EL PERU Y LAS MALVINAS

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Por ÓSCAR MIRANDA (Fragmento recopilado del diario la republica)



La tarde del lunes 3 de mayo de 1982, tres ciudadanos argentinos atravesaron la puerta principal de Palacio de Gobierno. Iban a reunirse con el presidente Fernando Belaunde Terry. Estaban el general Héctor Iglesias, secretario del dictador Leopoldo Galtieri, el contralmirante Roberto Nolla y el embajador platense en el Perú, Luis Sánchez Moreno. Víctor Andrés García Belaunde, entonces secretario presidencial, los recibió y condujo al salón donde el arquitecto los esperaba. Una hora y 45 minutos después los visitantes abandonaron Palacio por la puerta de Desamparados, a bordo de un Mercedes Benz dorado, sin prestar declaraciones a la prensa.



“Iglesias trajo una lista inmensa de pedidos”, revela ahora García Belaunde en su oficina parlamentaria. ‘Vitocho’ estuvo junto a su tío en aquellos momentos intensos en los que Belaunde trató de lograr un acuerdo de paz entre Argentina, aliado histórico del Perú, y Gran Bretaña. Para entonces, la guerra llevaba un mes de iniciada y el conflicto bélico ya había revelado su brutalidad con el hundimiento del crucero Belgrano. Belaunde, en un primer momento, se propuso detener la escalada mortal. Pero cuando su esfuerzo diplomático fracasó, decidió prestar apoyo militar al hermano país sudamericano para que opusiera resistencia, en la medida de sus posibilidades, ante el avance de una de las fuerzas armadas más letales del mundo.





Belaunde, el pacificador





Domingo reconstruyó el papel del gobierno peruano en aquellos días gracias a los recuerdos del congresista García Belaunde y del ex canciller de la época, Javier Arias Stella, y al relato que hacen de estos hechos los periodistas argentinos Óscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy en su libro Malvinas. La trama secreta (Buenos Aires, 1983).



Tras el fracaso de las negociaciones auspiciadas por Washington, Belaunde llamó a Ronald Reagan para expresarle su preocupación. Reagan lo puso en contacto con su secretario de Estado, el general Alexander Haig. Según el libro Malvinas..., Haig le pidió que se comunicara con Galtieri para proponerle una salida diplomática. “Presidente, yo soy un militar”, le explicó. “Los ingleses vencerán. Han enviado cien buques y si les hunden uno mandarán tres en su reemplazo. Si les bajan un avión, mandarán cuatro”.



Belaunde y Haig trabajaron una propuesta de siete puntos, entre ellas el cese de las hostilidades, el retiro simultáneo de las fuerzas, la presencia de representantes de cuatro países amigos para cogobernar temporalmente las islas (Perú y Brasil por Argentina, Estados Unidos y Alemania Occidental por Gran Bretaña) y el establecimiento de un plazo, el 30 de abril de 1983, para llegar a un acuerdo definitivo sobre el futuro del territorio en disputa.



El mandatario peruano pasó todo el domingo 1º de mayo en comunicaciones telefónicas con el general Galtieri, con el canciller argentino Nicanor Costa Méndez y con el propio Haig. Las conversaciones se entramparon porque los ingleses se negaban a que en el acuerdo se dijera que se reconocería los “puntos de vista” de los habitantes de las islas y planteaban que en su lugar se hablara de “deseos e intereses”.



En una de esas conversaciones telefónicas, el dictador argentino le dijo a Belaunde: “Presidente, yo también tengo mi Senado y tengo que consultarlo”, en referencia a los otros dos miembros de la Junta Militar. ‘Vitocho’ García Belaunde, que estaba al lado de su tío en ese momento, dice que tras colgar el arquitecto expresó, frustrado: “Ese tontón está hablando que tiene un Senado, ¿cuál es su Senado? ¡Es una dictadura militar! ¡No tiene Senado!”.



Esa tarde, un submarino de la Armada británica lanzó un torpedo contra el General Belgrano, un buque crucero argentino de más de mil tripulantes. Murieron 323 personas, casi la mitad de todas las pérdidas humanas que dejaría la guerra. Galtieri estaba reunido con su canciller cuando el almirante Jorge Anaya, comandante de la Armada argentina, entró con la noticia. La Junta Militar, sedienta de venganza, decidió, de inmediato, echar la propuesta peruana al tacho.





El pedido de Galtieri



En una última charla telefónica, en las primeras horas del 3 de mayo, Galtieri le dijo a Belaunde que su gobierno no negociaría más con los británicos. El mandatario peruano lo entendió. Luego de agradecerle sus esfuerzos, el militar argentino le pidió al presidente peruano que recibiera al representante que estaba enviando a Lima. Se trataba del general Iglesias. Galtieri le dijo que quería que su enviado le explicara in situ cuál era la posición argentina en este conflicto. “No había ninguna posición que explicar”, dice García Belaunde. “Iglesias vino a pedir armas. Lo mandaron para pedir algo que no se podía por teléfono”.



El legislador sostiene que el emisario de Galtieri pidió de todo: Mirage M5, Sukhoi, submarinos, tanques, misiles y un largo etcétera. Encontró un entusiasta respaldo en el general Luis Cisneros Vizquerra, un oficial educado en Argentina, apodado ‘El Gaucho’, entonces ministro de Guerra. “No se les dieron Sukhoi porque no sabían cómo pilotarlos”, dice García Belaunde, “y porque, además, el Perú era el único país sudamericano con Sukhoi, lo que iba a significar que iba a terminar involucrado en el conflicto”.

Belaunde también descartó enviar submarinos. Para llegar a Argentina habrían tenido que pasar por Chile y eso habría significado un problema, ya que Augusto Pinochet apoyaba a Gran Bretaña. Se decidió enviar 10 Mirage M5, la aeronave más poderosa que tenía nuestra Fuerza Aérea, con todos sus pertrechos (en realidad, se vendieron a US$ 5 millones, un precio de regalo). Y un lote de misiles Exocet, de la Marina de Guerra.





Los 10 que vieron Tandil





En 1982, el Grupo Aéreo Nº 6, con sede en Chiclayo, era una unidad de élite dentro de la FAP. Los Mirage M5 eran las aeronaves más difíciles de pilotar. Gonzalo Tueros, entonces instructor de vuelo, integraba el Escuadrón 611, que vigilaba el norte del país. Pedro Ávila, junto a su escuadrón, el 612, recorría el sur. Un día de mayo, ambos, junto a ocho de sus compañeros, fueron convocados para una misión secreta: llevar 10 de los Mirage M5 a Argentina para que sean usados en el conflicto de las Malvinas.



Tueros recuerda los ajetreos en la base aérea de La Joya, en Arequipa, preparando las naves. Se les colocaron banderas, escarapelas y números de matrícula argentinos. El piloto guía, el mayor Ernesto Lanao, les dio instrucciones: volarían sobre los 33 mil pies de altura para ahorrar combustible; la ruta sería la frontera chileno-boliviana, ligeramente del lado de Bolivia, que no disponía de radares. Cada Mirage llevaba dos tanques adicionales de combustible (de 450 galones cada una) para poder llegar hasta Jujuy. Allí, luego de una breve escala, reiniciarían vuelo hasta la base aérea de Tandil.



Tueros también cuenta que en Jujuy, mientras las naves eran revisadas, los oficiales argentinos los llevaron a almorzar a un restaurante. “No sé cómo, pero la gente nos reconocía y se acercaba. Nos agradecían que estuviéramos ayudando a su país y nos pedían autógrafos”, dice.



A Ávila lo emocionó encontrarse en Tandil con un grupo de pilotos heridos que, con las cabezas vendadas y los brazos enyesados, recibieron a los peruanos en perfecta formación. Tueros dice que los argentinos estaban tan emocionados que los abrazaban y se les salían las lágrimas mientras les daban las gracias. Algunos pilotos peruanos se conmovieron tanto que preguntaron a sus superiores si podían quedarse a combatir. “Pero nos dijeron que el trato solo había sido llevar los aviones hasta allá y darles instrucción. Y que nosotros debíamos irnos”.



Esa misma noche, los 10 pilotos retornaron a Lima en el Hércules que había llegado con ellos trayendo las armas y pertrechos de los Mirage y al equipo técnico que permanecería en Tandil para ponerlos a punto para el combate.





El asesor peruano





El oficial que recibió a los peruanos en Tandil fue otro compatriota: el mayor FAP Aurelio Crovetto. El entonces comandante del Escuadrón 611 había sido enviado a Argentina semanas atrás, junto con otros dos oficiales, en calidad de observador de la guerra. Poco antes de la llegada de los Mirage, su misión cambió. Los argentinos, enterados de que no solo era un experto piloto sino que también era especialista en lanzamiento de misiles y que dominaba tácticas de combate, pidieron al Perú que se convirtiera en asesor militar.



Fue así que Crovetto terminó siendo un consultor de lujo para los oficiales de la Fuerza Aérea Argentina y, además, el responsable de enseñar a los pilotos argentinos cómo manejar los Mirage M5. Crovetto los instruyó en el lanzamiento de misiles aire-superficie AS-30, contra buques y les enseñó nuevas tácticas de ataque. Instalado en el centro de operaciones de la aviación, en Comodoro Rivadavia, fue un testigo de excepción del desarrollo del conflicto. Dice que siempre admiró el valor de esos oficiales que conducían una guerra que, dado el poderío militar de Gran Bretaña, antes de comenzar ya se sabía perdida. El Estado peruano nunca ha reconocido oficialmente la ayuda militar que se le dio a Argentina pero para Crovetto eso termina siendo secundario. Para él, como para Gonzalo Tueros y Pedro Ávila, su participación en el trágico episodio de las Malvinas perdurará para siempre en su memoria.