Batalla de Ayacucho

Day 2,891, 09:47 Published in Argentina Argentina by Gatito0987


La batalla de Ayacucho tiene lugar el 9 de Diciembre de 1924 en una llanura a 3.400 metros de altura en la pampa de Condorcunca. Rodeado por cordilleras, parecería haber sido la mano de Dios (o la Providencia, hubieran dicho San Martín y Bolívar) para definir la suerte de la América toda.
En los prolegómenos de esta batalla nos encontramos con las marchas y contramarchas posteriores a la batalla de Junín. Tras la victoria de Sucre en dicha batalla, sin embargo los realistas emprendieron una persecución al ejército patriota que duró todo el recorrido entre Junín y Ayacucho. El Mariscal demostró una tremenda maestría táctica para ir esquivando una por una las tentativas realistas de enfrentarse incluso con burlas incluidas del estilo de pasarles por delante.
En este punto es donde es necesario aclarar que los dos máximos Libertadores de América se habían retirado. El General Don José de San Martín, luego de liberar Perú, cedió el mando a Bolívar y emprendió un exilio que no terminaría jamás. Simón Bolívar, por su parte, debió volver a La Gran Colombia luego de la campaña peruana para solucionar problemas internos que se habían generado en su ausencia. Una vez más, como si la Providencia quisiera dar muestras claras de que la Independencia no pertenece a nadie, quedó en manos del Mariscal José Antonio Sucre, un jóven que contaba 29 años, la recta final de la Campaña Libertadora que como pinzas habían iniciado los dos Libertadores en los dos extremos del continente.
Volviendo al tema, finalmente, en esta pampa se decidió Sucre a dar pelea y esperar a los realistas. Entre un río y unas barrancas, los patriotas esperaron que asomaran en la altura de las cordilleras los realista. Se dice que era la caballería la más ansiosa por plantar batalla. Había algo real: no se podía posponer eternamente el enfrentamiento. El ejército llevaba cerca de tres meses en este ir y venir de pequeños combates. La tropa estaba no sólo exhausta sino que pobre y desvalida. Para graficar es bueno citar el pedido de Sucre unos meses antes solicitando “10.000 camisas por décimas partes, a medida que estén hechas; 6.000 pares de zapatos, 1.000 fornituras, 2.000 morriones según el modelo colombiano y 600 morrales”.
No sólo esta escasez de pertrechos en la luchas nos suena más que conocida como virtud a todos los latinoamericanos sino que vamos a extendernos en una anécdota que quizás sea interesante para graficar hasta qué punto lo que nos han hecho creer que es la “viveza criolla” del argentino o, incluso, del porteño es, en realidad, patrimonio de la nación latinoamericana que en Ayacucho selló su independencia.
En vísperas del 9 de diciembre, el ejército español comenzó a disparar su artillería y avanzar con algunas guerrillas para hostilizar a los patriotas previo al ataque final. ¿Cómo se anuló el ataque? El General Córdova en plena madrugada subió a la cordillera con una banda de músicos y un par de tiradores posesionándose muy cerca del campamento enemigo (dicen que Córdova era muy afecto a las bromas). Decidió entonces romper el silencio de la noche con una fanfarria de guerra y algunos tiros al aire. Los realistas suspendieron el avance de las guerrillas y formaron pensando que Sucre había decidido atacar en mitad de la noche violando las leyes caballerescas (como ellos mismos habían hecho en Cancha Rayada). Terminada la serenata, sin embargo, Córdova volvió al campamento a esperar el alba, habiendo desarticulado la avanzada enemiga.
Finalmente llegó el 9 de diciembre. Estaban apostados en la llanura 5.780 patriotas y 9.310 realistas. La diferencia numérica era abismal, los pertrechos también. Frente a la humildad de los uniformes patriotas, que presentaban pocos adornos (sólo los generales tenían algún adorno en oro o plata como cordeles y cosas así) , ninguna medalla (ni siquiera los generales) y prácticamente ningún color demasiado notorio; se oponían los uniformes realistas que abundaban en oro y plata distinguiendo grados, mechones y plumajes en los sombreros, colores variopintos entre los uniformes. A las 22 piezas de artillería del Ejército Realista se opondría una (sí, una) pieza del Ejército Unido Independentista.
En el campo estaban dos de los más tenaces generales realistas: El Virrey La Serna y el General Canterac, acompañados por fieros oficiales como Villalobos, Valdés y Monet. Olañeta, feroz luchador realista, estaba desde hacía un año enfrentado con La Serna y tenía su tropa propia en el Alto Perú. Esta guerra intestina fue uno de los datos determinantes para la derrota realista.
Del lado patriota el Mariscal Sucre era el jefe máximo (San Martín se exilió después de Guayaquil y Bolívar estaba en la Gran Colombia manteniendo el orden roto por algunas sublevaciones) y estaba acompañado por veteranos generales como Córdova, Miller, y La Mar.
Este es un dato interesante: poco antes de librar la batalla, el general Monet se entrevistó con Córdova para pedir permiso para que los familiares divididos por la guerra tuvieran un saludo previo a la batalla. Consultado Sucre no hubo inconvenientes y entonces en algún momento entre las 9 y las 10 de la mañana, ese territorio de Perú fue testigo de una imagen indudablemente movilizante: algunos hombres de cada uno de los ejércitos se separaron de sus columnas y se acercaron a lo que unas horas después sería el campo de batalla. Fue entonces cuando hermanos, primos, tíos, sobrinos, etc. De uniformes distintos se abrazaron y saludaron, se desearon suerte y volvieron cada uno a su lugar de combate. Sabían que podía ser la última vez que se vieran y que, Dios no lo permita, quizás les tocaría herir o dar muerte a su propia sangre.




Finalmente, mientras Sucre daba una de las últimas arengas (primero hizo una general y luego una por una arengó a todas las divisiones), los realistas lanzaron el ataque.
El ataque se inició por la izquierda patriota donde el General La Mar recibió el ataque de la infantería de Valdez. El sector derecho de Córdova, en cambio, fue a la ofensiva contra Villalobos a intentar capturar la artillería enemiga y destrozar a la infantería. En ese momento el realista Celis que estaba bajo las órdenes de Villalobos, en un arrebato de bravura, llevó su tropa al centro del campo para atacar el grueso patriota que aún no había entrado en combate. Sin embargo las tropas de Córdova lo alcanzaron y destrozaron, desordenando las filas enemigas y obligando a Monet a bajar del Condorcunca y entrar en batalla en ayuda de Villalobos. Sucre decidió que era hora de avanzar y ordenó a Córdova que cargue sobre el flanco izquierdo realista con sus cuatro batallones. Córdova entonces dio el grito que marcaría la jornada y sería repetido por los jefes patriotas: “¡¡Armas a discreción!! ¡¡PASO DE VENCEDORES!!”. Los soldados patriotas avanzaron como mandaron sus jefes, ebrios de coraje y sintiéndose invencibles. Avanzaron con tal vehemencia que se llevaron puesto todo el flanco hasta llegar al Condorcunca y herir a Monet. Tras tal acción, bajaron a remediar la fatiga y el patriota Lara relevó a sus compañeros para iniciar la persecución de los realistas de dicho flanco.
En el centro los Húsares de Colombia y los llaneros avanzaban sobre las tropas realistas y también llegaban al cerro. Pero aún faltaba. Valdés, que atacaba el flanco izquierdo patriota, estaba venciendo la resistencia peruana y ya se había internado entre las filas patriotas. Sucre entonces se decidió a dar la estocada final: envió a los batallones de Vargas, Vencedores de Boyacá, Granaderos de Junín y Granaderos de los Andes. Valdez, sin embargo, era un tenaz combatiente y aguantó la embestida de Vargas y los Vencedores. Así fue como entraron en acción, en la última el enfrentamiento que selló la batalla que determinaría el destino de América Latina, los Granaderos de los Andes, aquel cuerpo que creara San Martín por 1813 y cuyo bautismo de fuego fue San Lorenzo, desarticulando el último intento de ataque realista. La batalla estaba ganada. La Independencia de América Latina era ahora incuestionable.
Aún quedaba Olañeta en el Sur resistiendo pero no representaba una amenaza seria y en pocos meses se desarticuló. El tratado de capitulación de Ayacucho reconoce la Independencia de Perú, asegura la vuelta de los realistas a España (y la liberación del Virrey La Serna, hecho prisionero durante la batalla) y abre los brazos a quienes quieran sumarse a la causa patriota a quedarse en América Latina.
El hospital patriota acomodado en las inmediaciones atendió a amigos y enemigos por igual. En una hora y media o dos, 5.000 hombres con pocos pertrechos y mal vestidos habían llevado adelante la patriada (nunca mejor usada la palabra) de aplastar a un ejército de 9.000 realistas, bien equipados y armados y sellaron la Independencia de la América toda.