Juguete roto...

Day 2,404, 06:44 Published in Spain Spain by Irreductibles


Un día cualquiera de la resistencia – Campanario de Guadamur (Toledo)

La última barrita de chocolate. Está rancia, quizá por las semanas que lleva fuera de su envoltorio, quizá porque se ha acabado pudriendo por la humedad. En fin, el último desayuno basura que me queda, el último desayuno en general…

Cierro los ojos he intento saborear el chocolate, sentir como los barquillos crujen mientras los muerdo. Me acabo la barrita y me quedo unos minutos intentando retener su gusto en mi boca el máximo tiempo posible.

De pronto escucho las latas, las latas de aluminio que tengo repartidas por cada entrada a la plaza, por cada balcón de cada casa que da a la plaza, al campanario de la iglesia. Paro unos segundos para averiguar de donde viene el sonido… Del norte.

Cojo mi fusil y me lanzo rápidamente a la repisa que da al norte. Pego mi cuerpo al suelo y visualizo toda la zona rápidamente. En una esquina de la calle mayor, dos soldados argentinos. No me ven. Me tiembla el pulso, son los efectos de dormir una hora al día. Les abato de un tiro a la cabeza, dos tiros. Con eso ya solo me quedan 319 balas.

Espero 10 minutos más por si vuelve alguien, pero nada. Vuelvo a mi rincón a pensar, a pensar en que pensaré en las siguientes horas de soledad.
Me llevo un dedo a la boca para intentar morderme las uñas, pero ya ni me quedan, los nervios y el aburrimiento han acabado con ellas. Enciendo un cigarrillo y me pongo a fumar hasta que noto que la punta de mis dedos se quema y que me lo he acabado.

Me acuesto levemente en el suelo del campanario, cada vez más podrido por el tiempo, que pronto cederá conmigo encima. Empieza a llover, lo cual me ayuda a dormirme.

No sé ni cuánto tiempo me mantengo dormido, pero de pronto todo empieza a desmoronarse. Me levanto sobresaltado del suelo e intento asimilar que está pasando. Cientos y cientos de latas chocando unas con otras por todos lados, un ruido infernal, que confabula para taladrarme la cabeza, penetrar dentro de mí conciencia como clavos ardiendo.

Me arrastro rápido por el suelo hasta que llego a una repisa, y lo que veo bloquea todos mis músculos y me deja quieto, sin saber como reaccionar.
Decenas, centenares de soldados llegan por todas las calles en dirección a la plaza, pero tengo una ventaja, no saben dónde estoy o al menos eso creo.

Cargo mi fusil hasta el límite y empiezo a despejar los balcones y tejados.
Uno tras otro caen de sus posiciones, sin cesar, sin saber siquiera desde donde llega el portador de la muerte, desde donde llegan mis balas.

Limpio todos los tejados y balcones, y empiezo a atacar las callejuelas cercanas, sin piedad alcanzo a mis enemigos en los ojos, o en la cabeza, pues es la única parte del cuerpo que asoman desde sus escondrijos , aunque con mal resultado pues siempre acierto. Cuento decenas, hasta que supero el centenar. Pierdo la cuenta con 119 caídos enemigos.

Podría haber sido más fácil, podría haberme quedado quieto desde el principio y no haber disparado. Habrían pasado de largo y yo estaría a salvo, pero ya es tarde y no puedo, no quiero parar de disparar, después de tanta muerte me he acostumbrado, me parece incluso divertido, como si fuera un juego de cartas, donde cada uno apuesta su vida y los jugadores con mejor mano ganan la partida.
Empiezo a correr entre las cuatro repisas del campanario para intentar retrasar al máximo a sus efectivos abatiendo a sus primeros pelotones.

Con cada recarga que hago aumenta mi placer y mi miedo al mismo tiempo. Placer por cumplir mi deber de ejecutar enemigos sin más, y miedo porque las balas se acaban, y por lo que veo no son suficientes. Busco una manera de escapar, pero no la hay, los enemigos llegan desde todas las calles y aunque intentara entrar a alguna casa no escaparía, el pueblo está infestado.

Sigo moviéndome y acabando con más y más argentinos. Acabo otra caja de balas, y saca una más. Recargo dos veces seguidas y luego una tercera, pero no disparo. Extiendo mi mano hacia tras buscando algún suministro más, pero no encuentro ninguno. Giro mi cabeza aterrorizado. No me queda ninguna bala, y siguen llegando más y más enemigos.

Pierdo demasiado tiempo con este hecho, y los argentinos consiguen acercarse lo suficiente para disparar hacia el tejado. El estruendo es brutal, han llegado muchísimos y con ellos muchísimas armas que disparan a la vez. Veo como los impactos acaban en los pilares o siguen su trayectoria sin encontrar objetivo, perdiéndose en el cielo.

Me quedo quieto lo más pegado al suelo que puedo hasta que cesan los disparos. Solo se escuchan pasos sobre la piedra del pavimento de la plaza.
Empiezo a oír un ruido metálico pero profundo y estridente, no son las latas de aluminio. Los pasos por la plaza cesan, como queriendo dejar paso al otro sonido, más potente y elevado que cualquier otro.

Me acerco y me asomo levemente, pero lo justo para ver que acaba de entrar un tanque en la plaza y notar como una bala impacta sobre mi ojo y se incrusta en mi cráneo sin llegar a atravesarlo.

Me lanzo hacia atrás por la propia inercia del balazo. Grito con todas mis fuerzas de dolor, y me levanto para volver a lanzarme en el suelo aporreándolo una y otra vez por el dolor. Veo los restos de mi ojo por el suelo, pero no le presto atención, el dolor es insufrible y no se cual es mayor, si el de mi ojo perdido o el de la bala en mitad de mi cráneo.

Pierdo completamente la razón y cojo mi fusil del suelo, me levanto y empiezo a disparar hacia todos los lados sin apuntar, pero aun así no fallo y acabo con 3 francotiradores antes de que una ráfaga de balazos me atraviese por completo.
Caigo de rodillas, justo en la repisa, sin intención de mantener el equilibrio. Solo veo por un ojo, veo toda la plaza, veo centenares de cuerpos en el suelo, veo a mis víctimas, veo la gloria que jamás reclamaré como mía, hasta que veo el cielo, lo veo mientras caigo del campanario sin poder hacer nada ni con la más mínima intención de hacerlo.

Mientras caigo veo como un proyectil de tanque destruye por completo la que ha sido mi casa durante un largo tiempo y como vuelva en pedazos lanzando miles de trozos de piedra por los aires.

Un instante después descanso sobre el suelo yermo y frío, con mi ojo abierto, observando la lluvia caer, como un triste recuerdo de lo que somos, un juguete de carne hecho para matar y para hacer sufrir…