Join the new world

Cuando me alisté, jamás imaginé las vivencias diarias que iba a vivir. Los reclutadores, en un comienzo, hacían parecer todo como un viaje de aventura en el que no había posibilidad de sufrir. Nos mostraban los lugares de destino casi similares a un paraíso. A decir verdad, no mintieron. Eran lugares paradisíacos en los que un grupo siempre viajaba al más allá. Al principio, me costó acostumbrarme a compartir una noche de algarabía con soldados que al otro día teníamos que embolsar. Así, me fui convirtiendo en una persona taciturna que al pasar los días iba haciéndome tatuajes en mi cuerpo con el cuchillo de campaña. Ya estaba totalmente habituado con el terreno y disfrutaba salir a patrullar. Olía mi propia adrenalina fluir de mis poros cuando apretaba el gatillo y barría con aquellos que nos amenazaban. En el campamento, los novatos se acercaban para que les brinde consejos, para que les dijera como podían sobrevivir. Sin embargo, algo asombrados escuchaban que tenía la seguridad, a pesar de haber sobrevivido muchas batallas, que yo quedaría en esas tierras para siempre. Los más espantados, en un altísimo porcentaje caían al otro día. Aquellos que trataban de sobreponerse al mito, vivían un tiempo más. Pedí al Sargento que aclarara a los recién llegados que no se me acerquen. No deseaba sentirme responsable de muchos que al verlos caminar, ya tenían la sentencia decretada. El Sargento no hizo caso a mi petición. Los muchachos siguieron cayendo y yo, para ahogar mis penas, sólo pensaba en seguir matando.