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El Mundial de Balonmano es la punta de lanza desde el punto de vista estratégico que traza la política de Estado en Qatar como imagen hacia el mundo.

El segundo mayor productor de gas natural del planeta, luego de Rusia, cuenta con motivos de sobra como para imponerse a gran escala en la consideración global. Su economía lo encuentra en una fase de crecimiento pleno, con base en la construcción de obras con gestión pública y privada. El deporte, en tanto, representa su vehículo de difusión hacia el mundo.

Como elección, no está nada mal: la televisación de los grandes acontecimientos deportivos ya empieza a contar con este suelo qatarí como referencia. A principios de enero, el reciente Abierto de Doha, que ganó el tenista español David Ferrer; ahora, el handball; en 2019, la gran cita ecuménica del atletismo y en 2022, el plato fuerte: la Copa del Mundo de fútbol.

Qatar apuntaba alto hacia un sueño que - por el momento - quedó trunco: la organización de los juegos olímpicos 2020, cuya sede será Tokio. Los qataríes supieron de antemano que no les resultaría fácil crecer en la consideración general cuando uno de sus vecinos, el jeque kuwaití Ahmed Al-Sabah, de una importante influencia en el Comité Olímpico Internacional, apoyó la designación de la capital japonesa durante la sesión del COI que se realizara en Buenos Aires, durante 2013.