El Demonio Dormido - Capítulo 4

Day 2,603, 13:43 Published in Chile Chile by TrasuMiante

Capítulo 4


No pondré su nombre.

Nadie lo sabe y aunque sus parientes, si leen esto, pueden llegar a identificarla, sé que guardarán el secreto. O eso creo: varios de ellos nunca fueron muy inteligentes. Como sea.

La conocí en esos sitios de citas de internet, claro, pero ella era distinta: pese a que, en mi perfil, yo declaraba expresamente que andaba buscando relaciones “ocasionales”, sexo casual, etc. y que por su parte buscaba una relación estable y duradera, fue ella quien me contactó. “Otra que dice una cosa y hace otra”, me dije: acerté… y me equivoqué.

Le llamó la atención una de mis habilidades: “Lectura del Tarot y Quiromancia”, había escrito yo, sabiendo que ninguna mujer se sustrae a la posibilidad de saber de lo oculto, lo prohibido. Y probarlo. (¡De acuerdo: los hombres también! Pero son más disimulados… Al menos yo lo soy).

Por ahí empezamos a conversar por e-mail y una noche de domingo, sin nada que hacer y nada interesante que ver en la TV, recibí su llamada: luego de un mes y medio de cartitas, era la primera vez que oía su voz.

Y jodí.

Era una de esas voces que te rajan el alma, que te envuelven y te devoran, que te hacen desear no escuchar nunca más otra cosa… No era insinuante ni voluptuosa, tampoco vibrante ni apasionada… Era cálida, acogedora. Seductora y gentil.

Soné. Como bombo en fiesta.

Me dejé arrastrar por esa voz y lo disfruté: estuvimos hablando durante horas y quedamos de vernos al día siguiente. Pequeño problema: ella era de Santiago y yo estaba en la costa, a dos horas de viaje. Que cubrí en una y media.

Mi celular sonó en la Heladería que habíamos acordado y se cortó antes que le pudiera contestar: segundos después, se sentó a mi lado, habiéndome identificado entre todos los presentes por mi amago de respuesta. Niña inteligente.

- “¿Te gustaré?”

Me lo había dicho la noche anterior, cuando quedamos de vernos. Y la respuesta estaba en mis ojos de chiquillo que mira la juguetería: encandilados y jubilosos.

Aclaremos: no es que fuera una belleza radiante ni una “femme fatale”, no. Era hermosa sin ser despampanante, aunque luego aprendí que podía lograrlo fácilmente si lo deseaba. Era redondeada y tenía unas curvas deliciosas, aunque ella se encontraba gordita (¿Existe alguna mujer que no se encuentre gorda?) con un pelo azabache largo y liso, que hacía mis delicias. Ojos verdes. Labios finos y delicados. Me recordaba a esas bellezas del cine en blanco y negro.

Ese mismo día conocí a su familia y a la semana éramos amantes. Y ella escogió esa palabra, “amantes”: los que se aman. Y aunque al principio todo fue fogoso y excitante, rápidamente, como todas las parejas, caímos en la rutina y entonces empezó lo complicado.

Para mí, era nuevo: nunca antes había insistido en una relación; más bien me venía bien que se fueran desgastando y terminaran, por decirlo así, “de muerte natural”. Pero ahora tenía que reconocer que estaba enamorado, porque no quería que terminara. Ella tampoco, al parecer, pero ninguno sabía qué más hacer.

El sexo, antes apasionado y constante, se fue haciendo cada vez más espaciado y, finalmente, ya no lo había. Las conversaciones se hicieron tediosas y forzadas, con largos silencios… ¿Qué demonios nos pasaba? Porque igual queríamos seguir juntos, nos buscábamos, nos deseábamos.

Lo intentamos unas cuantas veces. Salimos. Hasta fuimos a un motel otra vez… Pero no era igual. Se acabó.

O eso fue lo que pensamos.

Nos conocimos en noviembre y, para marzo, ya solo hablábamos por teléfono. Yo sentía una frustración enorme. Pensaba en ella todo el tiempo, soñaba con ella. Todo lo relacionaba con ella. Sólo quería una oportunidad para estar junto a ella otra vez y las cosas serían mejores… pero cada vez que hablábamos era lo mismo y volvía a quedar derrotado, hecho mierda. Por su parte, parecía tomarlo mucho mejor: de hecho, al parecer ya ni pensaba en el asunto. Caso cerrado.

Y entonces empezó el horror.


Continuará