El Día que la Montaña Avanzo hacia el mar - I Concurso Literario

Day 2,881, 05:49 Published in Venezuela Venezuela by Maxrata II


Noche del 14 de Diciembre de 1999. Estado Vargas, Venezuela.

Fuertes lluvias azotaban la ciudad de La Guaira en Vargas, en una noche fría y solitaria. La tormenta era tan espantosa que no dejaba ver ni a una sola persona en las calles, débilmente iluminadas por los faroles. El viento era tan ensordecedor y potente que hacía que una enorme palmera, pareciese una pequeña y débil astilla. Cerca de la costa se encontraba una pequeña casa de fachada desnuda, dónde aún se podían ver, con claridad, algunos ladrillos mal pintados de color blanco grisáceo. Desde unas ventanas decoradas con un sucio plato de comida para gatos, aún desprendía la luz interior. En ella vive el señor Germán, un hombre de piel morena, con rostro severo y de prominente barriga.

– Malos días por venir, poca mercancía y justo ahora que viene navidad – se quejaba él mientras terminaba su cena y veía las noticias – con estas condenadas lluvias… es muy arrecho – dijo en tono molesto a su esposa Juliana, quien lo atendía devotamente y escuchaba sus lamentaciones.

– Bueno, ya pasarán las lluvias Germán, deja ya la quejadera, voy a montar un cafecito – comentó ella.

Era pequeña de estatura, su cabello oscuro y maltratado estaba sujeto a un fuerte moño, llevaba ropas del hogar y sus arrugas disimulaban su preocupación.
Al dirigirse a la cocina, subió el volumen al viejo radio de la cocina.

“Las fuertes lluvias siguen azotando en todo el país, se les pide a los habitantes de áreas costeras resguardarse en su casas, las clases serán suspendidas hasta nuevo aviso, ahora vamos con…”

– ¿Estás viendo Juliana? ¡Ya hasta suspendieron las clases de los muchachos! – Yo si te decía que esto no es normal – suspira el señor Germán sacando un cigarrillo del bolsillo – ¿será que es verdá lo que dicen, que el fin del mundo es en el dos mil? – mientras enciende su cigarro y acerca el cenicero.

– A pué señor, ahora si me armé yo, el fin del mundo será cuando dejes esa fumadera chico – le replica ella, acercándose con dos pequeñas tazas en la mano – aquí tienes gordo, tu café, y ya deja las preocupaciones, mañana será otro día.

Al terminar su bebida, desconectaron la radio, apagaron las luces y se dirigieron a su habitación, la cual se separaba de la cocina por una llamativa cortina, estampada con grandes flores multicolores. El señor Germán, con gran esfuerzo, cerró las ventanas pese a la fuerza que oponía el viento; su experiencia como viejo pescador le advertía que esa noche no sería tan tranquila como de verdad deseaba. Ambos susuzarron algunas palabras a la estatuilla de la Virgen del Carmen que descansaba en la mesita del rincón, para luego acomodarse muy juntos y disfrutar de un merecido descanso.

Un rayo iluminó por completo la habitación y el ruido que se oyó a continuación, hizo que la casa entera trepidara, ante la inclemente naturaleza. Alrededor de las tres de la mañana, el teléfono sonó despertando al señor Germán, quien había dormido, lo que para él eran solo dos minutos; se levantó con parsimonia y atendió el teléfono aún medio dormido.

– ¿Si, quién es? – preguntó con la voz ronca – ¡ah vaina! ¿Y eso no puede esperar hasta mañana?… ¡está bien! espérate vale, ya voy para allá. – colgó el teléfono y volteó para ver a su mujer con una fría mirada.

– ¡Ay, Virgen del Valle! ¿Qué pasó ahora Germán? ¿Qué es tan urgente a esta hora? – pregunta la señora Juliana con un dejo de preocupación en la voz e interrumpiéndose con un bostezo.

– Era Ramón, parece que la lluvia está destrozando las lanchas, si eso es así nos quedamos en la calle Juliana. Te dije que esta maldita lluvia nos iba a joder – exclamaba mientras cambiaba, apresudaramente, sus ropas – es mejor que empieces a ponerle una velita a la Virgen del Carmen, me voy que me esperan, te amo – se despidió con un beso y se adentró entre la tormenta.

Cuando el señor Germán llegó al embarcadero, vio a todos los jóvenes del barrio halando gruesas sogas, con la intención de resguardar las embarcaciones, que parecían, burdos barquitos de papel, ante la violencia del oleaje. El mar parecía un monstruo que trataba de tragarse vivo a quien se le ocurriera acercarse a él. Como pudo, trotó por la humedecida arena hasta llegar donde se encontraba su socio Ramón, quien empapado por la lluvia y el sudor del esfuerzo, le gritaba y hacía señas desesperado.

– ¡Qué mierda de lluvia Germán, las calles parecen ríos! – ¡todos los canales se han desbordado y ya hemos perdido algunas lanchas, han chocado contra el malecón! – gritaba señalando un montón de tablas de madera destruidas – ¡mira hacia el Ávila! si esa vaina se cae… ¿a dónde cogeremos? … ¡da las lanchas por perdidas! … ¡mira, aquella ya se fue! – exclamó Ramón asustado.

Germán la miró desconsolado.

– ¡No me despertaste a estas horas para nada! – ¡vamos a buscar a esa bicha ahora! – exclamó mientras empujaba a su compañero hacia el mar.
Las corrientes eran feroces y las olas parecían que iban a sepultarlos a un solo roce. Ambos nadaron con todas sus fuerzas y poco a poco lograron llevar la lancha hasta la orilla. Germán se puso de pie y en un instante sintió cómo la sangre abandonaba su rostro ante la sorpresa.

– ¿Pero qué…? ¡Ramón…Ramón! ¡Esto es un bebé! ¡Mira! – gritó con desespero.

– ¿Pero de qué me estas….? –Ramón se abalanzó hacia la nave y sintió un mareo al ver que los dos grandes ojos de un bebé de pocos meses de nacido, le devolvía la mirada asustado; estaba completamente desnudo con la excepción de un collar colgando, desde su cuello hasta su ombligo, con una “M” de madera – ¡¿de quién es esta lancha?! ¡¿Ahora qué hacemos con él?! – preguntó Germán cargándolo rápidamente en sus brazos.

– ¡Eh, miren allá! – gritó uno de los jóvenes del pueblo.

– Santo Dios…– susurró Germán abriendo los ojos.

Todo pasó en cuestión de segundos. Vieron aterrorizados como se aproximaba una enorme avalancha. Un tramo de la montaña se había desprendido y ahora se dirigía a gran velocidad hacia la ciudad. Los hombres al ver la impresionante imagen empezaron a correr en dirección contraria. El señor Germán con el bebé en brazos cayó al suelo y se atrasó en comparación con los otros. Logró levantarse y recogió al bebé, sin embargo la enorme vaguada ya lo había alcanzado. El hombre era arrastrado por una gran masa de barro que se llevaba árboles, automóviles, hogares completos y todo aquello que llegaba alcanzar. El señor Germán pudo sostenerse por fracciones de segundos en la superficie de una gran casa dónde logró poner al bebé lo suficientemente alto, lejos de la incontenible corriente. No obstante ya no le quedaron fuerzas para sostenerse y fue arrastrado irremediablemente. Una señora quien había presenciado la escena, a través de la ventana de la casa donde había quedado el bebé, salió corriendo, lo alzó en brazos y volvió a entrar subiendo por las escaleras a lo más alto de la casa, ubicándose en el techo de la misma.

La gran avalancha de barro jamás volteó a ver la gran casa donde se ubicaba el bebé, ésta, no se sabe cómo, siempre quedó ilesa de cualquier daño.

“Venezuela entra en luto después de vivir el mayor desastre natural en la historia del país, con más de cincuenta mil muertos. Las grandes precipitaciones se pusieron en complicidad con el cerro El Ávila para crear un alud de barro mortal. Miles de damnificados perdieron sus hogares…El gobierno venezolano hace lo que puede para ir en su ayuda. Aun así tenemos la mano de Dios ya que la “Casa Hogar como en familia”, resguardo para los niños sin techo dirigida por la señora Dolores Avendaño, quedó intacta a la terrible vaguada. Ella alega que es un milagro de Dios”.

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