Crónica desde mi escondrijo en eBrasil (socorro, auxilio)

Day 1,458, 08:20 Published in Spain Spain by Espaugyl




No sé si sabréis que hace unos días recibí dinero por mi trabajo… increíble pero cierto. Un tal Sumsura, un tío bajito, de orejas grandes y piel olivácea, tiene organizado una especie de concurso y dan dinero y todo por escribir (suena a tapadera de algo ilegal)… y ese fue el principio de mis desventuras. Con el dinero que recibí me convertí en todo lo contrario a lo que soy, es decir, en alguien con dinero, así que comencé a tener extrañas ideas tales como ¿qué pasaría si se me acabase? ¿cómo conseguiría que me fiasen otra vez en el bar? ¿es posible que el dinero críe y se reproduzca en cautividad? Con semejantes dudas en la cabeza decidí convertirme en un avezado hombre de negocios y me decanté por inversiones sesudas y con aparente poco riesgo… o eso creía yo. En plena inversión estaba, jugando en la oficina (en el bar, para qué mentir) a las Siete y Media, que no es una hora, cuando el destino comenzó a tejer su maraña entorno a este corresponsal.



Las Siete y Media no es tan sólo una hora y tampoco es una inteligente forma de inversión. No lo probéis, niños, acaba en ruina y en tener que trabajar, o en poner kilómetros de por medio, a causa de las deudas contraídas.


Mi original forma de invertir me estaba arruinando, y eso que un antepasado mío, un tal Don Mendo, muy vengativo él, ya nos dejó por escrito su experiencia y de generación en generación hemos recitado su opinión sobre este juego:

-Un juego vil- decía- que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!.

Y claro, yo ni puto caso y allí estaba apurando el último whisky que podría pagarme y viendo como mi premio periodístico, y el dinero que no tenía, se esfumaba. Fue entonces cuando llegó mi destino en forma de bisoño entusiasta, qué haríamos sin ellos, que anunció que estábamos invadiendo Norte de Brasil con tanto convencimiento por la victoria y nuestras posibilidades que decidí cubrir la noticia como corresponsal antes de que mis compañeros de juego, de peligroso acento ruso y abundante vodka en el cuerpo, se dieran cuenta de que este desplumado periodista se iba a la francesa para poner un océano de por medio.



Algunos de mis encantadores compañeros de juego no muy contentos de verme marchar para eBrasil


Afortunadamente el viaje corrió a cargo del Ejército, es decir, que con mi casco y mi uniforme pasé desapercibido y nadie me pidió el ticket. Según se comentaba durante la travesía parecía que habíamos desembarcado con fuerza y poderío, que los ebrasileños se replegaban a sus árboles y que la lluvia de plátanos era soportable. No quise hacerme ilusiones, pero cuando la lancha de desembarco llegó a la playa y no fuimos recibidos a platanazos y croquetazos tuve un atisbo de esperanza de que la maldición del Día de la Marmota hubiese llegado a su fin… qué ingenuo puedo llegar a ser cuando estoy sobrio.


Paseando por las ruinas humeantes de numerosos bares (los demás edificios no suelen interesarme) maldecía mi suerte por hallarme de nuevo sin blanca y con el alcohol de aquellos lugares ya saqueado o volatilizado. Mucho me llamaron la atención los puestos ambulantes, quioscos para vender Fanta o como se llamen que encontraba por los lugares asegurados por nuestras tropas, por lo que deduje que Lantanique había pasado por allí (siempre hay mercado cuando su legión de pagafantas le sigue el rastro). Distraído con esto no vi la trampa que estaba a punto de cambiar mi destino en los próximos días: Una mina ebrasileña estaba en medio del camino y como un novato la pisé con todas sus consecuencias.



Peligrosa mina antipersonas ebrasileña. Su aspecto inofensivo la hace más peligrosa aún


Perdí el conocimiento al resbalar y no sé si por días u horas, lo cierto es que cuando desperté estaba sobre un montón de cadáveres españoles, una macabra colina de soldados inertes que me hizo sospechar que quizás habíamos sido rechazados de nuevo en la invasión de Norte de Brasil. Pero lo peor fue que tropas brasileñas, con su terrible número uno al frente, iban de aquí para allá rematando a los heridos o a los que como yo estábamos decidiendo si hacernos el muerto o correr como posesos en dirección al agua, sobre todo cuando vi que tras aquel escuadrón había agentes de la GestapoeRepublik que colaboraban con el enemigo en su macabra tarea.



El terrible Colin Lantrip al mando del escuadrón de la muerte que remataba heridos españoles junto con agentes de la GestapoeRepublik ¡Y no me chocopunteéis, coño, que es su auténtico avatar!


Horrorizado vi como saliendo del montón de cadáveres se arrastraba alguien conocido… ¡era Manuel I El Conquistador! Con una carcajada Colin se dirigió hacia él con un plátano afilado, pero un Admin de la GestapoeRepublik se interpuso, lo detuvo con su fría mirada, y sin mediar palabra hizo que dos de sus hombres se llevasen a rastras al malherido Manuel… ya nadie lo volvería a ver.


No muy lejos había un abandonado puesto de venta de Fantas. Aunque estaba acribillado a platanazos y croquetazos aún tenía una puerta por donde entrar y encerrarme, por lo que arrastrándome, deslizándome cual serpiente por entre cadáveres, plátanos sin explotar y cráteres, fui aproximándome a mi refugio. Entonces un alarido me heló la sangre, un alarido al que siguió un grito patriótico interrumpido cuando le llegó la muerte, pues era otro español que intentaba huir y habían acribillado sádicamente a sangre fría los inhumanos ebrasileños.



Desarmado soldado español asesinado cuando intentaba huir de la carnicería Admin-Brasileña. Su último, patriótico y valeroso grito fue: “Me vi a cagá en los putos mon…”


Aquel pobre compatriota, aquel valiente, me salvó la vida, su sacrificio hizo que pudiese llegar a mi refugio, desde donde escribo y remito esta crónica. Tengo la esperanza de que pronto se repita el Día de la Marmota, que la bandera española vuelva a estar por aquí y aunque no se conquiste una mierda me dé tiempo a salir de esta ratonera antes de que se me acabe el Fanta y las patatas fritas. Quiero volver a mi Andalucía natal, a mi bar, con mis simpáticos mafiosos rusos y sus cartas marcadas (¡qué cosas! ahora echo de menos hasta sus amenazas, sus puños americanos y sus posibles palizas por impago).


Desde mi escondrijo de Norte de Brasil, pidiendo encarecidamente socorro y auxilio, se despide este corresponsal.


Espaugyl