El saxofonista en el tejado...

Day 2,476, 03:28 Published in Spain United Kingdom by Lillian Ravenscourt

Los nervios me consumían, la espera era casi tan insoportable como el hecho de estar esperando a un casi desconocido. Apenas sabía nada de él, tan solo aquellos rasgos físicos que me volvían loca y aquella pasión por ese instrumento de viento, que hacía que el que lo tocara, adquiriera un atractivo salvaje y animal. Me imaginaba sus labios pegados a la lengüeta del instrumento, como su lengua humedecía sus labios para volver a colocarse sobre el saxo. Notaba como mi deseo crecía en mi como un caballo desbocado, por eso, el día que surgió la posibilidad de verle por fin, no me lo pensé dos veces, acepté sin más, sin titubear, sin dejar escapar ni un segundo.

Había sido tan escurridizo, tan difícil de conocer y tan sumamente oculto, que muchas veces pensé en renunciar, pero siempre he sido una mujer perseverante y de las que raras veces acepta un no por respuesta. Cuanto más pasaba el tiempo, más notaba que le deseaba de una manera irracional y salvaje, como si fuera ese aire que llena mis pulmones y oxigena mi sangre. Fantaseaba con él a solas en mi habitación, cuando la oscuridad se cernía sobre mi, mi cuerpo lo reclamaba entre convulsiones y retorciéndose de placer. Y allí estaba, en esa ciudad, en esa plaza, en ese banco con mi camiseta negra de tirantes, mis pantalones negros anchos y mi bolso lleno de calaveras. Con la mayor parte de mis tatuajes visibles, me había acostumbrado a que el tatuaje que me rodeaba uno de mis pechos y me iba hasta media espalda, reclamara las atenciones de la gente, pero ya ni siquiera me daba cuenta de esas miradas, hacía demasiado tiempo que ese tatuaje estaba conmigo.

Solo una mirada me caló, la noté siguiendo cada linea retorcida del tatuaje, primero por los kanjis de mi espalda, subiendo por aquella ramificación que le llevaba a mi trapecio superior y bajaba por mi deltoides hasta el brazo. Noté como subía por mi brazo y pasaba a mi clavícula, se detuvo unos segundos ahí que me parecieron eternos, para después dejarse caer por las intrincadas lineas que se perdían en mi escote, fue como si su lengua y su dedo hubieran dibujado el tatuaje de nuevo. No se como consiguió descubrir ese punto que detonaba mi lado primitivo y sexual, pero ahí estaba y entonces, lo supe, supe que era él. Su pelo de fuero, sus ojos castaños, su complexión, todo empezó a encajar. Mi respiración estaba agitada a causa de los nervios y del incendio que había en mi interior. Me tendió la mano y tiró de mi, sin una palabra me guió por las calles de aquella ciudad, hasta llegar a un edificio. Sacó las llaves y abrió la puerta, me dio un suave empujón y pasamos. El ascensor tardó poco en aparecer, pulsó el número de la planta y cuando se puso en marcha, me acorraló entre sus brazos. Lo notaba próximo a mi, su respiración, su olor, su tacto casi rozándome, creía que iba a perder el control de un momento a otro y entonces, el ascensor se paró y el se separó de mi para abrir la puerta y dejarme pasar. Aquel juego enfermizo estaba volviéndome loca.

Apenas pude ver nada de aquel piso en el que entramos y ya lo tenía sobre mi, su lengua invadiendo mi boca y conquistándola. Sus manos hábiles recorriendo mi cuerpo de un modo tan hábil, cada fibra de mi ser respondía a aquellas caricias haciendo que perdiera la razón. Notaba como ardía, el dulce fuego del deseo nacer desde la punta de mis pies y subir en grandes oleadas por mi cuerpo, aquel cosquilleo agradable instalado en mi bajo vientre, ya está, ya era suya completamente. Dibujo una sonrisa sardónica en sus labios, porque lo había comprendido, había comprendido que ya me tenía y dio rienda suelta a su necesidad. Sus manos despojaron su cuerpo de mi ropa y sin mediar palabra sus dedos se colaron en mi, reclamado aquel terreno como suyo.

Tiró de mi suavemente hasta llegar a una habitación y me lanzó suavemente sobre la cama. Se desnudó y quedó imponente delante de mi, yo no era la única, él me pertenecía a mi como yo a él. El juego había comenzado. Lo sentí por dentro y fuera mi, en un baile enloquecido, en el que la respiración agitada y los gemidos eran la música que lo acompañaba todo. Marqué su espalda con mis uñas y el respondía con gruñidos y con movimientos veloces. El tiempo se detuvo para ambos, porque solo importábamos los dos, los moradores de las sábanas. Ambos estallamos entre respiraciones entrecortadas y el tiempo nos golpeó otra vez reactivándose. Me envolvió en sus brazos y acercó sus labios a mi oido.

Me alegro de conocerte, princesa...

Y el sueño nos atrapó a ambos...