La búsqueda

Day 2,531, 14:43 Published in Spain Chile by Dark Elmo








La lluvia caía con fuerza esa tarde, como si alguien hubiera abierto las compuertas del cielo. Sentado en mi despacho, escuchaba absorto el ruido continuo de las gotas golpeando en la ventana, esperando algo que cambiara la rutina de ese día. Y como los dioses son crueles y les gusta divertirse a costa de los pobres mortales, eso mismo ocurrió.


La puerta se abrió de un golpe seco y una mole entró resoplando mientras llenaba de agua el suelo. El bicho tenía más de dos metros de alto y otros tantos de ancho. La visión de su rostro habría ahorrado a Darwin todo el viaje en el Beagle, pues no había mejor demostración de nuestro parentesco con los simios. Aquel tipo incluso podría ser no un hombre sino más bien un gorila algo más civilizado de lo normal, viendo su vestimenta. Entonces reparé que llevaba en su mano derecha un paraguas todo mojado. Sonreí con el gesto que pongo cuando me las doy de listo y dije en voz alta: Pase, señor Presidente.


El simio se apartó a un lado y allí estaba el presidente de eEspaña en persona. Un traje negro sin ningún diseño significativo, un sombrero que ocultaba parte de su rostro y una ausencia total de su emblema del cuervo. Estaba claro que venía de incógnito. O todo lo que se puede ir de incógnito cuando tienes un guardaespaldas de tamaño de una pequeña casa que te va tapando de la lluvia, claro.


El Gobierno tiene un trabajo para ti, soltó con su voz más presidencial. Quizás esperaba que resultara algo chocante o imperioso o yo sé que, pero era el sexto trabajo en el año que hacía para ellos y aunque nunca hubiera venido antes el presi en persona, no me resultaba especialmente impresionante.
Asentí con la cabeza sin decir palabra. Ser silencioso suele crear una imagen de tipo profesional, serio en el trabajo… Una idea totalmente infundada, por supuesto, pero que la gente de mi profesión usa con total impunidad y sin ningún cargo de conciencia para cobrar más a los pardillos. No hay que destrozar los autoengaños de la gente a menos que sea absolutamente necesario.


Me puso una foto sobre la mesa y me miró a los ojos, buscando una nueva oportunidad de desplegar su poderío, el pobre iluso. Me fijé en la foto y con un gesto interrogatorio le pregunté: A él? En serio? Creía que había abandonado el país…
Y lo hizo, susurró. Pero hace unos meses cruzó la frontera de nuevo. El Intelserv cree que un miembro del Congreso le ayudó a conseguir papeles falsos. Incluso que ese congresista pudo haber cobrado miles de esp por sus “servicios”.
Bueno, pensé, si el Servicio de Inteligencia cree eso es altamente probable que no haya ocurrido ni remotamente parecido. No eran los tipos más listos del país, ni de este ni de ningún otro en este planeta.


Encuéntralo. Necesitamos saber que está trameando, intentó ordenar con su voz más profunda, mientras se daba la vuelta.





En cuanto se marcharon, abrí mi ordenador. Hace años que he hackeado el sistema del Servicio de Inteligencia. Pueden que sean unos idiotas pero tienen la mayor compilación de información que se puede encontrar en este país. Entré en el expediente en cuestión y me puse a leer con cierto interés. Toda la historia sonaba rocambolesca y en cuanto ví quien era el congresista en cuestión cierta idea se me vino a la cabeza. Descargué la dirección en el flap y salí del despacho algo apurado. Si lo hacía bien, podría terminar todo el asunto en apenas unas horas.


Monté en mi destartalado aeroauto e inserté el flap en la ranura suavemente. El direccionador había dado problemas ultimamente y nunca me acordaba de llevarlo a arreglar. Se puso en movimiento con un chirrido y eché un vistazo a la pantalla por si el direccionador había leído bien. Estos viejos modelos solían equivocarse cada dos por tres. Esta vez estaba todo correcto. Encendí la radionet, siempre en el canal de música clásica. Por alguna extraña razón me gustaban aquellas viejas canciones, de antes de nacer yo incluso. Sus letras eran extrañas y no parecían tener sentido, pero eran hipnóticas.

“Dejarse llevar, suena demasiado bien
Jugar al azar
Nunca saber donde puedes terminar o empezar”



Llamé a la puerta y el propio congresista apareció en la holopantalla para ver quien llamaba. Me deja entrar? Tenemos que hablar de su desliz, pregunté sonriendo. El zumbido eléctrico que anunciaba la apertura de la puerta sonó a los pocos segundos. Él también sabía perfectamente quien era yo.
Me dio paso a la sala de estar y se fue a preparar unos cafés. Me puse a mirar los libros que tenía en librería. Auténticos clásicos que valen una pasta y que sólo un bolsillo acaudalado podría comprar. En medio, una foto del congresista con su marido, el ministro, en París. El congresista llegó con las tazas y nos sentamos.


La historia era más o menos lo que sospechaba. El congresista había entrado en contacto vía la Red con un chico extranjero. Lo que había empezado como una simple amistad terminó siendo algo más, la posibilidad de una relación física. Le ayudó a entrar en el país sin saber quien era en realidad. Cuando todo se descubrió prefirió mentir y quedar como un corrupto que arriesgar su matrimonio por un calentón. Se le veía realmente arrepentido y se le podría tener hasta compasión si no fuera porque eran bien conocidas sus numerosas infidelidades. Después de darle mi palabra de que no contaría nada, me dio la dirección que buscaba.


Diez minutos más tarde me encontraba frente a la gigantesca torre donde se ocultaba mi presa. Era un rascacielos enorme que había sido un centro de negocios hace 70 años pero ahora era el hogar de delicuentes, drogadictos y para cualquiera que quisiera un perfil bajo. La Agencia de Protección no entraba nunca ahí, con lo que era el sitio perfecto para cualquier negocio ilegal o para ocultarse de la ley.


El trayecto en el ascensor hasta el piso 456 se me hizo eterno. Me hizo recordar mi infancia en ese mismo edificio, recuerdos desagradables que prefería no volver a tener. Una infancia ni feliz ni triste, simplemente mediocre.


Llegué ante la puerta y llamé al timbre. Tres veces, nadie contestó. Saqué la ganzúa eléctrica y descodifiqué el código de apertura de la puerta. Entré en el piso, los muebles tenían una capa fina de polvo. En la habitación del fondo se veía la iluminación de una pantalla y hacia allí me dirigí. Frente a la pantalla encendida, sentado en un silla, había un cadáver. Era él. Llevaba su característica máscara verde y amarilla, pero era él. Parecía una muerte natural, no había heridas ni nada sospechoso que indicara un asesinato. Parecía claro que se había dejado morir. Quizás ocurrió por su pérdida de popularidad tras el pucherazo, quizás no pudo superar su retorno al anonimato. O quizás había trasladado su conciencia a un nuevo cuerpo para volver a empezar. Por desgracia, el renacimiento no dejaba pruebas físicas. Fuera lo que fuera, no me importaba. Había cumplido mi trabajo, el resto era ruido.