Arequipa en la Guerra con Chile… ¿Vencer o Morir?

Day 2,297, 15:44 Published in Peru Chile by Lozilan
El 4 de septiembre de 1882 Arequipa fue declarada “Capital de la República”. En el Congreso reunido en Arequipa, en 1883, “los guerreros” se negaron a firmar la paz con cesión de territorio. Los arequipeños organizaron la resistencia contra el invasor extranjero. Sus autoridades contrariamente se negaron a luchar.

Desterrado a Chile el Presidente Francisco García Calderón, por negarse a firmar la paz con cesión de territorio, asumió el poder el Vicepresidente Contralmirante Lizardo Montero.
Por razones estratégicas Montero instaló su gobierno en Arequipa, a la cual llegó por tren procedente de Juliaca el 30 de agosto de 1882, siendo objeto por parte del pueblo arequipeño de una afectuosa bienvenida, que se cerró con un desfile militar, que Montero revistó desde las ventanas de la prefectura, que hizo las veces de Palacio de Gobierno.
Arequipa, en virtud de un decreto del 4 de septiembre, fue designada como capital de la República, y Montero, a su vez, se rodeó de algunos distinguidos arequipeños, como Mariano Nicolás Valcárcel y Ladislao de la Jara, quienes integraron el Consejo de Ministros hasta que Montero abandonó la ciudad.
Era, por entonces, prefecto del departamento Francisco Ballón y alcalde accidental José Moscoso Melgar, quien, en la “Memoria” que leyó ante la Junta General de la Municipalidad en diciembre de 1882, dijo que las señoras de la población solícitas aceptaron confeccionar, con el tocuyo que les repartió la prefectura, camisas para el ejército, que ascendió a 7000 más o menos.
No queda allí, por cierto, la contribución de Arequipa a la resistencia contra el invasor extranjero. Armando de La Fuente en la “Memoria” de sus labores como alcalde, había dicho en octubre de 1881 que el vecindario arequipeño obsequió sus alhajas para la compra de un buque blindado.
Esta actitud -según Luis Guzmán Palomino- fue interpretada por dos publicaciones de la época: el “Diario de Arequipa” y “El Eco del Misti” que proclamaron la resistencia del pueblo de Arequipa al enemigo invasor y la no cesión territorial, en caso de producirse un acuerdo. Este, sin embargo, no fue el temperamento del Congreso Extraordinario que convoca Montero, y que se instala en abril de 1883. Al contrario, lo autorizó por una ley del mes de junio a negociar la paz con Chile sobre la base de la cesión de Tarapacá. Prueba de ello es el acta de la sesión del Consejo de Ministros del 3 de octubre de 1883. Allí se dice que el Ministro de Relaciones Exteriores, Mariano Nicolás Valcárcel, leyó la circular que debía dirigirse al cuerpo diplomático extranjero residente en Lima, donde se anunciaba la buena disposición de su gobierno de avenirse a un arreglo decoroso con el de Chile, “cediendo (a éste) parte de su territorio”.

De otro lado, Montero, ante el avance chileno sobre Arequipa por Moquegua, contrariamente ordenó a las fuerzas del Coronel Francisco Llosa a replegarse. Esta medida, sumada al desoír del pueblo que pedía la guerra, significó (para Juan Guillermo Carpio Muñoz) una traición, y, en relación a la reacción de los arequipeños en contra del gobierno de Montero, según Armando Nieto Vélez, un trágico malentendido.
El 25 de octubre, y así consta en el “Libro de Actas” que publicara Nieto Vélez, el Consejo de Ministros, atendiendo a las razones expuestas por Montero de que no era posible repeler al enemigo sin desmedro de la propia población, acordó emprender la retirada del ejército hacia Puno. Lo que se verificó furtivamente al día siguiente.
Hay necesidad, sin embargo, de aclarar algunos puntos. En primer lugar, que el pueblo arequipeño sí quiso luchar. Así lo demuestra el artículo “Vencer o morir” de Hipólito Sánchez Trujillo, publicado en “La Bolsa” el 15 de marzo de 1880. Allí decía lo siguiente: “¡Armas! ¡Armas! pide Arequipa con la desesperación del león aprisionado, del águila que en cadena ve despedazar a sus hijos, vengan ellas y servirán no sólo de égida invulnerable de nuestro suelo sino de poderosa ayuda contra el infame invasor que aprovecha de nuestra situación indefensa”. En segundo lugar, que fueron los intereses de ciertos notables, representados por el alcalde accidental Diego Butrón, los que se opusieron a la guerra. Aunque esta decisión puede ser interpretada también como una actitud práctica, que buscaba evitar el inútil derramamiento de sangre. En tercer lugar, que la decisión del gobierno de Montero de retirarse a Puno obedecería no a un acto de cobardía sino a un concebido plan con el aliado país de Bolivia para impedir la incursión de las fuerzas chilenas en Puno. Al respecto, Daniel Parodi Revoredo sostiene que el plan secreto seguido por Montero fue un acuerdo conjunto planteado inicialmente por el presidente boliviano Narciso Campero. Es decir, que fue “la táctica propuesta por Narciso Campero la que habían aplicado las autoridades peruanas”, con el objeto de unirse a las fuerzas bolivianas en Puno, e inutilizar en su tránsito la línea férrea.
Poco antes, el Congreso que se reunió en Arequipa, dio una ley -el 23 de junio de 1883- por la cual se facultaba al gobierno a negociar la paz sobre la base de cesión de territorio. “Los guerreros”, así llamados los congresistas que se resistieron a firmar la paz en tales términos, solían reunirse en la casa del diputado Andrés Meneses. Abelardo Gamarra, “el tunante”, que también formó parte de dicha asamblea, cuenta que la casa del Diputado Meneses fue entonces el centro de reunión de quienes, como él, se oponían a lesionar integridad territorial del país.
Los días 27 y 28 de octubre de 1883 la angustia de la población que no avizoraba un desenlace fue, en algo amainada, por la indesmallable labor de Armando de la Fuente y José Domingo Montesinos, quienes en agitadas cabalgatas recorrían los barrios de la ciudad y hasta fueron a Cayma y Yanahuara para informar a los vecinos que las tratativas para la entrada pacífica de los chilenos estaba en buen camino.
El 29, a eso de las 9 de la noche, entró el ejército chileno a la ciudad de Arequipa y acampó en la Plaza de Armas.
La correspondencia todavía inédita de José Domingo Montesinos describe con caracteres trágicos los sentimientos de impotencia y frustración que experimentaron los arequipeños cuando los chilenos entraron a la ciudad.
Francisco Mostajo dijo “en honor de Montesinos, que con su carácter entero, salvó a Arequipa del horror de la matanza caótica, indistinta y sin objeto ya, entre paisanaje e invasores, y en honor de la Fuente, que con su carácter afable la salvó de las bárbaras durezas de la ocupación”.
Esto dio origen a la “leyenda negra” que intentó presentar a Arequipa como una ciudad que no ofreció resistencia al invasor chileno. Con ello se quiso demostrar el escaso valor de los arequipeños, poniéndose en duda el título de caudillo colectivo del país, con que fue reconocida durante el siglo XIX. Jorge Basadre había dicho que Arequipa fue la pistola que apuntaba al corazón de Lima hasta 1867.
Esta supuesta actitud de miedo o temor que se atribuye a Arequipa, no corresponde –por cierto- a la realidad, ya que el pueblo arequipeño sí estuvo moralmente preparado para la resistencia. Pero como dice el artículo periodístico de Hipólito Sánchez Trujillo, el león aprisionado necesitaba de armas para defenderse. Aunque tampoco dudamos que los intereses de la elite comercial de Arequipa haya influido bastante en la decisión de no ofrecer resistencia dentro de la ciudad. El pueblo en cabildo abierto se había pronunciado a favor de la resistencia, pero sus autoridades finalmente decidieron lo contrario. La muerte trágica del Alcalde Diego Butrón, a manos del pueblo, fue quizás la reacción más lógica que siguió a la supuesta huída de Montero a Puno.
Además, la indecisión de su gobierno, para ordenar que el ejército regular se enfrente al ejército chileno, posiblemente haya obedecido a la estrategia diseñada por los presidentes Montero y Campero, de reunir sus tropas en la zona de Puno. Lo cierto es que, en Arequipa, se organizó un ejército, que no sólo estuvo integrado por soldados regulares sino también por miembros de la sociedad civil, que formaron sus propios batallones.

Fuente :Escrito por Mario Rommel Arce | Archivado en Historia De Arequipa, Historia Del Perú el 30-03-2009

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