(Misión 2/3) Mi pueblo natal, o de realidades fracturadas.

Day 3,363, 10:57 Published in Chile Chile by Kalfu P L S

En mi pueblo hay un brujo homosexual.

O sea, un brujo, no sé. Hechicero quizás, escuché decir. En mi pueblo se dicen -y se escuchan- tantas cosas. Es como estar en la mente de Jorge Baradit cuando, fumase o aspirase lo que fuere, se puso a escribir Lluscuma.

Hay un par de vecinos que fueron víctimas de la Dictadura. Pero eso no se dice.

Hay un par de pacos retirados responsables de una que otra detención arbitraria. No los juzgo. La maquinaria que puso en marcha la dictadura era tan fuerte que, o andabas a su ritmo, o eras despedazado como cómplice del marxismo internacional. Y eso no es un lujo que te puedas dar cuando eres paco raso y tienes tres hijos de los cuales cuidar. Eso, como no, tampoco se dice.

En mi pueblo, la realidad está fracturada de tal forma que del portón de tu casa pa' fuera todo convive en una amalgama de de colores dulces y agrios tal que tus oídos revientan al menor descuido.

En mi pueblo no puedes protestar contra cierta empresa que mata cisnes y contribuye a depredar el bosque, porque tu tío, tu abuelo, tu viejo, tu hermano trabaja ahí y lleva el sustento a la casa. Comemos cisnes muerto y bosques talados.

En mi pueblo, te indignas por la corrupción de los políticos, pero si te invitan a participar, a votar, a hablar, a patear o gritar, a protestar, dices "no", porque tu no te metes en huevadas.

La realidad está tan fracturada que tengo dos cerebros, el que dicta lo que aquí escribo y el que dicta lo que digo y hago en la calle.

En San José de la Mariquina, cuna de traidores como Juan Manqueante, el "ahuincao", que vendió el valle a los extranjeros por un poco de poder, la realidad está disociada, quebrada, fundida y vuelta a pegar, ¡Malaya la hora en que pasó!

Nos pusieron un alcalde en Dictadura y nosotros, como los huevones, lo reelegimos año tras año hasta que se levantó un joven trabajador del Registro Civil que trajo algo de esperanza a la gente. Pero como el pobre no tiene las facultades de solucionarle la vida a dieciocho mil almas en pena, terminará su periodo en poco tiempo más, cargando sobre sus espaldas acusaciones de todo tipo, incluida la de ser un homosexual. Como si la huevada fuera un crimen. Y como si ello significara un menoscabo en su capacidad de representarnos.

Parece ser que en San José tenemos la manía de decir "y más encima parece que es gay" acerca de todo aquel que nos desagrada. Y, puta, ojalá dijéramos "gay", "homosexual", "lesbiana". Usamos eufemismos tan huevones como "se le queda la patita atrás", "maricueca", "rarito/a", "colipato", y un largo etcétera que nuestros prójimos con distintas orientaciones sexuales tienen que soportar desde que tienen la mala fortuna de venir al mundo en alguna sala del Hospital Santa Elisa. Y como si con decir HOMOSEXUAL se nos fuera a caer el puto apellido (si se nos cayera, no caería desde mucha altura, en todo caso).

De la cuna de traidores que es el Valle de Mariquina, alguien como el brujo-gay es el chivo expiatorio, aquello ante lo cual la correcta gente del pueblo se tapa los ojos y dibuja una mueca de asco. Miramos al brujo y vemos nuestra mala consciencia, nuestros propios actos. Eso es el brujo. Una poción, que tranquiliza el sueño de los honrados e hipócritas vecinos. El brujo es un amuleto, un fetiche que cuelga de las paredes de este pueblo como recordatorio inmundo de nuestro destino glorioso, de nuestro sino de aldea sumisa y trabajadora, con la silueta de Manqueante yaciendo bajo los cimientos de esa mole grotesca, de ese puñal en el costado de nuestra Ñvke Mapv que es la Celulosa, y asomando detrás de la cúpula del templo parroquial.
Los buenos cristianos del pueblo ven al brujo y oran diciendo: "Gracias señor porque no soy como él, que es corrupto, sucio y colipato".

Los bosques están quebrados, los cerros se agitan, violados una y otra vez por hombres terribles hijos de esta misma tierra. El río Cruces es una cruz donde toda vida acaba, en esas aguas que burbujean infectas. El cerro Santa Laura es mudo testigo, bastión solitario de otra época, antes del pino y del eucalipto, cuando el bosque se pertenecía a sí mismo.

San José de la Mariquina se ahoga en una danza con el futuro, que es un cierta muerte incierta. El pueblo sumiso de siempre, obediente, complaciente. Es aquel que contentas con pan y circo y palo y bizcochuelo. No conozco pueblo más facho, más penca, más fome. Y yo soy un hijo más de él. Si pudiera cortar el cordón umbilical que me une indisolublemente a este montón de casas arrinconado entre dos lagrimones de la Cordillera de la Costa, lo haría. Si pudiera.

No quiero envejecer y decir en mi corazón, golpeándome el pecho, "gracias, señor, porque no soy como el brujo".