[RELATO] No te desobedezcas

Day 2,490, 06:18 Published in Spain Spain by johnnhy


Llega un momento en el que uno se da cuenta de que necesita ayuda, por más que pese y duela admitirlo. Y, a pesar de todo, si no hubiera sido por la detención y por el diagnóstico del doctor, no hubiera estado dirigiéndome -esposado y escoltado- a recibir esa supuesta ayuda.

Me dejaron sólo en el despacho con aquel hombre. Demostraba una falta de interés demasiado exagerada, y empezó sus preguntas con la mayor de las apatías. Yo, después de aquellas semanas, y de lo que había pasado, me decidí a contárselo todo, desde el principio hasta el final, aún dudando de que aquella persona realmente fuera a ayudarme, ya no por poder sino por querer.

“Empezó donde uno menos se lo esperaría, en un juego de internet, eRepublik. De pronto un día, al entrar, recibí un mensaje privado aterrador, y no por el contenido, sino por el remitente. Según el juego, yo mismo me había enviado aquel mensaje. Supuse que era un bug, pero tras intercambiar dos mensajes me di cuenta de que aquella otra persona era, sin duda, yo mismo. Y me pedía ayuda. Enseguida cerré hasta el ordenador queriendo olvidar aquel suceso, y queriendo creer que había sido una broma de mal gusto.

Al cabo de dos días volví a entrar y seguía insistiéndome. ¿Por qué no me ayudas?, me pedía. Lo ignoré y me dirigí al chat IRC, un chat online con gente del mismo juego donde solía pasarme bastante tiempo. Tras saludar a los que más apreciaba, sonó el sonido que indicaba que tenía un query -una conversación privada en ese chat-, y casi me caigo de la silla al ver que era nuevamente yo mismo hablándome. No tenía ningún sentido, mi nick estaba siendo usado por mí, y además estaba protegido por si acaso. Aquello se estaba convirtiendo en algo aterrador e irracional. ¿Cómo podía abrirme alguien query con mi mismo nick? Aquello no podía ser una broma.

No quise contestar a su nueva petición de ayuda, y cerré el IRC. Estuve una semana sin entrar al juego ni al chat, muerto de miedo. Ni siquiera le había contado a nadie lo que me había pasado, tragándome yo mismo el peso de aquella angustia. Cuando entré, tanto en el juego como en el chat, en menos de un segundo tenía tanto un nuevo mensaje como un nuevo query. Así que decidí dejarlo un tiempo, sin prisa. Si era una broma estaba demasiado bien elaborada y quien quiera que fuera no podía tener buenas intenciones, y si no era una broma… no quería ni pensarlo.

Pero todo cambió a los diez días de haber dejado abandonado el juego, cuando me llegó un WhatsApp de mí mismo. “Hazme caso y ayúdame”. En ese momento recuerdo quedarme inmóvil en clase, no sé por cuánto tiempo, tratando de encontrar una explicación razonable a todo aquello. Como es de esperar, no contesté y por absurdo que parezca, me bloqueé a mí mismo para no recibir más mensajes. Entonces llegó el día que sonó mi teléfono y se me heló la sangre al escuchar mi propia voz al otro lado de la línea.

No, no era una broma. Lo entendí entonces, pero no quise entender lo que estaba pasando. Quería explicárselo a alguien pero sabía que se reirían de mí. Antes estaba algo asustado, ahora tenía miedo, verdadero miedo. ¿Y si estaba realmente loco?

El teléfono sonaba cada día, y a veces más de una vez al día, y me limitaba a silenciarlo y no contestar. Así conseguía sobrepasar los días sin tener que comerme la cabeza. Pero un día, aquel donde recibí más de veinte llamadas, me harté y decidí cogerlo. Tras escucharme como me estaba dando la bronca a mí mismo por ignorarme y volver a pedirme ayuda, me limité a gritarle que me dejara en paz y que no volviera a llamar jamás antes de colgar. No me hizo caso, así que di de baja mi teléfono.

No fueron más de cinco días tranquilos, una tranquilidad casi aterradora después de más de un mes recibiendo el acoso de mí mismo. Sabía que algo no funcionaba en mi cabeza, que aquello era locura, pero trataba de luchar contra esa realidad, sin saber que era imposible vencer. El peor día de mi vida fue cuando mi reflejo del espejo se rebeló contra mí, desobedeciéndome y hablándome. Estaba tan asustado, que se me caían las lágrimas. Seguí negándome a hacerle caso a mi otro yo, rompí el espejo y salí corriendo. Pero aquel no fue sino el primer reflejo que se me iba a rebelar, y tuve que quitar todos los espejos de mi casa y evitar cualquier otro que hubiera por el mundo. Hasta mi sombra se movía con independencia, quejándose por mi negativa a ayudarle.

Estuve más de un mes encerrado en casa, sólo salía para ir a comprar comida, nada más. Me di de baja de la universidad, y desaparecí para todo el mundo. Casi cada día me venía a la mente la idea de contarle mi problema a mis padres o a algún amigo, al fin y al cabo, había demostrado que yo solito no podía seguir esa lucha, pero siempre me echaba atrás. Así que, indispuesto a ser ayudado, decidí enfrentarme a mi fantasma, eligiendo una forma donde pudiera huir fácilmente, una de las primeras formas en las que se comunicó conmigo, el chat IRC.

Ni siquiera habían pasado diez segundos y ya me había abierto query. Con manos temblorosas, le respondí iniciando la conversación más escalofriante que uno pueda tener. Me insultó y me criticó durante varios minutos, rabioso por todo aquel tiempo que me había estado esperando, mientras yo me limitaba a pedir perdón sin saber por qué debía lamentar. Y después volvió con lo mismo de siempre, que necesitaba mi ayuda, y tras preguntarle, me lo explicó. Me dio una dirección y me dijo que me llevara el móvil que había al lado del portátil, que lo iba a necesitar. No sabía cómo había llegado ese móvil allí, pero dispuesto a acabar con todo aquello, le hice caso.

Fui allí y me encontré en la consulta de un doctor. La secretaria se asustó por mi aspecto, al fin y al cabo llevaba más de un mes sin afeitarme ni peinarme. Por el móvil me dijo que pidiera cita urgente, y me pidió que esperara. Nada más sentarme me llegó la orden que más temía. Me empezó a decir por teléfono que no me fiara de ella, que iba a llamar a la policía, que lo impidiera si quería ser libre.

Entiéndeme, doctor, yo no podía aguantar más.

Me levanté, agarré una estatuilla que había en la vacía sala de espera y fui hacia la secretaria. No tuvo tiempo ni de gritar antes de que la golpeara y la dejara inconsciente. Tenía el teléfono en la mano, mi otro yo tenía razón. Había dejado de pensar, había dejado de comerme la cabeza, cogí el teléfono y me limité a escuchar mis próximas órdenes, no sin antes hacer que me prometiera que después sería libre y se iría. Entré en la consulta y el doctor estaba con una niña y su madre, auscultándola. Se fijó en la estatuilla manchada de sangre y se quedó mudo. Quiso forcejear pero fue inútil, le logré tirar al suelo y después le hundí la estatua en el cráneo. No sabía por qué lo hacía, pero era feliz sólo de pensar que sería libre.

Dejé que la niña y su madre se marcharan. Pronto llegó la policía y me encontró ahí sentado, con la estatuilla en una mano y el teléfono en la otra. Buen trabajo me dijo mi otro yo.

Me costó bastante los días siguientes volver en mí. No me hacían más que preguntas y preguntas, pero yo no estaba dispuesto a contarles la verdad. No quería que me trataran de loco y me enviaran justo donde estoy, en un manicomio.

Debe entender, que lo peor de todo no es haber matado a alguien que ni siquiera conocía, no es estar encerrado y rodeado de locos, no es que mis padres y amigos hayan renunciado a mí. Hay algo mucho peor, y es que mi otro yo nunca se marchó, sigue aquí, conmigo, acosándome, y pidiéndome más “ayuda”. Sólo quiero que me ayude, doctor, haga que desaparezca.”

El doctor me explicó que tenía el trastorno de personalidad múltiple, algo que ya había sospechado yo anteriormente y, por tanto, nada nuevo. Quiso saber más cosas sobre mí, queriendo saber si habría algún motivo oculto para que mi otro yo me hubiera pedido aquel favor, pero no había nada. Entonces, le pregunté sobre si podría ayudarme, y me ofreció pastillas.

Me reí de su absurda respuesta, y ante su incredulidad, me levanté y salté por la ventana abierta, estrellando mi cabeza contra el suelo desde aquel tercer piso, y siendo, por fin, libre.