De traiciones...

Day 2,353, 10:01 Published in Spain Spain by Irreductibles

Octavo día de la guerra Hispana – Sierra Norte de Sevilla


Me lanzo en el suelo esquivando los restos de metralla de una granada que acaba de estallar. Los explosivos vuelan por todos lados, y los proyectiles de mortero llueven, como una lluvia en abril, una lluvia de dolor y exterminio.

Esta batalla es importante, el propio general KelMai nos dirige, junto con su guardia personal, intentando abrirse camino en un nido de argentinos posicionados en una ladera de la montaña. Si tomamos la cima de la montaña, ganaremos el terreno alto, y podremos acabar con los últimos reductos argentinos de la Sierra Norte.

Partimos 40 hombres del cuartel, y quedamos pocos, unos 12. Si tomamos la cima podremos repartirnos y ayudaremos al resto de soldados a llegar. Se escuchan gritos y llantos, llantos de soldados heridos o mutilados, pero sin médicos que les atiendan, pues esta misión es tan arriesgada que no podía poner en peligro a civiles.

Parto el grupo en dos, y me preparo para avanzar con otros 5 soldados por la parte más al oeste de nuestra sección de ataque, mientras mi segundo al mando avanza por la más al este con el resto.

Sabemos que en cuanto salgamos, nos atacarán desde todas sus posiciones, pero no me importa, aunque solo llegue uno de nosotros a la cima habremos cumplido la misión, y ese soldado podrá minar la zona antes de que le alcancen.
Antes de levantarme y echar a correr, cojo un puñado de tierra del suelo y lo beso, llenando mis labios de barro seco. Hago que cado uno de los soldados lo repita, si vamos a caer por nuestra tierra, llevémonos un pedazo de ella de recuerdo.

Doy la orden y todos los soldados empezamos a correr hacia la cima. Deben de haber unos 500 metros, y está rodeada por matojos altos y algunos árboles. Avanzamos cien metros y perdemos a dos hombres, pero consigo ver de donde vienen las balas, y abato rápidamente a un argentino camuflado entre las hojas secas de la época.

Sigo avanzando, pero ya sin preocuparme de los demás, los he metido en un callejón sin salida y no puedo hacer nada por salvarlos, los que lleguen arriba se salvarán… Escucho más gritos e impactos, y de pronto noto frío y calor en el hombro. Después un dolor brutal me recorre el cuerpo desde la pierna hasta la cabeza. Tengo dos balazos, uno en el hombro y otro en la pierna, pero sigo avanzando, si llego arriba no tengo nada de que preocuparme, según los exploradores, la zona sigue estando libre de enemigos.

Llego solo a los matojos, sin nadie más detrás de mí. He perdido 39 hombres, si salgo de esta creo que me iré del ejercito, hago más mal que bien. Intento llegar al pequeño claro que tengo delante, a través de tanta hierba alta y árbol, pero de repente me caigo de bruces contra el suelo después de que una culata me parta la nariz.

Estoy aturdido y veo borroso pero alcanzo a ver unos pies delante de mía. El hombre me da la vuelta y me deja mirando hacia el cielo. Se arrodilla sobre mí y pone su cara enfrente de la mía. Esa cara… Le reconozco de inmediato por su tatuaje con la bandera de argentina en la frente. Era Chorcuela, era ese maldito traidor el que me iba a matar. Debí haber muerto con el resto de mis hombres, con honor, y no a manos de un sucio salvaje.

Mete su dedo en la herida que tengo en el hombro, y lo hace girar, haciendo que me retuerza de dolor, hasta el punto de llegar a gritar, pero no llego a hacerlo, no pienso darle ese placer a un traidor.

Empiezo a recobrar mis capacidades, y rápidamente saco mi cuchillo y me lanzo a su cuello, pero el dolor del brazo me hace flaquear, y consigue desarmarme y darme un cabezazo que me deja de nuevo en el suelo. Me quita las granadas y las armas, además del chaleco.

Pone mi mano sobre una roca, y sin mediar palabra me corta los 5 dedos izquierdos de un golpe. De las heridas empieza a brotar sangre a borbotones, pero no pienso en eso, pienso en que mientras yo me desangro, España y la sociedad española se desangra lentamente, y los que sangramos en el frente, somos los únicos con capacidad de evitarlo.

Deja a un lado el cuchillo, y me apoya contra un árbol. No opongo resistencia, no puedo moverme siquiera, incluso me cuesta pensar por el dolor. Cierro los ojos e intento pensar en algo positivo, en algo que no sea muerte y esfuerzos en vano, pero a los pocos momentos una mano rodea mi cuello y lo presiona contra el tronco que tengo detrás. Abro los ojos y vuelvo a ver a Chorcuela, quiera rematar el trabajo.

No se escucha nada, solo los hilos de su guante frotando contra la carcasa del árbol tras de mí. Intento apartar su mano pero no puedo, en una mano no tengo dedos y la otra está demasiado débil. Veo una última esperanza, encuentro la funda de su pistola, y alargo la mano hasta palparla. Él no se da cuenta, está demasiado ocupado ahogándome. Cada vez me cuesta más respirar, incluso me cuesta más mantener los ojos abiertos, intento aguantar el poco aire que me queda con todas mis fuerzas, pues es la única barrera entre la vida y la muerte.

Alcanzo a desabrochar la funda de su pistola, y saco el arma suavemente. Dejo fijos mis ojos en los suyos, y lo que veo me da pena. Veo unos ojos repletos de odio, de rencor, de falso orgullo y de asco hacia un hermano, hacia un compatriota. Subo el brazo desde la funda hasta la altura del costado, debajo del brazo, junto al corazón.

Consigo articular una sonrisa antes de acabar el proceso. Me mira extrañado antes de caer a mi lado. Noto un alivio en el cuello que me devuelve la vida, y me llena de aire de nuevo. Giro la cabeza levemente mientras me recupero. Le veo en el suelo, escupiendo sangre, y pienso que realmente, es lo justo. Veo como sus ojos cargados de odio se apagan, y pronto dejan de ver, para dar paso a una oscuridad infinita.

Me levanto no sin dificultades y llego al claro de la cima. Desde aquí lo veo todo, y corre un aire fresco que me llena de placer. Por la radio llegan noticias aplastantes y derrotistas, nadie más ha alcanzado la cima, se están retirando a la batalla principal en Sevilla, que según dicen también se empieza a ver difícil.

No sé ni cómo, acabo por caer al suelo. Es por la sangre, he perdido demasiada. Me muero y no puedo evitarlo, sin una transfusión solo me queda esperar. Hago lo imposible por quedarme boca arriba y lo consigo. Veo el cielo, azul e impoluto. Pienso en la razón por la cual muero, por un traidor que no estaba conforme con la justicia, que no tenía bastante…

Cierro los ojos y estiro los brazos sobre el suelo. Pronto dejan de escucharse disparos o explosiones por la retirada. Escucho el cantar de los pájaros durante unos instantes, hasta que dejan de ser perceptibles, escucho los latidos de mi corazón aminorando su marcha poco a poco. Dejo de escuchar a mi propio corazón y paso a escuchar un pitido que se va apagando dentro de mi cabeza, hasta que dejo de escucharlo. Después no escucho nada. Quizá ni siquiera escuche ya…

Definición de traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.