Falso Orgullo

Day 2,605, 07:29 Published in Spain Ireland by Publio 2.0

Nacer ciego es un problema al que adaptarse, nacer deforme es una desgracia de por vida, pero nacer en una familia de la derecha ultra católica es el peor castigo que se puede aplicar sobre un niño.

Mi vida empezó hace 17 años en un céntrico barrio de Algeciras, en una humilde casa hogareña y respetable, rodeada por una Iglesia, un parque y una fuente.


A la luz de varias velas y bajo la penetrante mirada de un crucifijo fui traído al mundo por una madre que no siguió en él por muchas más horas. Mi tía Lucie me contó que mi padre estuvo a punto de rechazarme al saber del fallecimiento de mi madre, pero entre todos lo convencieron de que no lo hiciera, y para lo que me deparó tal progenitor preferiría haber sido abandonado.

De mis primeros años de vida no recuerdo prácticamente nada hasta bien pasados los 7 años, bien sea por mi corta edad o por las tandas de golpes que me pegaban cuando escribía con la mano izquierda o olvidaba hablarle a mi padre de ``señor´´.

Los únicos recuerdos bonitos de mi vida ocurrieron durante los 3 meses que pasé con mi tía Lucie en su granja a las afueras de Huelva mientras mi padre estaba de negocios en Serbia. Ella me cuidaba, me arropaba todas las noches y paseaba conmigo por los aledaños de la finca. No tenía que rezar, no tenía que seguir protocolos, podía dormir cuando quisiera, comer cuando quisiera, llorar cuando me caía y no tener que tragarme las lágrimas como hubiera estado obligado a hacer con mi padre.

Pero esa parte de mi vida quedó atrás, pues mi flagelo volvió y se me llevó, me raptó de mi mundo de fantasía que en mi infantil inocencia creí que no acabaría. Volví a Algeciras, volví a las tardes de estudio de latín, volví a leer la Biblia todas las noches y a tener a un padre como dueño y señor.

Solo volvería a ver a mi tía una vez más por mi comunión. Mi familia no dejaba que la viera pero ella vino igualmente y observó, muy orgullosa de mi y muy distante respecto al resto de los allí congregados, como me transformaba en miembro de una comunidad de la que yo no quería formar parte.

Al acabar el banquete, que austero y silencioso se había celebrado en mi casa, Lucie se me llevó a la cocina para hacerme lo que ella denominó como su último regalo. Me dió un colgante, un colgante con un símbolo el cual no supe reconocer.

Me lo puso en la mano cerrando mi puño y me dijo que lo guardara, me pidió que me lo pusiera si algún día salía de este atrasado país para demostrar mi auténtica mentalidad.

Su preciosa y joven cara reflejó un sentimiento de tormento y lástima hacía mi, y sus ojos verdes y azules quebraron mi corazón al empezar a derramar unas lágrimas silenciosas y perfectas a su modo.



Esos perfectos instantes duraron poco, pues mi padre entró a por más Grappa con la que beber y emborracharse y nos encontró. Se quedó de piedra al ver a mi tía llorando y me pidió que le diera lo que tenía entre las manos. Yo me negué, me eché hacia atrás bajo el amparo de la encimera. Me propinó un bofetón haciendo chocar mi cabeza contra la rugosa piedra de la pared. A causa de la sorpresa abrí las manos para intentar protegerme del torrente de golpes que seguirían al primero, pero al hacerlo dejé caer el colgante.

Mi padre, henchido de furia empezó a pegar a Lucie, una y otra vez, la lanzó contra el suelo y la abofeteó sin la piedad que tanto predicaba. Yo intenté pararle pero ella me lo impidió con un suave gesto en la mano, me apartó de esa sangría. La escena duro poco pues los golpes se escucharon por toda la casa y el resto de la familia llegó a tiempo para separar a mi padre de la oveja descarriada y medio muerta.

Ordenó que se la llevaran y que no volviera a aparecer por el pueblo nunca más. Intenté abrazarla antes de que se la llevaran pero me consiguieron apartar de ella antes de rozarla siquiera.

Me hizo subir por las escaleras mientras tropezaba, ya que aún estaba mareado por lo que había visto y mi cuerpo era pasto de las arcadas. Consiguió llevarme a rastras hasta la habitación de invitados y me lanzó dentro de un armario vacío. Antes de irse me entregó el colgante y pronuncia las últimas palabras que escucharía en mucho tiempo.



- Te quedarás encerrado aquí hasta que olvides a tu tía y sus estúpidas e imposibles ideas. Si quieres comer, muerdete las uñas.