EL PLAN MAITLAND (Una forma discreta de llorar en silencio)

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EL PLAN MAITLAND. LA AVANZADA BRITANICA CON SUS AGENTES, PARA LA INDEPENDENCIA DE LA AMERICA ESPAÑOLA.
Gentileza de Unidos x Perón

Aparece un Plan Estratégico que suena conocido
En la acción táctica de cruzar la Cordillera de los Andes, como parte de la campaña que va de 1817 a 1821, el General José de San Martín puso en marcha, al llevarlo a la práctica, un plan estratégico que guarda sorprendentes analogías con otro que fuera concebido en Inglaterra, y presentado a consideración de Su Graciosa Majestad a principios de 1801. Aunque personalmente me inclino a pensar, por algunas evidencias, que el año exacto de su compendio, redacción y revisión pudo estar comprendido entre mediados de 1799 y febrero de 1801.
Este Plan Estratégico inglés habría sido concebido y escrito por el Mayor General Sir Thomas Maitland (1759-1824), y entregado a Henry Dundas (desde 1804 Primer Lord del Almirantazgo como Lord Melville), que entonces se desempeñaba como Secretario de Guerra en el primer gobierno de William Pitt (hasta 1801), llamado El Joven (1759 – 1806), durante el reinado de Jorge III (de 1760 a 1820), Rey de Gran Bretaña e Irlanda. Con anterioridad había sido secretario de su padre, Pitt (1708-177😎, El Viejo (Lord Chatham), quien fuera Primer Ministro de los reyes Jorge II y Jorge III.

El hallazgo del Plan Maitland como documento
“Yo tuve la suerte –dice el doctor Rodolfo H. Terragno-, de encontrar una copia original del Plan Maitland en Edimburgo, a principios de 1981, mientras realizaba una investigación en archivos escoceses. El objetivo de esa investigación era obtener datos sobre James Duff, Cuarto Conde de Fife, y otros posibles contactos de San Martín” (R. H. Terragno, Las fuentes secretas del Plan Libertador de San Martín, publicado en la Revista Todo es Historia, Nro. 231, Buenos Aires, agosto de 1986).
El hallazgo de Terragno consistió en 47 hojas manuscritas por el propio Maitland, sin fecha ni destino, así como ninguna indicación de que tal documento fuera presentado ante el gobierno británico. Algún empleado del museo, al organizar los papeles de Maitland, habría registrado el documento bajo el título de Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito.
Más adelante dice este historiador, que “en la traducción del Plan Maitland, escrito en inglés de hace casi dos siglos, he procurado ser lo más literal posible, absteniéndome de toda modernización o simplificación de estilo.” Pues bien: así lo haré también. Lo delicado de este asunto así lo exige, a fin de que nadie sospeche que detrás de mí hay una mala intención respecto de este benemérito de la Patria.
“Muchos oficiales escoceses estuvieron envueltos durante el Siglo XIX –sigue Terragno en su exposición- en planes para atacar a España o ayudar a las colonias en sus luchas por la independencia.” Sin desmerecer ni criticar a nadie, creo firmemente que lo dicho por el doctor Terragno es el exoesqueleto de lo que dijeron querían hacer los ingleses y su pléyade de amigos con la América Española; y el endoesqueleto resultó ser que, en realidad, se la querían merendar (“dominación indirecta” como la llamó Castlereagh, Ministro de Guerra, en septiembre de 1807), tal cual ocurrió finalmente de 1826 (empréstito con la Baring Brothers del que se recibió 1/4 del total -1/8 en metálico y 1/8 en papeles negociables-, y se pagó cuatro veces en efectivo, finalizando en 1905), hasta el 2007 con el establecimiento del Nuevo Virreinato del Río de la Plata desde 1955, con Islas Malvinas incluidas (1833 y 1982) que, procezoica y deliberadamente, se perdieron, a mi leal entender, para siempre.
Preocupado el entonces presidente de los EE. UU (de 1821 a 1825), James Monroe (1758-1831), por las rápidas acciones lanzadas por el Ministro de Asuntos Exteriores (1823) de Inglaterra, George Canning (1771-1827) sobre los despojos del antiguo Imperio Español, reconoció también a las jóvenes repúblicas americanas como habían hecho los ingleses, y proclamó la famosa Doctrina Monroe (1823), que en extrema síntesis dice: América (del Norte) e Hispanoamérica (Africa Blanca) para los Americanos (los EE.UU.); y Europa y África (Negra) para Inglaterra. Es decir: pide subrepticiamente que se respete lo acordado y proclamado después de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) y el fin del Imperio de los Cien Días. Monroe no practicaba el arte declamatorio; era un viejo expansionista: en 1803 fue el motor de la compra de Luisiana y poco después de la compra de la Florida (181😎.
Y así, por decreto, sin que suene un tiro, incorporó hasta la fecha a Hispanoamérica (Africa Blanca) al patrimonio de la Gran Nación de Norte. Tampoco por esto hubo rebuzno alguno. No por allende ni por aquende los mares y tierras. Menos aquí, que teníamos la inconmensurable suerte de contar con Rivadavia al frente de los directoriales y una buena caterva de adictos, que son los que fusilarían al Coronel Borrego cuando les descubrió este chanchullo y el que habían armado con el Banco de la Provincia.

El lugar de donde todos salen y a donde todos vuelven
Respecto a los oficiales escoceses, puedo decir que muchos fueron amistades de San Martín en España primero y en Inglaterra después. No es una casualidad que, cuando el prócer elige el camino del ostracismo voluntario, volviese a Londres de donde había salido 12 años atrás, cumpliendo así la ley que dice que todo libertador que se precie de tal debe salir de Inglaterra y luego regresar a ella. Desde Carlos Marx hasta Gandhi y el Ayatollah Komeini cumplieron con esta premisa; sin contar al General Pinochet y a su supuesta antítesis progre Michelle Bachelet (la casaron con un comunista alemán residente en Londres y la mandaron a Berlín del Este, váyase a saber con qué misión), los que, cuando las papas quemaban, también regresaron a Londres donde fueron recibidos y cobijados maternalmente (por las mamás Elisabeth II y doña Margaret Thatcher).
Y hablando de papas quemantes, Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, antes de venir a consolarnos por la guerra de Malvinas, primero pasó por la Patronal, Inglaterra. Dicen que ésta fue una visita programada con mucha anterioridad y por ello inevitable. Se intentaba hacer un acercamiento con la Iglesia Anglicana. No sé. Porque las visitas, ante tal o cual eventualidad, se pueden suspender o posponer, y más a esos niveles estratosféricos de las relaciones pastorales, ¿o no? Es que el Banco Ambrosiano (el Banco de los Curas), Roberto Calvi (il Cavalieri) que apareció colgado por el cuello debajo del puente londinense de Los Hermanos Negros el 18 de junio de 1892 (dejándole al Ambrosiano un agujero de 8.300 millones de dólares), la Propaganda Due (cuyo tesorero era Calvi y Licio Gelli su Gran Maestre), y otras cosillas tiran más que una yunta de bueyes con la mancera bien cinchada al cogote y cornamenta.
Armado de mucha paciencia y tomado de la mano de los españoles Modesto Lafuente (Historia General de España, Tomo XLVI, Cap. XXIV, pp. 7222 en adelante, Ed. Correo Español, Bs. As. 1889), y de Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, Cap. VI, pp. 117 y ss.; y Cap. VIII, pp. 146 y ss., Ed. Artístico Literaria, Barcelona); y siguiendo a los argentinos Bartolomé Mitre y a Pacífico Otero, los mayores biógrafos sanmartinianos, he frecuentado las campañas militares en las que participó San Martín en la Guerra de la Independencia española (de mayo de 1808 a fines de 1814). Aunque sabemos que la última acción de San Martín en España fue en el segundo sitio a Badajoz, a órdenes de William Carr Beresford, retirándose inmediatamente el 14 de septiembre de 1811 en un buque de guerra inglés, por la vía Cádiz-Gibraltar-Lisboa-Londres.
De este estudio minucioso, detenido, surge que, necesariamente San Martín debió conocer en España al siguiente personal militar inglés que había participado en las invasiones de Buenos Aires: Brigadieres Generales Auchmuty, Lumley y Cortty; Generales Acheson, Baird, Crawford y Beresford; Mayores Generales Lewisson Gower, Duckworth y Fergusson; Almirante Murray; Contra Almirante Sterling; Coroneles Bourke, Browne, Mahon, Munay, Trent, Nightingale y Lloyd; Tenientes Coroneles Pack, Dilkes, Deane, Gill, Guard, Paget, Poham, Boutler, Torrents, Backhouse, Bradford y Kington; Mayores Campbell, Guardner, Whittingham,Turner, Trotter, Nugent, Miller, Fucker, Gardner, Travers y Forbes; Capitanes Stirling, Howker, Jackson, Watsson, Dickson,Carmichael, Wilgress, Donell, Pallmer, Donnelly, Fraser, Douglas, Patrik, Clinton, Campbell, Broke, Brown y Arburthnot; Tenientes Mahon, McDonald, L’Estrange y Evans. Lógicamente en España estos fueron ascendiendo por antigüedad o méritos de guerra, como Pack, el perjuro, a General. Otros se murieron. Desde luego que tampoco son todos. Este puñado hombres son los que cumplen la doble condición de haber estado en Buenos Aires y en España, con diferencia de 1 ó 2 años entre un punto y el otro, y necesariamente debieron frecuentar a San Martín.
En cuanto a las unidades militares que pasaron completas del Río de la Plata a España (vía Bahía de Mondego, Portugal) al mando del General Arthur Wellesley, después Duque de Wellington (1769-1852) fueron: el RI 71°; R 9° de Tenientes Dragones; Brigada de Artillería; RI 36°; RI 38°; RI 47°; RI 54°; R 20° de Dragones; RI 88°; RI 89°; RI 95°; RI 40°; RI 87°; R 17° de Dragones; RI 5°; RI 36°; RI 45°; R 6° y R 21° de Dragones R 6° de Guardias Dragones, sin contar 3 Compañías de Artillería; una Compañía de Carabineros; 4 compañías de Granaderos, un Batallón Ligero; 3 Compañías del Cuerpo de Carabineros; el Cuerpo de Santa Elena; 4 compañías de Artillería y un Cuerpo de Reclutas para los relevos. Todas ellas debieron ser unidades conocidas por San Martín en diferentes momentos, aunque no sabemos si revistó en alguna de ellas, lo que me parece improbable. También estas unidades cumplen la doble condición a la que me referí en el párrafo anterior.

Sir Thomas Maitland y sus conexiones políticas
Maitland fue un oficial naval, escocés como la gran mayoría de sus vinculaciones, miembro del Parlamento y compañero de George Canning en aquella Cámara. Así como él también, integrante de la Junta de Contralor (poderoso organismo del ente paraestatal llamado Compañía de las Indias Orientales. Digamos una organización que, por una parte fueron los herederos legítimos de filibusteros a lo Cook, Cavendish o Morgan; y por la otra, revestidos con rasgos más o menos civilizados al uso de un Cuartel General o de un Estado Mayor; como herramienta para todos aquellos que planeaban nuevas conquistas, no sólo en la India, sino también en el Caribe y en Sudamérica).
Maitlan junto con Canning fueron Consejeros Privados de la Corona (a partir del 8 de abril de 1807). A Canning se le decía entonces “el heredero de Dundas”, ¿cómo lo llamarían a Maitland? Posteriormente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley (hermano del que entonces ya estaba en Portugal).
En 1783 William Pitt, segundo hijo de quien fuera Jefe de Gabinete de los reyes Jorge II y Jorge III, es nombrado Primer Ministro y Ministro de Finanzas. Su gobierno, que duraría 17 años, se iniciaba cuando el no tenía 25. Once años después, en 1794, desdobla un ministerio, colocando al Duque de Pórtland como Secretario de Estado de Interior, y lo separa de los negocios de la guerra que conserva Henry Dundas, Secretario de Guerra desde la asunción de Pitt. En este contexto del poder aparece Maitland vinculado a Dundas, “el más firme promotor de acciones británicas en Hispanoamérica”, y gracias a él tiene acceso directo a Pitt. Porque Dundas, un escocés muy hábil políticamente, fue la sombra de Pitt y viceversa.
Maitland también estaba vinculado, a través de Dundas, a Sir John Coxe Hippisley, otro miembro del Parlamento y oficial del ejército de la Compañía de Indias Orientales. Hippisley era un buen conocedor de todos los temas sobre una posible acción militar en Hispanoamérica, porque había participado de las reuniones celebradas por Dundas con este motivo. Y ha participado en ellas en calidad de asesor, porque había reunido abundante información de fuentes insospechadas.
Hippisley vivió muchos años en Roma donde hacía tareas de espionaje para el gobierno británico, y fue allí donde obtuvo “información sobre los modos de atacar las colonias españolas”, todo lo cual paso a referir y analizar a continuación.

Los Jesuitas: una fuente de información insospechada
El ministro portugués Sebastián José Carvalho y Mello (1699-1782), Marqués de Pombal, hombre tenebroso, ampliamente vinculado a la masonería, a los iluminados y por ellos a los ingleses (desde el Tratado de Methuen, 1703, Portugal había pasado a ser una colonia inglesa, so pretexto de un tratado económico), durante el reinado de José I, expulsó a los Padres Jesuitas de los dominios lusitanos en América en 1758, y un año después lo fueron de Portugal con la expropiación de todos sus bienes. Reinando Luis XV fueron expulsados de Francia en 1764 como resultado de las presiones de Choiseul, los jansenistas, los “filósofos” y los “iluminados” (todos ellos con decidido apoyo real: Luis XV es el sembrador de lo que cosecharán los franceses con su Revolución). Lo mismo haría España con la Pragmática de Carlos III de fecha 27 de febrero de 1767, culpándolos del Motín de Esquilache y de otros actos panfletarios y subversivos que, hasta el día de la fecha, siguen siendo imposibles de verificar. Meses después lo fueron de Nápoles y en 1768 se reproduciría este caso en Parma.
Sin embargo los países citados no quedaron conformes con estas medidas, y pidieron a Clemente XIII (Carlos Rezzonico, Papa de 1758 a 1769), la disolución de Compañía de Jesús del Santo Iñigo de Loyola. Pero la obtuvieron de Clemente XIV (Juan Antonio Vicente Canganelli, Papa de 1769 a 1774), quien promulgó el breve Dominus et Redemptor (1773), que en sí constituye una rareza: nunca fue publicado, pero se llevó a cabo puntualmente.
No comentaré el golpe terrible que el Borbón Carlos III y su Ministro Aranda le asestaron a nuestra patria con el injusto extrañamiento de los Padres Jesuitas. La expulsión de los Jesuitas significó, andando el tiempo, la pérdida de todo el actual Río Grande del Sur por el fallo de un presidente norteamericano (Memoria de Gonzalo de Doblas y Relación Geográfica de don Diego de Alvear). No le alcanzó a España con desatar las Guerras Guaraníticas de las que también culpó a los religiosos de la Compañía. Como no le había alcanzado el mantenernos por cientos de años en la condición de arrabal orillero del Imperio Español, agravado luego con el mote borbónico de Colonias. Con ellos y por ellos dejamos de ser parte de España como fuimos con los Austria, y pasábamos a ser una dependencia de servicio.
La dureza de aquella expulsión, es la que no se vio por parte de la Corona Española con los prisioneros ingleses en 1806 y 1807, ni con los contrabandistas, usureros y portugueses que sacaban la plata del Potosí para enviarla a Inglaterra. Y tan violenta fue, que hubo casos en que no los dejaron tomar sus pertenencias ni sus medicinas. Entre los expulsos había muchos Padres que eran ancianos y otros enfermos: la mayoría de estos moriría en alta mar. Para septiembre de 1767 se los despachó, desde la islita que hace actualmente el Riachuelo en la Vuelta de Rocha, una versión antigua de un campo de concentración, con rumbo a Cádiz, y llegaron los sobrevivientes a esta ciudad (ya constituida en un verdadero lupanar) a principios de 1768. Pero allí habrían de enterarse de una nueva y, enseguida, se produciría un milagro.

El confesionario
La nueva fue que el clemente Papa Clemente XIV no los quería en Roma. Advertidos los demás puertos del Mediterráneo de esta piadosa decisión del Sumo Pontífice, ellos también se negaron a recibir a los sacerdotes. De manera que las embarcaciones salidas de Cádiz, no pudieron hacer arribada en la costa italiana ni en sus adyacentes, por lo que quedaron boyando a la deriva. Allí murió más de la mitad de los embarcados de hambre, sed y pestilencias que se desataron por el hacinamiento. Pero estos ya no eran viejos o enfermos. Eran hombres sanos con meses de martirio sobre sus espaldas. No conozco que la Iglesia haya hecho santo a alguno de ellos por este martirio propinado por los propios cristianos.
El milagro fue que, a pesar de la prohibición existente en Cádiz de no dejar desembarcar a los sacerdotes y de que nadie tomase contacto con ellos como infectocontagiosos en cuarentena, más de la mitad de los expatriados desaparecieron mezclados con las brumas matinales de la marina. Fueron los ingleses instalados en Gibraltar los que se llevaron, con chalupas y bateles por el agua, a esta preciosa carga humana. No sería extraño que también lo hayan hecho por tierra con la ayuda española. De allí los cargaron a barcos de guerra y mercantes transportándolos a Londres en el mayor secreto. De esta manera Su Graciosa Majestad y el Almirantazgo se juntó con centenares de informantes de primera categoría. Hombres que habían estado en la América Española entre 10 y 40 años, sirviendo a la Fe y al Rey, contra quienes ahora tenían un gran resentimiento por haberlos hecho víctimas de una injusticia.
Los Jesuitas eran conocedores del clima Hispanoamericano; estudiosos de su flora, su fauna e hidrografía; de los idiomas que hablaban los naturales de aquellas regiones y de sus idiosincrasias; de su historia, cosmogonía y teogonía; de caminos, pasos, sendas, montes, llanos, quebradas y sierras; muchos de ellos eran astrónomos y cartógrafos. Inglaterra sin ningún esfuerzo se juntó con este regalo de España que en aquel momento fue invalorable. Para evitar los siempre pesados e inoportunos interrogatorios que predisponen mal al expositor, seguramente los británicos les pidieron a los Padres que redactasen un informe con toda libertad, recluyéndolos en monasterios, abadías y casas de campo. Pienso que de allí debieron salir Descripción de la Patagonía del Padre Tomás Falkner (que además era británico nacido en Manchester, según nos contaba don José Luis Molinari; la obra se encuentra incorporada a la Colección de don Pedro de Angelis y fue publicada en Buenos Aires en 1835), y Hacia allá y para acá del Padre Florián Paucke (que era de Silesia, cuando ésta formaba parte de la Prusia de Federico II; obra que fue traducida y comentada íntegramente por el abnegado Edmundo Wernicke, y editada por la Universidad Nacional de Tucumán en cuatro tomos).
Pero sin duda la obra que nos orienta sobre lo que debieron haber sido aquellos testimonios de los deportados, es la de Falkner, que fue traducida al castellano por Manuel Machón, un oficial español destinado en Londres. La imbecilidad de los Borbones prohibió la circulación de esta obra en España, lo que carece de sentido porque, si bien se tenían recelos de la divulgación de las noticias sobre los puntos vulnerables de las colonias, de nada servía el ocultarlas en la península, mientras que circulaban libremente por el resto del mundo. Un mundo que, justamente quería arrebatarle las colonias a España.
Decía don Diego Luis Molinari (Orígenes de las fronteras) “que la versión (de Falkner) dada a conocer en 1774, era la fuente de inspiración para numerosos aventureros al servicio de la corona inglesa”. Y don Andrés M. Carretero agrega (Colección de Obras y Documentos) “que las alusiones referentes a las posibilidades de ocupación no escaparon a la percepción de los primeros ministros ni de los estrategas de la política exterior británica pues numerosos planes de expansión tenían como objetivo secundario o principal la ocupación de la Patagonia en su totalidad o en alguna parcialidad.”
En cambio don Pedro de Angelis en el prólogo de la edición de 1835 es muy duro con Falkner: “Sean cuales fueron los motivos de disgusto que tenga un extranjero (de Angelis también lo era) contra el país que le acoge –dice-, nunca debe conspirar contra él, ni proporcionar armas a los que aspiran a invadirlo o usurparlo; y tal fue el objeto que se propuso Falkner al emprender la descripción de la Patagonia.” Y sinceramente creo que don Pedro, el publicista de don Juan Manuel, en esto tenía razón: si se toma la obra de Falkner y las invasiones inglesas de 1806 y 1807, se verá con sorpresa, que los invasores siguieron los caminos descriptos por él. De manera que el odio a España, a la que había servido 40 años, se tradujo en un odio hacia nosotros que no teníamos nada que ver. Más aún: contra un pueblo que lloró la partida de los Padres Jesuitas y que él sabía porque los vio llorar.

Los Padres Jesuitas se desparraman y los ingleses se aprovechan
Conjeturo que por 1780, o quizá un poco antes, la mayoría de aquellos Padres Jesuitas cobijado por los ingleses se habían repatriado. Al parecer el conjunto optó por regresar, cada uno, a su tierra natal (por ejemplo: Falkner murió en Worcester desempeñándose como capellán y algo parecido ocurrió con Paucke en su pueblo de la Silesia, el Slansk de los polacos). En 1774 había muerto el Papa Clemente XIV y asumió Pío VI (Juan Angel Braschi, Papa de 1774 a 1799), pero en estos 25 años de papado murieron Luis XV en 1774; Pombal en 1782; Choiseul 1785; Carlos III en 1788; etc. Es decir: todos los acérrimos enemigos de los Jesuitas fueron desapareciendo secados por la Parca inclemente, y ello permitió que, indulgente, el Papa Pío VI, permitiese el regreso subrepticio de algunos Jesuitas a Roma y, en otros casos, el mismo Papa, sabiéndolos hombres sabios y valiosos, los mandó a llamar para integrarlos a su elenco de notables.
Como ya he dicho Sir John Coxe Hippisley vivió muchos años en Roma haciendo tareas de espionaje. Allí obtuvo información proporcionada por los jesuitas expulsados de España y otras posesiones de ultramar y regresados o confinados en territorio Vaticano. Entre estos sacerdotes exiliados, los más conspicuos conspiradores contra España (posiblemente pasados previamente por Londres), eran Juan José Godoy y Juan Pablo Viscardo. Pero Godoy era mendocino, junto con los jesuitas Miguel, Javier y Bernardo Allende.
Hippisley “debió recibir de ellos información muy precisa –apunta Terragno-, acerca de Cuyo, incluyendo detalles sobre los pasos cordilleranos que unían Mendoza con Chile”. Tal vez sea esto lo que influyo decisivamente sobre Maitland para que considerara a Mendoza como “la indudablemente indicada”.
En 1800 Hippisley escribió un memorial para Dundas sugiriéndole una rápida acción sobre las colonias españolas. Pero, antes de ello, extendió una copia del memorial a Maitland, ya embebido éste de todo aquel fárrago de documentación disponible, y enfrascado en la confección de un plan militar.
Maitland, que seguramente ya tendría algunos borradores sobre este asunto, confeccionó un Plan Tentativo o Esquemático, agregando la información provista por Hippisley. Lo que no se ha dicho es si, con estas informaciones a la mano, Maitland, un andariego incansable, no vino hasta la Rivière de la Plate, como él llama en su Plan al Río de la Plata o Buenos Aires, para constatar en el terreno la posibilidad cierta de ejecutar la maniobra estratégica. Aunque también pudo entrar por Chile o el Perú. O bien trabajar con los espías de Inglaterra diseminados, como ahora, por todo el Virreinato, sacando luego la información vía de algún puerto brasilero. Esto no está escrito en ningún lado y es imposible de verificar.
Y digo esto, porque me cuesta creer que Maitland, teniendo tan valiosa documentación de primera mano, estuviera 20 años sin mover el asunto (de 1780 a 1800 aproximadamente). Además observe el lector que Hippisley, antes de entregar su memorial a Dundas, le extendió una copia primero a Maitland, de donde éste viene a resultar a ojos legos como los míos, como la espina dorsal sobre la que se movía o descansaba todo este expediente.
Con este Plan Tentativo, Maitland fue a ver a Dundas (llamado por los escoceses El Rey sin Corona). Pero éste prefirió discutirlo más tranquilo con su autor, porque estaba de acuerdo en la importancia de “asegurar nuevos y extensos mercados para las manufacturas inglesas”, pero, “con la independencia de un beneficio parcial”, quería adoptar “una visión general de la cuestión” y considerar un plan para tomar “toda Hispanoamérica”.
En líneas muy generales el Plan Tentativo (o esquemático) de Maitland consistía en: la toma de Buenos Aires; marchar luego hacia la costa occidental y de allí, con una flota de la Compañía de Indias Orientales que comandaría Sir Richard Husey Bickerton, saltar al Perú. Con la costa occidental de Sudamérica en manos inglesas la derrota de España estaría asegurada. Hubo más discusiones con Dundas porque deberían existir, simultáneamente, acciones secundarias que coadyuven a la principal. Finalmente se decidió que esas acciones de distracción se llevarían a cabo sincrónicamente desde Caracas y Santiago de Chile; “pero todas ellas convergentes sobre Lima, Perú”, pedía Maitland.
Sin embargo el centro de gravedad del Plan siguió siendo, inmutable, el eje Buenos Aires, Mendoza, Chile, Perú, a pesar de que a una mirada mundana parecería que se hubiesen abierto tres frentes. Digamos que un velo y engaño para que el enemigo (España) no supiese cuál era el centro de gravedad y dónde se buscaría la decisión. Fue entonces, y de esta manera, que Maitland concibió su Plan definitivo que lleva su nombre, que es el encontró el doctor Terragno en Edimburgo en 1981, escrito de su puño y letra.
El Plan con su redacción definitiva, finalmente fue aprobado y se sabe que fue presentado Su Majestad. Sin embargo no hay constancia de su aprobación, desaprobación, ni pedido de enmienda. Nada. Tampoco se le puede seguir el rastro porque el gobierno de Pitt cayó enseguida: febrero de 1801.

Las proposiciones de Maitland en su Plan de Operaciones
A diferencia de planes ofrecidos por el venezolano Miranda o el del inglés Vansittrat (aprobado, y cancelado de no muy buena gana en febrero de 1797), que resulta el más parecido al Plan Tentativo que estamos examinando, Maitland, de 42 años entonces, creía que un ataque sobre Buenos Aires o Caracas, por exitoso que fuese, no quebraría el dominio español sobre América. El sostenía que “una Expedición a Caracas desde las Indias occidentales, y una fuerza enviada a Buenos Aires podrían en verdad tender la emancipación de los Colonos Españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones hacia el occidente, y es menester observar que la única utilidad y principio por el cual los Españoles han asignado consecuencia a sus posesiones orientales es que, reteniéndolas, ellas actúan como una defensa para sus más valiosas posesiones en occidente.”
Con la finalidad de tomar esas “valiosas posesiones”, Maitland propuso:
1. Ganar el control de Buenos Aires. “Debería realizarse un ataque sobre Buenos Aires”. Para eso, Maitland consideró que harían falta 4.000 soldados de infantería; unos 1.500 de caballería; “con una proporción de artillería”.
2. Tomar posiciones en Mendoza. “Subsecuentemente a la captura de Buenos Aires el objeto debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la ladera oriental de los Andes, propósito para el que la ciudad de Mendoza es indudablemente la más indicada.”
3. Coordinar acciones con un ejército de Chili (así llama a Chile). Este otro ejército debería consistir en 3.000 soldados de infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de la infantería debería “proceder de Inglaterra al Cabo de Buena Esperanza en barcos destinados últimamente a (…) Sudamérica”. La otra mitad debería ser “dotada por India, y proceder, cuando esté lista, directamente a la Bahía Botany”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo de tal ejército debería ser “indudablemente el Reino de Chili”. Debía atacar Valparaíso o Santiago o, “si encontrara que los Españoles se hallen en fuerza tal como para hacer que un inmediato ataque sobre Valparese o St. Iago sea imposible en el primer momento, actuar sobre el Río Biobío y fortificarse mediante una inmediata conexión con los indios.”
4. Cruzar los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza a las partes bajas de Chili es una operación de cierta dificultad (…) Aún en verano el frío es intenso; pero con tropas de cada lado cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace mucho como el más deseable canal para importar negros al Reino de Chili.”
5. Derrotar a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “aniquilar el gobierno (español) del Reino de Chili” y convertir a ese pueblo en “un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las povincias más ricas”. Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que debía cruzar los Andes y el que llegara por mar.
6. Proceder por mar a Perú. “Si este Plan tuviese éxito en toda su extensión, la Provincia del Perú debería quedar pronto expuesta a una captura segura.” y “últimamente nosotros podríamos extender el sistema colonial, usando la fuerza si fuere necesario.” Lo indicado era para evitar toda violencia innecesaria. “Un coup de main (en francés en el original) sobre el puerto del Callao y de la ciudad de Lima podría en verdad probablemente ser exitoso y mucha riqueza sería ganada por los captores, pero este mero éxito, a menos que fuera asistido por nuestra capacidad de mantenernos en el Reino de Perú, podría terminar últimamente excitando la aversión de los habitantes contra cualquier futura conexión, de cualquier clase, con Gran Bretaña.”
7. Emancipar Perú. “El fin de nuestra empresa debía ser indudablemente la emancipación de Perú y Quito.”


FIN DE ESTA PARTE
God save the Queen!