Pastores...

Day 2,364, 13:58 Published in Spain Spain by Irreductibles


10 días desde la invasión – Pirineos catalanes (Frontera de Chile-Argentina)

De un grito la cabra vuelve con el rebaño y continúo mi pausada marcha al lado de los animales. A mis 17 años ya se todo lo que debo saber para dirigir bien al ganado y mi abuelo está orgulloso de mí, pero en el fondo temo que desaprueben mi auténtica ilusión en la vida, ser soldado español.

El paisaje es idílico, estoy probando nuevas rutas y buscando nuevos prados para pasturar, los que están cerca de casa cada vez están más secos y deberíamos dejar que se regeneren. Me paro un momento en el mirador a observar el paisaje. Kilómetros y kilómetros de bosque se es extienden formando un tupido manto sobre el verde valle.

Se acerca tormenta, hay que ir terminando y volviendo a casa, el camino es largo y quizá nos cae la lluvia encima. Me siento y me quedo mirando un rato más el paisaje mientras los animales acaban de comer. Al cuarto de hora salimos y volvemos al bosque por el que pasamos antes.

Mientras camino encuentro ramas dulces, me encantan esas ramas. Cojo una y empiezo a masticarla. Pasamos un rato tranquilo, aunque con cada vez más frío por la tormenta. Súbitamente las cabras más cercanas a mi empiezan a correr, y empiezo a gritar y a darles órdenes para que se reagrupen, pero no me hacen caso.
De repente una mano me coge el cuello por detrás y tapa mi boca con fuerza, haciendo impactar la rama dulce contra mi paladar de una forma atroz, y consiguiendo que empiece a brotar sangre que escupo a raudales entre los dedos del hombre que me inmoviliza. Me pide suavemente y con un hilo de voz muy fino que no grite, y me quita la mano poco a poco.

Me giro y me encuentro un soldado chileno herido en el costado y lleno de cortes y magulladuras. Sangra profusamente por su herida y me mira con cara suplicante. Me pide que le refugie, que le persiguen soldados argentinos. Me quedo bloqueado. Le pregunto rápidamente por que razón le atacan los argentinos a él, y lo que me cuenta acaba por asustarme aún más. Existe entre ellos una guerra fría por la supremacía en Europa, y las cosas son cada vez más tensas.

Acepto su petición, pues por mucho recelo que tenga en ello es una obligación moral. Cargo al chileno sobre mis hombros y empiezo a correr con la fuerza que me da mi temprana edad. Las cabras me siguen, pocas pero es suficiente, no son lo importante. Noto como la sangre recorre mi espalda, pero no es mía esa sangre. Se está muriendo y se está muriendo en mis brazos, no puedo permitir que muera así pues no podría soportarlo.

A la media hora llegamos a la aldea, y los pocos habitantes empiezan a llegar corriendo de todos lados por si me ocurre algo. Inmediatamente llevamos al herido a mi casa y lo colocamos en la cama de mi hermano mayor, que murió hace 9 días a manos de los argentinos…

Mi madre llega a la habitación con más mujeres de la alcea y se ponen a trabajar con el chileno. A mí me sacan fuera, a la calle principal que ni siguiera esta asfaltada, y me siento apoyado en el muro de mi casa.

Veo a un grupo de niños mirando el pozo que tenemos en las afueras, todos rodeándolo y jugando a lanzar piedras. Detrás del bosque está el bosque, del que hace poco había vuelto. De pronto un objeto redondo rueda desde el bosque hasta donde están los niños. Tardo demasiado en comprender lo que pasa, y ,a grana estalla acabando con la vida de los 7 niños. Todos los que estamos en la calle nos quedamos quietos, empiezan a llover granadas de humo por todas partes, es un caos.

No hay ningún soldado en la zona, así que todos los hombres corren a sus casas a defender a sus familias. Entro en casa rápidamente y corro a la habitación donde está mi madre. Mientras voy veo a las mujeres que estaban ayudando salir corriendo. Llego a la habitación y encuentro a mi madre sentada en una silla con un rosario en la mano con la mirada perdida en el suelo. El chileno está levantado, cogiendo su arma y acabando de prepararse los vendajes. Se escuchan disparos y gritos de mujer, las que habían salido del edificio. Los argentinos no quieren testigos.

El soldado me manda ir a por un cuchillo y se coloca en el pasillo principal apuntando hacia la puerta. Yo me quedo en la cocina con el arma arrodillado y esperando a que pase algo. Oímos puertas romperse, más tiros, gritos, llantos , cristales rotos…

Pronto llegan a la casa, y abren de una patada la puerta. Desde donde estoy veo al chileno que con una rodilla en el suelo dispara 3 balas seguidas. Instantáneamente escucho 3 cuerpos caer secamente al suelo. Llegan más pasos, sigue el tiroteo, hasta que se le acaban las balas y se lanza a la cocina mientras una bala impacta en su hombro. Saca una pistola del pantalón y me cubre detrás de él. Mata a dos argentinos que entran a la cocina. Se levanta como puede y me lleva con celeridad al patio de la casa. Cierra la puerta del patio con el cerrojo, y se va a una esquina a contar las balas. 7 balas, 7 oportunidades.

Empiezan a golpear la puerta una y otra vez, hasta que dos de ellos se juntan para hacer fuerza simultáneamente y derribar su frontera con nosotros. Consiguen hacerlo pero caen al suelo, y el chileno les remata mientras se levantan. Entran más y más, acaba con uno, con otro, y así hasta cinco. Entonces lanza su arma y se le lanza al cuello del último que acaba de entrar. Se intercambian puñetazos hasta que el argentino saca un machete y le raja la garganta de un sablazo.

Se levanta lentamente. Veo como aparecen más argentinos, por el tejado de la casa y encima del muro. Se acerca hacia mí de frente, dejando caer su chuchillo mientras se acerca. Retrocedo hasta tocar la pared con la espalda, pero acaba por ponérseme de frente. Me mira fijamente y me da un puñetazo en la cara. Caigo en el suelo, pero mantengo el cuchillo dentro de la manga sujetado por la punta de mis dedos. Se coloca encima de mí y empieza a darme puñetazos, pero los soporto, los del norte no somos blandos. Empiezo a sangrar por la nariz, y vuelvo a hacerlo por la boca. Noto como mi cara se desfigura poco a poco, hasta que me da una oportunidad. Me intenta dar un cabezazo, pero en el instante en que consigue estampar su frente contra la mía le sujeto del cuello y le clavo el cuchillo en el vientre.

Cae lentamente sobre mí mientras el cuchillo atraviesa su carne. Me mira fijamente a los ojos, aún vivos, antes de empezar a vomitar sangre sobre mi cara. Deja suavemente su cabeza junto a la mía y suspira por última vez, como muchos han dado un último suspiro hoy.

Alcanzo a limpiarme los ojos llenos de sangre a tiempo para ver como un argentino me apunta desde el tejado y aprieta el gatillo. En una milésima de segundo consigo pensar en lo que habría sido una vida de soldado español en mi madurez, pero ese pensamiento se pierde instantáneamente, se pierde junto a una marea de sueños y esperanzas que acaban de inmediato, y así acabo por dejar de pensar…