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Orgull roig del barri obrer,
puny tancat i un estel roig.

Cómo hacía cada mañana, Sam se levantó para ir a trabajar, un frío día de invierno. Apenas comió, no tenía hambre después de lo que había pasado días atrás. Cogió su mochila y se fue hacia la fábrica situada a las afueras de Liverpool. El autobús de la línea 12, por primera vez en mucho tiempo, llegaba tarde. Las frías gotas no dejaban de empapar el gorro de Sam mientras él pensaba en su amigo Dave. Dave estaba en el hospital, había recibido una paliza por parte del propietario de la fábrica, y sus secuaces, al intentar conseguir una reducción de su jornada laboral de mas de quince horas.

Finalmente, el autobús llegó. La lluvia ya empezaba a molestar a Sam. Diez minutos después, se paró delante de su fábrica. Bajó, y empezó a andar hacia las puertas. No quería ni mirar a los guardas, aquellos que habían atizado al indefenso Dave. En su cabeza quería vengarse, pero era misión imposible, él lo sabía. Solo no podía hacer nada. Entro, y entre sus compañeros, no había una cara alegre. Rostros cansados aquí y allá, ruido ensordecedor de las máquinas, camiones llegando y saliendo, obreros sucios después de quince horas de trabajo.

Eran tiempos duros, muchos sabían que las cosas debían cambiar. Y no lo harían si ellos, los obreros, estaban parados, haciendo caso al propietario explotador.

Llego mediodía, hora de comer. Apenas contaban con media hora. Algunas veces tenían sopa fría, o lentejas, pero normalmente, era un poco de pan acompañado con cualquíer cosa. Sam se sento con algunos de sus compañeros, comió lo que pudo, y empezó a hablarles, primero, un par le escuchaban, después, una decena, y finalmente, todos los trabajadores, estaban a su alrededor, escuchando lo que decía.

- Hemos de hacerlo, juntos, seremos invencibles. Esta ciudad nos necesita, Liverpool puede mejorar su clase obrera, pero sobretodo, lo haremos por Dave. El empezó esto, ahora, nosotros, seguimos!