magia del sur y nuestros cada vez más escasos bosques.

Huaso resentido, me vas a decir.

Sí po'.

¿Por qué, al menos, no mandan en la micro vieja alguna peloláis rica como la María Belén Risopatrón ?