Memorias de una Calabaza (I) - Revivir

Day 2,563, 08:05 Published in Spain Spain by johnnhy



Memorias de una Calabaza | Prólogo



MEMORIAS DE UNA CALABAZA (I): REVIVIR


Aún puedo recordar el dolor, no de perder la cabeza, sino de vivir sin ella. Tras caer en mi duelo con aquella llama, fui llevado de vuelta al barco junto a los cuerpos inertes de los que habían dado su vida en la arena para que unos pocos aventureros pudieran regresar vivos a casa. Y una vez allí, tal y como ordenó el mago, nos lanzaron a todos por la borda, como si eso realmente fuera un bonito ritual, ser comido por los peces.

Nada más ser arrojado a las profundidades no tan profundas del mar, mi cabeza se hundió para perderse eternamente en la oscuridad. Pero mi cuerpo quiso flotar, y flotó durante varios días, los cuales sin cabeza no pude contar con certeza, hasta llegar a la orilla de alguna isla. Mejor que el infierno del que venía.

Mi único deseo era reunirme con mi hamada Lola la camionera, quien había pasado a mejor vida recientemente. Y, para variar, mis deseo no se cumplió. Sentí como algo arrastraba mi cuerpo, quizás un lobo o cualquier tipo de animal con unos colmillos largos y afilados que se clavaron alrededor de mi tobillo.


Es duro no tener boca con la que gritar ni ojos con los que llorar, y que todo el sufrimiento se acumule en tu interior matándote pero sin morir. Ingenuo de mí pensé que el final estaba cerca cuando por fin me soltó.

Fue entonces cuando sentí el tacto de unas manos. Unas manos suaves que, delicadamente, apoyaron mi espalda contra el tronco de un árbol para después curarme la pierna. Algo muy poco inteligente, curar el tobillo de un cuerpo inerte sin cabeza. ¿Acaso morir era tan difícil?

Tardó un rato en vendarme la herida, y cuando por fin estaba más calmado, dejé de sentir su tacto, dejé de sentir su presencia, y me sentí más solo que nunca, helándome contra el húmedo suelo en aquella noche infinita. Lo próximo que sentí fue un líquido hirviendo sobre la carne viva de mi cuello, donde posteriormente puso algo muy pesado. Después de estar congelándome ahora sentía como se me quemaba el cuello y los hombros, y volví a intentar gritar, y llorar, y expulsar todo aquel malestar que me invadía por dentro.

Y lo logré. Chillé de tal manera que me asusté hasta a mí mismo. Podía gritar, podía escuchar de nuevo, podía llorar. Abrí los ojos y vi fuego en las pupilas de aquella mujer que me había salvado.


—La calabaza empezará a descomponerse al mes o a los dos meses si no la cuidas bien.

—¿Cómo? ¿Qué calabaza?

Asustado comprobé con mis manos qué era aquello tan pesado que reposaba sobre mis hombros, y nada más tocarlo, nada más sentir la rugosa piel de lo que parecía ser una calabaza, me estremecí con el grito de aquella mujer.

—¡No! ¡No la toques! Tienes que esperar un tiempo para que la unión sea perfecta y definitiva.

Si mis ojos no me engañaban, pues a ver quien se fía de los ojos de una calabaza, aquella muchacha llevaba dos ensaimadas cubriéndole las orejas. Sería la moda en aquella isla. Quise moverme, incorporarme para estirar un poco las piernas, pero enseguida noté un pinchazo horrible de dolor allí donde me había mordido aquel animal.

—¿Qué me ha atacado? —quise saber.

—Nada, era sólo un gato.

—Pues debía ser un gato muy grande para tener esos colmillos.

—Deberías descansar un poco —. Rebuscó en la mochila que llevaba consigo y sacó un frasco con un líquido naranja viscoso—. Toma un poco, te ayudará a entrar en calor.

—¿Qué es eso?

—Zumo de calabaza.

El primer trago se lo escupí por encima a la pobre mujer con ensaimadas que me había salvado. ¿Cómo podía saber tan mal una calabaza? Al menos podía estar tranquilo con mi nueva cabeza, seguramente nadie por muy hambriento que estuviera querría comérsela. Toda una ventaja evolutiva.


Quizás realmente no era más que un gato inofensivo con dientes afilados.

Cuando volvía a abrir los ojos la oscuridad iba desapareciendo, por fin empezaba a salir el sol. Mi cuerpo seguía doliéndome, pero lo verdaderamente insoportable era el dolor de calabaza que sentía. Era como si algo me estuviera haciendo presión por dentro, como si fuese a explotar en cualquier momento, y cuando no podía sentirme peor, vomité sobre mí mismo un líquido idéntico al que me había hecho beber durante la noche.

Aquella misteriosa mujer se despertó y vino corriendo con un frasco vacío, no para ayudarme, sino para llenar el frasco con el líquido que ahora reposaba en mi pecho y que llegaba hasta mis pantalones. No pude evitar preguntarme si realmente usaría ese líquido para dárselo de beber a otra persona, otra persona como yo. Casi volví a vomitar.

—¿Aún no sabes quien soy, verdad? —dijo sonriendo —. Parece que tu nueva calabaza aún no te funciona del todo bien, ¿eh?

—¿Eres Lola?

—¡No! Esfuérzate más, muchacho.

—¿Evvyta?

—Bueno, al menos te has acercado un poco más.

Golpeó con sus nudillos mi calabaza, como si no me doliera suficiente ya, y esta vez sí, no pude reprimir las ganas de vomitar y volví a echar por segunda vez aquella mañana aquel asqueroso líquido que se apresuró a recoger mi salvadora.

—¡Lo estás dejando todo perdido! A ver, ¿tienes la calabaza hueca o qué? ¿es que no me reconoces?

—¡Lisud!

—¡Bravo!

Antes de que pudiera sorprenderme por haber acertado, de que pudiera preguntarme qué hacía ella en una isla remota perdida por aquel mar de más allá de muy lejos, escuchamos un rugidos, nada parecido al maullar de un gato, y ambos nos pusimos en pie enseguida.

—Parece que el gato viene de vuelta —. Me sonrió como si eso fuera gracioso—. Yo que tú, correría.

El gato volvió a rugir y esta vez sonó mucho más cerca. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y enseguida caí en que yo no podía correr.

—¿Y mi tobillo?

—Si no puedes correr, vuela.

Y de entre los arbustos apareció el dulce y lindo gatito.


No se parecía mucho a mi concepto de gato