El paraíso inventado.

Day 2,717, 04:28 Published in Spain Spain by Barriga Verde




Introducción.

Al igual que Manolito Gafotas, muchos en algún momento de su vida habréis querido tener un pueblo al que volver, un lugar ideal donde pasar las largas tardes de verano entre la siesta y los baños en el rio, el tomar el fresco jugando al tute o al mus, mientras se comparten unas cervezas de litro por la noche, y luego al acostarse tener que cerrar la ventana porque en la sierra, al contrario que en tu barrio, refresca; dormir toda la noche en el silencio que solo puede ofrecer el pueblo cuando la última señora de tu calle, recoge la silla de enea y se retira.

La gente, también supone una diferencia agradable más allá del anonimato de la ciudad, en la que tu vecino quizás no sepa tu nombre, la señora que la noche pasada fue la última en cerrar la puerta de su casa tras de sí y de su silla, te saluda por tu nombre, sabe el mote de tu familia, y puede incluso que en alguna fiesta patronal, cuando era mocita, bailara con tu abuelo. La cercanía y el aprecio que los del pueblo tienen hacia los hijos de los que emigraron y ahora vuelven para pasar las vacaciones es indiscutible, desde el señor que regenta el bar de la plaza del pueblo, hasta la señora de los ultramarinos parecen como mínimo primos tuyos, y quizás lo sean, al menos primos segundos.


El paraíso inventado.


Como cualquier urbanita iba bien pertrechado de aparatos tecnológicos que me salvaran de una socialización excesiva, al menos por contacto directo, el portátil, la tablet, el teléfono móvil que gracias al "whatsApp" había logrado que mis conversaciones a través del hiperespacio fueran más en cantidad y duración que las que tenía cara a cara. Sin embargo, durante el tiempo que estuve subido en ese vehículo infernal, con insuficiente espacio entre asiento y asiento para mantener una postura cómoda, posiblemente los usuarios habituales al ser de pueblo eran más bajitos, , las pasé mirando por la ventana un paisaje de colores pardos y distintos tonos de amarillo, salpicados de vez en cuando de islas verdes.



La imagen bucólica de ganado pastando a la sombra de grandes alcornoques y encinas que había asociado hasta ese día con el mundo rural, quedó pulverizada ante las continuas granjas de ganado vacuno de leche estabulado circundado por enormes montañas de estiercol, ubicadas a ambos lados de la carretera comarcal que finalmente me llevaría hasta mi destino. Hacía 5 horas que había tomado el único autobús que llevaba al pueblo donde iba a pasar las mejores vacaciones de mi vida, invitado por un amigo de la universidad oriundo del lugar. 5 horas de mi vida perdidas porque aunque usuario de erepublik, si miro una pantalla montado en un vehículo me mareo.




Extraño me pareció no ver en todo el trayecto ganado pacer en libertad, y cuando finalmente llegué se lo comenté a mi amigo, la respuesta fue aleccionadora, “como ves no hay vallas ni paredes que separen las fincas, para que el ganado estuviera por el campo y no estabulado necesita de pastores, y ya quedan muy pocos”. La segunda pregunta que le hice fue de supervivencia, “¿por qué no tengo cobertura?”, llevaba todo el viaje sin conectarme a internet y lo echaba de menos como un yonki a su dosis, además tenía que mirar como iba erepublik, entonces supe que la mayoría del pueblo era una zona de sombra para las redes de telefonía, y si quería conectarme sólo lo podía hacer en dos o tres sitios, que para mi suerte estaban señalizados como “zona con cobertura de guifi”. Los 15 días que pase en el pueblo de mi amigo, supusieron una peregrinación constante a un cerro cercano donde habían instalado un merendero, para que otros pobres incautos como yo pudieran seguir con sus vidas virtuales mientras les quedaran ganas de disfrutar de su veraneo rural. Debí darme la vuelta cuando me enteré de que conectarse a internet estaba tan complicado, sin embargo pensé que vivir en el paraíso debía tener algún coste y perseveré en vivir las mejores vacaciones de mi vida.

Mi amigo Luis, llamado así por su abuelo, como antes lo fue su padre, pero más conocido por Luis el tinajas, de la familia de los tinajas de toda la vida, porque de nuevo, nuevo es el equivalente a joven en la ciudad, su abuelo, nacido el día de San Luis, se había dedicado a la venta de vinos, me miró casi con compasión mientras decía: “en dos o tres días te olvidarás de internet que encima has venido para las fiestas patronales”, media sonrisa fue mi respuesta y caminamos tranquilamente dese la parada de autobús hasta su casa.

- Mamaaaa ya está aquí mi colega Barriga Verde. ¿Qué hay de comer?
- ¿Barriga Verde? ¿Es el apodo de su familia? Hay hamburguesas con patatas fritas.

Saludé a la señora, y mientras pensaba para mi “hostias comida rural de verdad”, quise explicarle que más que un apodo de familia era un mote por el que me conocían mis amigos, pero la madre de Luis había empezado a hablar con una vecina que estaba al otro lado de la tapia tendiendo la ropa,
por supuesto a voces, sería cosa de familia, el vino lo tendrían que vocear y claro eso se lleva en la sangre.

De fondo sonaba Veo13, porque es sabido que la gente de pueblo es gente de orden, aunque la verdad es que nadie prestaba mucha atención a la televisión, mientras daban cuenta de las hamburguesas con patatas fritas que tenían en su plato, supuse en ese momento que la falta de conversación durante la comida se debía a que no estaban acostumbrados a mi presencia, luego comprobé que era lo habitual y lo tomé como propio de la educación tradicional en la que estaba mal visto hablar en la mesa. La madre se había sentado la última y se levantaba de la mesa la primera, ninguno de los dos luises hicieron el más mínimo gesto de levantarse para ayudar a recoger, por lo que cuando me ofrecí a ayudar en dicha tarea Luis padre me dijo: “chaval eso es cosa de mujeres, si quieres echar una mano luego sacamos las cartas y jugamos al mus”. La madre asintió con la cabeza y mi amigo bostezaba ante la escena mas normal del mundo y yo volví a sacar esa media sonrisa que me acompañaría durante esas vacaciones.



Lo que más me impresionó ese primer día fue el silencio que se guardaba de manera absoluta a la hora de la siesta, condiciones propicias para el sueño más reparador si no fuera porque a la media hora de tumbarme en la cama un desagradable y penetrante olor inundó la casa aún con las ventanas cerradas; cuando más tarde pregunté a Luis hijo me explicó que cuando el viento cambiaba los olores de las granjas de leche de las afueras iba hacia el pueblo, pero que al final uno se acostumbraba, no respondí en ese momento, pero todo el curso siguiente estuve bromeando con el aire puro que se respiraba en su pueblo.

Esa misma noche, salimos de copas, recorrimos todos los locales para le gente joven, en concreto tres, cenamos un par de Kebabs en la plaza del pueblo donde una banda que sonaba como esas cintas de cassette grabadas y regrabadas una y otra vez. “Ruido blanco” creo que se llamaban, o al menos deberían haberse llamado así. Volvimos medio borrachos a casa, el aire había vuelto a cambiar, pero quizás era cierto que al final te acostumbrabas, incluso vi lógico que la gente con oido para la música, hubiera pasado de la verbena y estuviera sentada al fresco disfrutando de los aromas de la noche. Ya en la cama, dando la habitación alguna que otra vuelta, me dormí pensando si todos los días serían igual de sanos que el primero....



El segundo día de las fiestas patronales y una cosa llamada “diana floreada” me sobresaltó sobre las siete de la mañana, al parecer que diez energúmenos con instrumentos musicales pasaran tocando por las calles a todo pulmón para despertar a la gente, era tradición, como me comentaría más tarde mi amigo Luis, cuando a eso de las 12 del medio día tocó a mi habitación diciendo, “venga levanta, vámonos de cervezas”. Poco después:

- Mamaaa que me voy con Barriga Verde a tomar unas cervezas.
- ¿Luis vais a venir a comer?
- No sé mama, ¿que comeremos hoy?
- Macarrones con tomate, y después unas franfur.
- Adios mama a las tres venimos pa comer.

Que la comunicación fuera a voces, a menos de 24 horas de llegar al pueblo de mi amigo me resultaba ya casi normal, además pude comprobar que posiblemente estuviera en el único pueblo donde a la hora de comer se hacía como en la ciudad.

Así pasó la primera semana, entre la cerveza del medio día, la siesta de la tarde y las copas de la noche empecé a comprender que el auténtico paraíso rural tenía cimientos etílicos; la razón quizás fuera que tampoco había mucho más que hacer, en el cine de verano, echaban películas que yo ya había visto en streaming hace más de un año, e intentar ligar con alguna chica era arriesgarse a que te diera de hostias, algún familiar de la afortunada, también estaba claro que para ver museos uno no se iba al pueblo de mi amigo, aunque allí estaban muy orgullosos de haberse gastado más de un millón de euros para hacer lo que llamaban “el museo etnográfico de la caza”. Que visité al día siguiente de terminar las fiestas.


Amanecía el octavo día, bueno quien dice amanecer despertarse a las 10 de la mañana con un calor de la hostia, porque has tenido que cerrar la ventana a eso de las siete porque había cambiado el aire, y luis incluso antes de desayunar algo tan rural como unas tostadas con mermelada del mercadona y leche con cola cao me dijo:

- “Hoy vamos a ir a ver el museo”
- Oye Luis... tu crees que salir de Madrid para venir a tu pueblo a ver museos es normal?
- Bueno tio, esto es un museo etnográfico, además esta chulo y es interactivo.
- Lo que quieras, pero tengo que ir al merendero luego, que ayer ni pude entrenar en erepublik.



Es curioso que todo lo que “hay que ver” en los pueblos suele estar en el centro, la Iglesia, el Ayuntamiento, el museo etnográfico, la placa en honor al generalísimo que se le olvida legislatura tras legislatura quitar al alcalde, así que ahí iba yo pensando que un museo dedicado a la caza era tan borbónico que no me explicaba que mi amigo siendo de izquierdas me lo quisiera enseñar. La primera impresión ya fue en la entrada, una recepcionista muy muy fea, que cuidaba de dos bebes en sus cochecitos te daba los buenos días, y te indicaba donde estaban los folletos explicativos; Luis me comentaría minutos después entre dientes, que era sobrina del Alcalde y que como el sueldo era muy bajo la dejaban además cuidar niños mientras hacía la labor de recepcionista. “El sentido práctico de los pueblos” pensé para mi mismo, sin decir nada, hasta que delante de una cabeza de león disecada pregunté:

- Oye en tu pueblo desde cuando hay leones.
- Eso fue el alcalde que se fue de safari hace dos años y donó la cabeza al museo.
- Todo un gesto, respondí....con sorna.
- No creas que no vale una pasta algo así,por lo que menos cachondeo. Me contestó Luis.


Después de la visita al museo de nuevo fuimos al bar, antes de comer, había palitos de merluza y arroz a al cubana, manjares rurales indiscutibles. El resto del día transcurrió entre la siesta de tres horas y de vuelta al bar, donde ya me llamaban “el barriga”... imagino que si decidiera quedarme, y tener familia, tres generaciones después, mis bisnietos serían “los barrigas” porque a cachondo de la uni, se le ocurrió un día ponerme el apodo.

Ya bien entrada la tarde, fuimos de visita a la lechería que era propiedad de la familia de mi amigo, al entrar me dieron unas catiuscas y me indicaron que metiera las perneras de los pantalones por dentro. En el tiempo que duró la visita no articulé palabra alguna, la tecnologia había llegado al campo, no cabía duda, las vacas, como aparcadas en bateria, enchufadas por sus ubres a cuatro brazos succionadores eran ordeñadas en grupo, y al terminar iban a otro aparcamiento en batería, este con el suelo de metal y en forma de rejilla que hacía cloaca gigante para el producto de digestión del animal mientras comía de una enorme pila de cemento.



Yo de siempre había sabido que las vacas no eran moradas, incluso de pequeño, pero me llamó la atención como los prados verdes de los anuncios de leche eran en realidad naves industriales con robots para ordeñar y suelos de rejilla que hacían de colector de excrementos en habitáculos de 3 x 3 metros en los que las vacas pasaban casi todo el día.

Poco que no haya contado ya sucedió en los tres últimos días de mi estancia en aquel paraíso inventado, aunque sí es cierto que la última sorpresa me la llevaría años después, Luis y yo seguíamos siendo amigos, y sin venir a cuento, una noche que andábamos juntos de copa me confesó que ese verano por el pueblo se estuvo diciendo que él y yo éramos novios; la señora mayor que siempre quedaba la última tomando el fresco, también existía en el pueblo de Luis, y una noche que nos habíamos puesto de whisky hasta la cejas, nos vio llegar abrazados, el trato cercano de los pueblos... ya se sabe.