Crónica sobre la maldad Admin y un holograma

Day 1,605, 13:26 Published in Spain Spain by Espaugyl




Aún me encojo al recordarlo, no lo puedo evitar, e instintivamente corro a la nevera a por hielo que me alivie e insensibilice, mi sino será morir de pulmonía o por congelación parcial, pero al menos ya me he librado de mi particular infierno Admin… Ya lo sé, parece que desvarío, así que tendré que empezar por el principio. Os narraré la Crónica de lo más espeluznante que me ha acontecido como Corresponsal de Guerra, lo más inhumano y terrible que he vivido en mi arriesgada profesión. Comencemos.


La insistencia y perseverancia de los abogados de Bombay era digna de admiración (no preguntéis, leed la anterior Crónica, todo está debidamente documentado). Por su número y aspecto parecían estar en todas partes y, de hecho, se habían dividido en grupos de letrados y efectivamente estaban en todas partes. Montaban guardia frente a mi casa, en El Bar, en mi ruinosa fábrica de armamentos, en los alrededores de la casa de Lantanique por si me daba por acosarla, en las secciones de bebidas espirituosas de las grandes superficies comerciales, en ciertos sex shops y en general en cualquier sitio en el que soliese estar o que hubiese estado al menos una vez en la vida… eran mucho más eficientes que la GestapoeRepublik, por lo que recé para que Hans no los tomase nunca a su servicio.



Los abogados de “Bombay-Nueva Delhi Lawyers al Por Mayor Asociated” haciendo guardia frente a El Bar


Varios días me llevé bajo la cama sobreviviendo a base de sabrosas pelusas, migas de pan semifosilizadas de pretéritos desayunos en la cama y alguna que otra desafortunada araña que pasó correteando ante mis narices en el peor momento, tras lo cual me di cuenta de cuan bajo había caído: debía buscar solución a mis problemas legales cinematográficos… o al menos encontrar una ruta de fuga y quitarme de en medio hasta que se calmasen las aguas.


Tomé al toro por los cuernos, Aruch mediante y sin ánimo de ofender a los toyoteros, y decidí salir por la puerta, como un señor, sin miedo, dando la cara… aunque a decir verdad la cara era un tanto irreconocible, ya que había usado ceniza como rímel, me había golpeado los labios con la plancha para que estuviesen bien rojos a falta de lápiz de labios, había utilizado un par de rotuladores para darme toques de fantasía en los párpados y una fregona vieja de un negro variopinto y orgánico a modo de peluca. Todo esto, unido a una provocadora bata a cuadros bien escotada, procurando que no se viesen las dos manzanas que completaban la anatomía de mi disfraz, me consiguió la suficiente estupefacción y asco en mis vigilantes como para tener vía libre durante unos segundos, los justos como para emprender la huida a la carrera.


Por desgracia esto sólo había servido para salir de mi casa, no era la solución, así que, aprovechando que no hay lugar más seguro para un Corresponsal de Guerra que informar en el frente de una guerra que ha acabado, decidí irme a cubrir la inminente paz. Gran error.


Apenas cinco minutos estuve en el frente, apenas el tiempo de preguntar donde estaba el bar más cercano, y al dirigirme a él pasó lo peor que le puede pasar a un confiado Corresponsal de Guerra. Cruzaba tranquilo una calle cuando fui alcanzado por uno de los últimos plátanos disparados en aquel lugar y, como no, en vez de estamparse mansamente en una pared o en un anónimo bisoño me dio de lleno, me impactó con alevosía, con maldad, con mala leche, y no me dio en sitios prescindibles como los ojos o el cerebro, no, me dio en el lugar más temido, en el lugar más sensible, en donde van todos los balonazos en el patio del colegio. Sí, me dio en mis partes más amadas y pudendas.


Desperté en un hospital de campaña, encogido y con varoniles lágrimas asomando cada vez que respiraba y recordaba aquel dolor atroz, un dolor nada comparable al de los quejicas que a mi alrededor estaban en sus camas con miembros amputados o metralla por todo el cuerpo. No sabían lo que era el dolor.



Instalaciones claramente deficientes para poder atender mis terribles dolores… incluso había más pacientes, cuando lo mío debía ser una atención en exclusiva en el hospital de campaña


Al cabo de unos minutos de gritos desgarradores, me refiero a los míos, un doctor se acercó a mi lecho de sufrimiento, leyendo mi historial, y sin levantar la vista de los papeles comenzó a hablarme.


-Señor Espaugyl, se encuentra usted en un Hospital de Campaña español. Veo que fue herido en el frente brasileño y que ha tenido mucha suerte, si el plátano no llega a estar pelado cuando impactó en sus partes ahora tendría usted la voz mucho más aflautada, habría comenzado a desarrollar un gusto exacerbado por las rebajas, adelgazar para el verano, los tacones altos y los colores que más le favorecen.

-Entonces ¿sigo siendo heterosexual?- pregunté emocionado.

-No ha sido grave. Un poco de inflamación, hielo cada vez que la cosa se ponga activa y dejar de pensar en esa Lantanique con la que deliraba con la anestesia, podrían saltársele los puntos- me contestó en modo automático haciendo ya por irse.

-¿Puntos?- pregunté horrorizado.

-Ah, bueno, es que ya que estaba aquí, y visto lo visto, como nos aburríamos y le hacía falta pues lo hemos operado de fimosis. Cuando le demos el alta puede llevarse la cazadora de cuero natural y el tambor rociero que hemos hecho con la piel sobrante.

-Aggggg- acerté a decir.

-No nos lo agradezca, para eso estamos, pero ya sabe, nada de pensar en esa Lantanique ni en fémina alguna, puede ser doloroso en los próximos días- me recomendó al tiempo que se iba en medio de mi estupefacción.



Cazadora de cuero y tambor rociero (sólo la zona de piel superior) confeccionado con lo que me sobró tras la operación de fimosis, cortesía del hospital de campaña


Cuando levanté las sábanas y vi lo que me habían hecho, los puntos, la inflamación, la gama de colores del púrpura al morado… cerré instintivamente las piernas y el consiguiente grito agónico por lo que sentí me llevó a un afortunado desmayo. Cuando desperté no sabía cuanto tiempo había pasado, pero un ramo de flores y un paquete con un hermoso laso rojo estaban junto a mi cama. Aún dolorido, tras pedir insistentemente morfina y calmantes, somnoliento y con una sonrisa bobalicona observé las flores desde la prudente distancia de un heterosexual militante y procedí a abrir el paquete pasando por alto la tarjeta que lo acompañaba.


Un extraño aparato, no más grande que un ordenador portátil, era su contenido. Lo miré por todas partes, pero sólo descubrí un botón rojo junto a una especie de lente fotográfica que apuntaba hacia arriba. Un botón rojo ¿Qué debía hacer? ¿sería peligroso? Qué mas daba, me rendí a la evidencia de que un botón rojo sin instrucciones es siempre una clara e ineludible invitación a ser pulsado, sean cuales sean las consecuencias, aunque estás sean la detonación de un arma nuclear. En cuanto lo pulsé algo se encendió en su interior, lo tiré instintivamente por si estallaba, pero para mi sorpresa una Lantanique aún más insinuante de lo normal y descocada como nunca imaginé apareció sentada junto a mi cama, mirándome, señalando su anatomía, pidiendo guerra y diciéndome todo lo que había soñado que algún día me diría y a lo que me invitaría.

De un salto quise hacerla mía, sin pararme a pensar, sin importarme que era sólo un holograma, pero antes de salir de la cama aullé de dolor al tiempo que me daba cuenta que algunos puntos ya no estaban en su sitio.



Holograma femenino que he puesto en vez del de Lantanique para no tener un chocopunto. El auténtico hace aullar y puede poner en estado licantrópico incluso a un imberbe boy scout


Cuando salí del siguiente desmayo tenía nuevos puntos, una bolsa de hielo y alguien había tapado la máquina holográfica con mis amarronados calzoncillos de diario. La nota que acompañaba el “regalo” estaba sobre la mesita de noche, la cogí y leí lo siguiente:

”Supongo que estarrá leyendo esta nota trras su primer encuentrro con mi rregalo hologrráfico, Herr Espau-Gyl. Supe de su herrida en combate y no me rresistí a mandarrle este rregalo de última tecnología que le harrá más agradable su rrecuperación. La GestapoeRepublik no le olvida, y su amigo Hans menos.”

Hans estaba detrás de todo esto, como no. Lo peor era ver lo bien que me conocía, porque mientras arrugaba la nota y la tiraba bien lejos no pude vencer la tentación de alargar la mano y volver a pulsar el botón para contemplar de nuevo a la Lantanique holográfica que me enseñaba más que nunca su anatomía y me invitaba a alimentarme de ella, textualmente.


Desde la certeza de que el dolor y la recuperación será larga mientras siga funcionando el regalo envenenado de Hans, se despide este convaleciente Corresponsal.



Espaugyl