Crónica de una depresión

Day 2,527, 12:08 Published in Spain Spain by Liwe
CRÓNICA DE UNA DEPRESIÓN

Alargo mi brazo hasta alcanzar el reloj de la mesa, ese que siempre esta ahí y no me va a abandonar nunca, miro la hora, es el momento de cambiar de posición. Giro mi cuerpo hasta encontrarme boca abajo y con la mejilla derecha en la almohada. Esta húmeda, ya son muchos días sin salir de la cama y sin dejar de llorar. El sitio donde antes eran mis sueños ahora se ha convertido en el mar salado más amargo del mundo, de mi mundo. Solo esbozo una sonrisa cuando al darme de nuevo la vuelta encuentro algo de comida en la mesa. Alguien me quiere, alguien que está preocupado por mí, no se quien es, no le he visto la cara, solamente he oído sus pasos, intenta no hacer ruido para no despertarme, lo que no sabe es que no duermo.


Me como lo que me trae en una bandeja de color verde, no dejo nada de comida en el plato, cojo un boli y un papel y siempre escribo el mismo mensaje:



Intento expresar en una hoja de papel esa sonrisa que siento al escuchar a esa persona varias veces todos los días. Se que un día tendré que salir de esta cárcel de sabanas y enfrentarme al mundo, al otro mundo. ¿Y si esa persona no está ahí? ¿Qué pensará de mí? ¿Me querrá de verdad o solo sera otra engañifa de esas que me pasaron? Primero tengo que confiar en mí mismo para poder confiar en los demás.


Llega la hora, entra en mi habitación silenciosamente para no levantarme. Deja la bandeja, noto su mirada, se acerca lentamente hasta notar sus labios en mi mejilla, un escalofrío recorre todo mi cuerpo hasta los pies. Noto que una gota cae sobre mí cuando sus labios se despegan, también esta sufriendo, por mi. Cuando noto que se ha ido me doy la vuelta y empiezo a comer el puré de verduras con una decoración especial hecha con perejil picado. Cucharada a cucharada pensando en la persona que me prepara esto, consigo terminar el cuenco, escribo la nota y dejo todo tal y como estaba, vuelvo a la misma posición de partida, llantos y más llantos.


Lo tengo decidido, algo tiene que cambiar y no hay ningún factor externo que me vaya a quitar el dolor que tengo. He de abandonar mi zona de seguridad y enfrentarme al exterior. Me quito la sabana que me ha estado acompañando todo este tiempo, hace frío y eso me produce un escalofrío, distinto al anterior. Me incorporo con la ayuda de mis brazos, mis pies caen de la cama para darme el apoyo necesario para ponerme de pie. “Vamos, tu puedes” piensa mi cabeza, la primera vez en mucho tiempo que confió en mí mismo.


Por fin me pongo de pie después de coger impulso muchas veces. Todo se ve distinto desde ahí, observo el camino hacia la puerta, el que ha recorrido esa persona por mí. Me dispongo a realizar el mismo en busca del apoyo necesario para continuar. Doy un paso y la rodilla me flaquea. Caigo al suelo, de nuevo vuelvo a caer. Mi cabeza sigue pensando lo mismo, “vamos, tu puedes”. Mi brazo alcanza la cama, el apoyo que necesito para poder levantarme. Esta vez me apoyo en la mesa hasta llegar a la puerta.


¿Estará esperando detrás de ella? Yo espero que si, mi cuerpo cada vez está más débil. Abro la puerta y una luz me ciega, no veía luz natural desde hace mucho tiempo, proviene de una ventana a unos 30 metros de la puerta. Hay un largo pasillo que tengo que recorrer para poder encontrarme con esa persona, pero ahora no hay mesas ni ningún objeto al que agarrarme, solo paredes. Consigo equilibrarme poniendo las manos en las paredes y avanzando lentamente. Miro hacia un lado y me encuentro un espejo, me veo reflejado pero no soy yo, ríos surcan mi cara llena de suciedad. ¿Tanto tiempo he estado ahí? ¿Habré perdido gran parte de mi vida lamentandome de la misma? Continuo mi camino hacia la puerta, cada vez queda menos.


Paso a paso, lágrima a lágrima consigo llegar a la puerta. Oigo una voz varonil que proviene de la sala. ¿Es él quien me ha estado esperando todo este tiempo, quien me ha preparado la comida, quien me dio ese beso que me ha devuelto a la vida? Tomó la curva, ya estoy en la puerta, no es como yo me imaginaba la habitación. Al mirar al suelo, me encuentro otro mar distinto al mío, un mar lleno de pañuelos blancos de papel arrugados. Alzó la cabeza y encuentro a una mujer sentada en un sofá, con un pañuelo de la mano. Nuestras miradas se encuentran, ella suelta el pañuelo de papel y se levanta, se acerca lentamente, y al llegar a mi me da un gran abrazo, yo lo correspondo, ya no necesito ningún apoyo, ella es mi apoyo.


Juntos agarrados de la mano realizamos el camino hasta llegar al sofá, sin prisa pero sin pausa, asegurando el pie en cada pisada, dejando una marca de sudor al levantar el pie. La parte trasera de mis rodillas rozan en asiento y ella me ayuda a sentarme correctamente. Acompaña mi cuerpo hasta que mi espalda coincide con el respaldo.


Miro al frente, me encuentro a un señor hablando de algún tema que no reconozco muy bien cual es, su voz me hipnotiza, no puedo parar de escuchar lo que dice, entiendo algunas de las palabras, aquellas con las que he estado relacionado estos días, dolor, lagrimas, constancia, rutina, superación. No me he dado cuenta, mientras yo miraba embobado el televisor ella se ha sentado a mi lado y no deja de mirarme. Por segunda vez se cruzan nuestras miradas, hace un gesto con la mano, la voz deja de sonar, ahora la pantalla esta negra. Ha llegado el momento. Noto que necesita decirme algo, esta triste, lo noto en sus ojos. Todo me viene a la memoria en ese mismo instante. Quizá sea mi consuelo hablar con ella, pero nunca podré hablar de nuevo con mi verdadero amor, toda mi vida me preguntaré si aquel maldito volantazo fue en la dirección correcta. La he perdido para siempre.