Lord Ránibal

Day 2,044, 04:38 Published in Spain Spain by Debhon

Después de tanto tiempo sin escribir traigo una nueva historia, espero que del agrado de los lectores.





La tormenta rugía más fuerte que nunca en el inhóspito bosque de Fortheren. Los pendones se agitaban violentamente sobre las imponentes y frías almenas de la fortaleza prisión Drak’Dolo como si una fuerza invisible luchase por arrancarlos de sus agarres. Varios guardias uniformados con el emblema heráldico de la muy noble y real casa Favour vigilaban desde lo alto de las gruesas murallas el exterior de la fortaleza encogidos sobre sí mismos tratando de resguardarse de la lluvia. Muchas leyendas circulaban sobre el viejo bosque y las extrañas criaturas que albergaba. Bestias infernales, decían algunos. Brujas del lago, decían otros. Mas los que allí habitaban la fortaleza sabían que el verdadero peligro se encontraba en el corazón de ésta. Por las mañanas se podía escuchar el trinar de los arrendajos y algún que otro cervatillo curioso se dejaba ver cerca de las grandes murallas. Y en las noches de calma el ulular de los búhos y el agudo chirrío de los grillos acompañaban a los soldados de guardia. Pero esa noche los animales se habían escondido en sus guaridas dejando el dominio del bosque en manos de la tenebrosa tormenta.

En el tercer nivel de uno de los tres torreones se encontraba preso Lord Eduard Ránibal, de la casa de los Ránibal extinta hacia más de doscientos años. La celda donde se encontraba era conocida entre los carceleros como la Celda Real. Hecha de roca basta y grisácea únicamente disponía de un pequeño hueco demasiado alto para que llegase cualquier hombre y protegido por gruesos barrotes de hierro. Piedra, ventana y puerta eran los únicos elementos de la celda, ni siquiera un puñado de paja para las interminables horas de sueño de su inquilino o una manta de tela raída para las frías y húmedas noches.



Dos años, tres meses y cuatro días de encierro hubiesen hecho enloquecer a cualquiera que hubiese sido confinado en la Celda Real, reservada para los mayores enemigos del reino. Pero Lord Ránibal continuaba en aquella celda sin el menor atisbo de locura. Su figura demacrada contrastaba con los fríos y azulados ojos llenos de vida que escrutinaban la celda por entre la desaliñada melena oscura que los cubría. Tiempo atrás cualquier mujer, noble o campesina, prometida o soltera, hubiese caído ante su místico encanto. Tiempo atrás.

Los primeros días los pasó tratando de encontrar un punto débil en la celda, recorrió milimétricamente cada uno de los rincones de las cuatro paredes, estudió el aire y cualquier sonido ahogado, golpeó el suelo buscando una losa suelta pero sus intentos fueron en vano. Las pulseras forjadas por los archimagos del reino le apretaban fuertemente las muñecas recordándole continuamente que estaba privado de la magia, su mayor aliada tiempo atrás. La guardia de la fortaleza tenía terminantemente prohibido hablar con él e incluso las visitas de los que tiempo atrás fueron sus aliados se prohibieron por orden expresa del rey aislándole completamente del mundo exterior.

Los días habían pasado muy lentamente aunque en todo ese tiempo le había dado la oportunidad de meditar y urdir nuevos planes. Todas las mañanas al levantarse con los primeros rayos de sol y el suave trino de los arrendajos se recordaba a sí mismo dos palabras: “No olvides”. El resto del día lo dedicaba a comer lo que los guardias le pasaban a través de una pequeña trampilla en la parte baja de la gruesa puerta y a ejercitar su cuerpo y mente. Y al llegar la noche repetía una y otra vez los nombres de todos aquellos que le habían traicionado y encerrado: Ragnar el falso vidente, Lord Ábalon de Trintia, Lengua Dorada… Con el calor de la furia que le provocaban dichos nombres conseguía conciliar el sueño sobre la fría y húmeda piedra de la celda.

Un rayo iluminó brevemente la celda a través de la pequeña ventana. Se irguió y miró a través de la abertura a las oscuras nubles que descargaban su furia sobre el bosque de Fortheren. Se apartó la larga melena oscura de la cara y trató de imaginarse las estrellas y constelaciones que estarían escondidas detrás de esas nubes. Ylena, el Caliz, el Sabueso. Eran las únicas que podría estar viendo por el pequeño hueco. Otro rayo que cayó mucho más cerca retumbó con furia y pudo escuchar las voces de los hombres de guardia maldiciendo mientras una fina nube de humo se elevaba. Sonrió y extendió los brazos hacia los lados haciendo crujir levemente sus articulaciones. Los brazaletes centelleaban ligeramente a consecuencia de la tormenta mágica.

El aire crepitó a su izquierda levemente como el batir de las alas de una mariposa. Un fino hilo azulado surgió de la nada suspendido en el aire verticalmente. Las pulseras vibraron levemente e iluminaron la celda. Se cruzó de brazos mirando la fina brecha espacial que se había creado y que iba aumentando cada vez más. Dos figuras encapuchadas cruzaron la cicatriz y se inclinaron ante él.



- Mi señor… he cumplido vuestras indicaciones como me ordenasteis –la criatura se retiró la capucha y mostró su rostro a la luz de las pulseras. Era un hombre lagarto o reptilio. Las escamas verdinegras con manchas anaranjadas cubrían toda su cuerpo y donde debería de haber una nariz tenía dos pequeños orificios. El iris de sus dorados ojos era una fina línea rojiza que se encogió al fijarse en las pulseras de Lord Ránibal.

- Dos años, Rékidan.

- Lo sé mi señor pero tuve que…

- Tres meses.

- Los centauros no aceptaron el oro que les ofrecí y…

- ¡Cuatro días! – su voz restalló como un látigo haciendo enmudecer por momentos hasta a la mismísima tormenta que aún se cernía sobre la fortaleza.

- Pero…

La cabeza del reptilio golpeó fuertemente contra la pared de la celda cuando su señor le golpeó con el revés de la mano. Sacudió la cabeza y miró con rabia a Lord Ránibal mientras un fino hilo de sangre aceitunada le corría desde la frente. Mostró sus diminutos colmillos y su lengua siseo amenazadoramente. Su señor no se inmutó y levantó la manó amenazadoramente.

- Lo siento amo. No volveré a defraudarte –murmuró Rékidan inclinando la cabeza.

- No habrá otra oportunidad, reptilio.

La otra figura carraspeó sonoramente llamando la atención del prisionero.

- ¿Quién eres? Muestra tu rostro –susurró pausadamente Lord Ránibal.

El hombre retiró la capucha. Tendría unos treinta años y el extraño símbolo de su frente le identificaba como brujo de la Llama.

- ¿Os complace mi señor? Tiene la edad que indicasteis.

- Bien… un poco más alto pero servirá.

El brujo les miró a ambos y sacudió la cabeza enfadado y molesto.

- He cumplido mi parte Lord Ránibal. Tal y como prometí al reptil abrí una cicatriz temporal bajo el amparo de la tormenta mágica. El archimago de la fortaleza no sabe que estamos aquí. Y ahora quiero mi parte del trato.

- Cierto, brujo, pero haremos un nuevo trato.

- ¡No quiero un nuevo trato!

- ¡Querrás lo que yo ordene! –gritó el noble taladrándole con la mirada. El reptilio siseó en voz baja y miró con cierta preocupación a la puerta de la celda.

- Mi señor, deberíais de controlar el tono de vuestra voz. No sería apropiado que descubriesen nuestra presencia aquí.

Lord Ránibal le miró fijamente. Tras un tenso silencio alargó los brazos mostrándole las pulseras a Rékidan. El reptil entornó los ojos y buscó entre los bolsillos de su túnica. Sacó un pequeño anillo dorado coronado con una pequeña esmeralda bien definida y recubierto de diminutas runas que parecían haber sido tayadas con un alfiler. Miró a su señor y se lo entregó reaciamente inclinando levemente la cabeza.

- Los archimagos se darán cuenta del robo y cuando esto suceda os perseguirán y os darán caza mi señor. 

El hombre sonrió y se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha. La esmeralda lanzó un fino destello y las pulseras mágicas que los archimagos habían fabricado expresamente para su encierro cayeron al suelo totalmente abiertas y apagadas.

- No espero menos de ellos, Rékidan. No permitirán que la mayor afrenta causada al Consejo Archimago pase sin pena y castigo. Pero esta vez se enfrentarán a Lord Ránibal y les derrotaré ante los ojos del reino.

El brujo se había colocado entre ellos y la cicatriz temporal y se había remangado las mangas de su túnica mostrando unos extraños tatuajes oscuros que le cubrían los brazos. 

- Esto se está alargando demasiado –gruñó el brujo extendiendo sus brazos. De sus manos brotaron extrañas llamas verdiazules que formaron diminutas esferas llameantes ante él -. El reptil y yo acordamos diez mil coronas y no veo por aquí ni una mísera moneda. Mi compañero tiene la orden de cerrar la cicatriz si a mí me ocurriese algo. 



El reptilio dio un paso hacia él mostrando su lengua viperina amenazante pero su señor le detuvo con la mano.

- Déjame a mí. Llevo años sin practicar nada de magia, me ayudará a desentumedecer los músculos.

Rékidan asintió y se echó hacia atrás recogiendo las pulseras del suelo.

- Recordad que no nos sirve de nada muerto o mal herido.

Lord Ránibal sonrió y levantó las manos en dirección al brujo. Las pequeñas esferas de fuego mágico salieron disparadas contra el noble. El anillo que llevaba puesto centelleó y una fina barrera mágica cetrina absorvió las llamas haciéndolas desaparecer.

- Brujo de la Llama, maestro del fuego os hacéis llamar –susurró Lord Ránibal señalándole-. Cuándo comprenderéis que fuego no tiene maestros sino aprendices.

Cerró con fuerza el puño y el brujo cayó de rodillas al suelo con la cabeza echada hacia atrás. Su boca se abrió como si fuese a lanzar un fuerte grito mas de sus labios lo único que salió fue un profundo y cargado silencio. Los brazos comenzaron a convulsionarse sin control alguno y sus ojos completamente abiertos estaban fijos en un punto lejano, muy lejano.

- Experimenta lo que el fuego hace con los que ignoran sus designios, brujo.

El cuerpo del hombre se desplomó contra el suelo y se quedó hecho un ovillo tembloroso y lloriqueando extrañas palabras de perdón y clemencia.

- El canalizador de nuestro querido archimago Lord Sándalars necesita unos ligeros ajustes pero es de buena calidad –miró al reptilio y le dedicó un gesto de aprobación-. Ahora terminemos con esto. Nos queda un largo viaje.

Lord Ránibal cruzó la cicatriz temporal acariciando el anillo mientras Rékidan se arrodillaba al lado del brujo y le colocaba las pulseras mágicas. Se ajustaron perfectamente a sus muñecas y vibraron suavemente al reactivarse.

- Mi señor aún necesita una cosa más de ti, criatura –siseó al oído del brujo que abrió los ojos presa del pánico al ver que su magia había desaparecido.

La mano del reptil le agarraron fuerte del cuello contra el suelo haciendole abrir la boca para tratar de respirar. Cuando comprendió lo que quería el ayudante del noble ya era demasiado tarde.

- Sí… ocuparás el puesto de mi señor pero sería demasiado peligroso si alguno de los guardias te escucha lloriquear diciendo que no eres él.
Los dedos del réptil se colarón dentro de su boca y agarraron fuertemente su lengua. El grito desgarrador fue silenciado por la fuerte tormenta.

Lord Eduard Ránibal ha vuelto.