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Octienne escribió
[Christmas] Concurso de Relatos / Tales Contest

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V+E+S

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Una navidad en el Hotel del Mar

Por el año 2012 me presente en el Hotel del Mar en busca de un trabajo de verano.

Funcionaba de mediados de enero a mediados de marzo y tenía el aspecto de esos hoteles sindicales de la epoca de Peron y menos comodidades que los que habitualmente se encuentran en la Avenida de Mayo. Sin tv, ni aire acondicionado, estacionamiento cerrado pero no cubierto y caja de seguridad en el despacho de dirección. Un predio de casi un cuarto de manzana y 120 camas repartidas en 35 o 40 habitaciones. Muy pocas estaban amodozadas con piso cerámico, el general era calcáreo. Una escalera central al primer piso digna de película, color té con leche a donde la vista se dirigiese y cuadritos con reproducciones de obras ignotas sin vidrio adornaban todo centro de pared. Los pocos bidets existentes se obturaban con restos de arena cada dos por tres.

La dueña era una regordeta de pasada mediana edad secundada por su hija treintañera en todo momento. Comprendí más tarde que compartían incluso la totalidad de los hábitos y su particular ritmo vital. Ambas sentían hambre, sueño, enojo, gratitud, alegría en forma simultánea. La joven, a confesión propia había sufrido un accidente cerebral de niña. Un golpe o un tumor pequeño, no recuerdo bien. Cuestión que tras un periodo en coma y una operacion ambas desarrollaron el particular vinculo.

Ingrese como conserje. Quizás a mi favor jugase ser el único del personal con reflejos despiertos y secundario completo. Una posición de privilegio muy por encima de los peones de cocina y las mucamas. Cobraba los check out que duraban uno o dos días, de estadías más largas se ocupaba la señora en persona.
Esa, mi primera navidad en un trabajo, el comedor central se había acicalado a pleno. Se destinaron a las mesas la vajilla de repuesto que por desuso no tenia arañazos ni manchas. Se lavaron las copas con una mezcla de agua y vinagre y se dispusieron manteles blancos planchados casi antes del despliegue. Los centros de mesa de flores secas se mudaron por ramilletes de frescas y todo el personal tenía precisas instrucciones para operar en la sala.

Los pasajeros que optaban por cenar ahí eran como desclasados. No tenían familia en la zona. Hacían un alto en su cotidiana indiferencia del desayuno para sentirse acompañados.

Creo recordar, porque entreveía la escena desde el hall central por la doble puerta entreabierta que fue un suceso. Brindis, arrumacos, saludos y choques de copas los hacía parecer como conocidos entre sí.

Al final de la noche y cuando el restaurant cobro la mortecina calma habitual la hija me chistó. Me llamo por mi nombre invitandome una copa con los mozos de cocina. Una celebración privada donde el centro mismo de la sala nos reunía a todas las jerarquías despiertas en esa hora. Las doce habían sido hacia rato, comulgamos igual deseandonos buenos augurios.

Cuando la dueña desapareció del lugar advirtiendo el horario de inicio de tareas respiramos con discreto alivio por consideración a Julia, la hija. Podíamos terminar las botellas abiertas.

Uno de los mozos de cocina insistía con chistes soeces a pesar de todo intento de sofreno por parte de la planchadora. Julia se acerca a mi y en voz baja dice: una vez vi un hombre desnudo, cuando alcance a una habitación un sobre llegado por comisión.

Me quede quieto, turbado pero manteniendo la sonrisa. Que podía hacer yo con tamaña confesión? Que insinuaba ese dato? Que pretendía la joven?
El mozo de cocina estaba declaradamente borracho. Salio vacilando hacia el pasillo que comunicaba al fogón.

Me despedí del grupo arguyendo que la madrugada no estaba lejos. Atravesé el hotel y casi ni llegue a la pieza del fondo cuando oí los gritos. Corrí para volver al centro. Nadie en el salon. Seguí a la cocina y ahí, en el piso el mozo con un cuchillo abriendo un costado. La ronda de peones y empleadas tartamudeaban y mas alla Julia, sosteniéndose la camisa y aun así con los senos descubiertos estupefacta. Dura como algo muerto. Rígida. Miraba al piso, al cuerpo, a la entrepierna del desgraciado obrero que estaba desnuda.

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A Christmas at the Hotel del Mar

For the year 2012, I went to the Hotel del Mar in search of a summer job.

It ran from mid-January to mid-March and looked like those union hotels of the Peron era and less comfort than those usually found on Avenida de Mayo. No TV, no air conditioning, closed but not covered parking and safe in the office of management. A property of almost a quarter of an apple and 120 beds spread over 35 or 40 rooms. Very few were belted with ceramic floor, the general was calcareous. A central stairway to the first floor worthy of film, tea color with milk where the view was directed and small squares with reproductions of unknown works without glass adorned all center of wall. The few existing bidets were sealed with sand remnants every two times.

The owner was a plump middle-aged woman seconded by her thirty-something daughter at all times. I understood later that they shared even all the habits and their particular vital rhythm. Both felt hunger, sleep, anger, gratitude, joy simultaneously. The young woman, in her own confession, had suffered a brain accident as a child. A blow or a small tumor, I do not remember well. Question that after a period in coma and an operation both developed the particular link.

Enter as a concierge. Perhaps in my favor I played the only one of the staff with full reflexes and secondary reflexes. A privileged position far above the kitchen workers and the maids. I charged the check-outs that lasted one or two days, longer stays were occupied by the lady herself.
That, my first Christmas in a job, the central dining room had been fully groomed. Spare tableware was allocated to the tables, which due to lack of use had no scratches or stains. The cups were washed with a mixture of water and vinegar and white cloths were placed ironed almost before deployment. The centerpieces of dried flowers were moved by fresh bouquets and all the staff had precise instructions to operate in the room.

The passengers who chose to dine there were like declassed. They had no family in the area. They stopped in their daily indifference to breakfast to feel accompanied.

I think I remember, because I glimpsed the scene from the central hall through the half-open double door that was an event. Toast, cuddles, greetings and cocktail crashes made them seem like acquaintances to each other.

At the end of the night and when the restaurant charged the usual dull calm the daughter joked with me. My name is called inviting me a drink with the waiters. A private celebration where the very center of the room met all the hierarchies awake at that hour. The twelve o'clock had been a while, we received communion just as we desired good omens.

When the owner disappeared from the place noticing the schedule of homework we breathed with discreet relief for consideration of Julia, the daughter. We could finish the bottles open.

One of the kitchen servants insisted with profane jokes in spite of all attempts of sofreno on the part of the ironer. Julia approaches me and quietly says: once I saw a naked man, when he reached a room an envelope arrived on commission.

I stayed still, disturbed but keeping the smile. What could I do with such a confession? What insinuated that data? What did the young woman want?
The kitchen boy was avowedly drunk. He left hesitantly to the corridor that led to the stove.

I said goodbye to the group arguing that the dawn was not far. I crossed the hotel and almost did not reach the back room when I heard the screams. I ran to go back to the center. Nobody in the room. I followed the kitchen and there, on the floor the waiter with a knife opening one side. The round of pawns and employees stuttered and beyond Julia, holding her shirt and still with her naked breasts stupefied. It lasts like something dead. Rigid I looked at the floor, at the body, at the crotch of the unfortunate worker who was naked.