Falso Orgullo II

Day 2,615, 04:57 Published in Spain Ireland by Publio 2.0


-Agua.

-¿Agua?¿A quién te diriges?

-Agua señor.

-No.

Cerró el armario y volví a caer en un sueño, pero no un sueño típico abocado al descanso, sino la somnolencia de resaca, un sueño seco, doloroso, por el cual te despiertas cada cuarto de hora sediento, y cada vez que abres los ojos consigues que tu cansancio aumente más y tu capacidad mental se reduzca siguiendo una proporcionalidad inversa dentro de tu sistema nervioso que acaba cerrando un circuito circular en un mismo destino, la muerte.



Pero mentiría si dejara por terminada mi historia en ese momento, aunque una parte de ella murió y quedó enterrada entre ropajes en aquel armario. Me soltó, pero lo que dejó salir de entre esos tablones no era lo mismo que había entrado.

Me volví frío y distante, reservado y cumplidor. Era el hijo que mi padre siempre había querido pero nunca había tenido, pues hacía tiempo que ya no le reconocía como padre, yo era un autómata y el era mi Prometeo.



Mi vida era monótona, por tanto me saltaré todos los inexistentes detalles que forman parte de esos inexpresivos años hasta llegar a mi decimoséptimo cumpleaños. Como de costumbre nadie se acordó de una fecha tan significativa para mi, y salí de casa sin que nadie me dirigiera la palabra. Como cada día me dirigí hacia el viejo instituto del pueblo, pero era un día especial, era un jueves, y como cada jueves me dirigí a las ruinas del punte Norte de Algeciras.

Allí estaban todos, todos a los que llamaba amigos aunque en muchas ocasiones me repugnaran profundamente. Habían atrapado a 2 estadounidenses que habían naufragado en las costas cercanas. Últimamente el gobierno español daba mucho dinero por encontrar a alguno de ellos vivo, pero aún pagaban más si lo arrastrabas muerto. Esos cadáveres semanales eran los que nos permitían comer caliente a diario mientras en otras partes de España ya se recurría a las mascotas o al cuero hervido.

Generalmente solíamos matar a una de nuestras presas por jueves, pero ya que habíamos encontrado a una joven pareja nos pareció inhumano darles muerte por separado. Ninguno de los dos se quejó ni se arqueó mientras los decapitaban, incluso teniendo en cuenta que sus verdugos eran primerizos que debían iniciarse ese día y tuvieron que golpear al cuello más de 4 veces.



Mientras traían bolsas de basura me puse a lavar los cuchillos, no tenía nada que hacer y los repetitivos movimientos que realizaba con el trapo y las pequeñas guadañas me entretenían.

Quizá a estas alturas de mi vida ya se podía decir que estaba desquiciado, que había perdido el rumbo o que mi alma se había vendido a sí misma para no tener que seguir soportando a mi cuerpo y mente, pero por mucho que dijeran y vayan a decir, siempre me he considerado una persona cabal.

Y volviendo a mis manos distraídas, me sentía cómodo en esa posición. Mientras todos removían esa amalgama de sangre, barro y carne yo limpiaba. Aún recordaba la primera vez que había matado, y digo aún pues intenté olvidarla en muchas ocasiones pero acabó por imponerse. Recuerdo las facciones de su cara y la textura de su voz, pero nadie me dijo si ese niño era más joven o mayor que yo. Igualmente terminó como todos.

Mientras andaba yo en esas cavilaciones empezaron a sonar sirenas. Pero no todas sonaron, pues estaba en España y no podía esperar que el mantenimiento de una sirena pudiera llevarse a cabo con corrección, por lo que solo sonaron las sirenas del sur de la ciudad revisadas la semana anterior.

Podría haber llovido agua, no se veía mucho pero se sabia que en otras partes del país solía llover, pero no fue agua lo que llovió. Algeciras sufrió su último bombardeo, la muerte y sus perfectos cálculos acabaron con las ecuaciones que formaban la vida de tantas personas en poco menos de media hora.



A los pocos congregados aquel jueves nos pilló por sorpresa. La última vez que les eché una mirada estaban todos, pero después de pasar el primer avión cerca de nosotros desaparecieron, y como los estadounidenses que solíamos matar, quedaron muertos o mutilados.

Yo me salvé, no por ingenio ni por capacidad, tampoco fui el más rápido en entender lo que pasaba, es más, fui el último, pero la separación a la que me había impuesto para aislarme y limpiar en paz me separó del único explosivo que nos lanzaron, por tanto los cuchillos pasaron a sumar su primera vida salvada.

Me arrastré entre esa tierra convertida en lodo por la sangre acumulada, repté hasta conseguir subir la cuesta que antes bajaba al río, y caí sobre el camino desierto. Respiraba con dificultad y no escuchaba nada, solo un pitido penetrante.



Podía ir a casa, pero por casa ya solo reconocería unas piedras revueltas y desorganizadas las unas respecto a las otras, humeantes y quemadas por el calor de la explosión. Si habían atacado Algeciras el resto de pueblos también habrían caído. No podía ni quería hacer nada por nadie, no había a quien ayudar, así que empecé a caminar trazando el sendero de la vida que nunca había podido controlar hasta ese momento.