Crónica Griposa en el Nuevo Orden Toyotero

Day 1,571, 10:14 Published in Spain Spain by Espaugyl




Este Corresponsal de Guerra a estas alturas, con todo lo que lleva huido y de calabozos, debería estar más que acostumbrado a tener una decente mala salud de hierro, pero a veces ni los principios medicinales más etílicos me libran de adquirir en mis correrías algún virus mutado que sobreviva en mi adulterado torrente sanguíneo o incluso en mi hombro, cual loro pirata. No sé si la biotecnología ha sido empleada por nuestros enemigos en tierras patrias, pero lo cierto es que tras unos días chocopunteado y en los calabozos, pues fui atrapado tras mi última Crónica, he trabado amistad a mi pesar con un “simpático” virus que me acompaña a todas partes y que, cuando se aburre, manipula mi termostato interno y me hace moquear y ver las estrellas cuando pasa el whisky por mi garganta.



Mi nueva mascota, un virus del tamaño de un pavo, de poca conversación y nula obediencia, y que no me lo puedo quitar de encima por mucho que le tiro un palo lejos y salgo corriendo en dirección contraria.


Mi excarcelación fue tan rápida como mi detención, sin explicaciones ni ganas de pedirlas, pero algo raro noté cuando vi que tras poner un pie en la calle cerraban a cal y canto el Cuartel General Admin y llegaban cuadrillas de albañiles y pintores como moscas a lo que en verdad es aquel sitio. Por supuesto que ni se me ocurrió preguntar qué pasaba, de hecho puse pies en polvorosa, aunque no a mi habitual media supersónica de trote, ya que el virus-pavo y sus consecuencias me hacían ser renqueante y poco preciso en mi dirección, debiendo parar en numerosos bares hasta conseguir llegar a mi fábrica, donde esperaba ser mimado por mi voluptuosa empleada Lantanique y ser epicentro de otras horizontales atenciones, ya que no puse un sofá en mi despacho precisamente para estar sentado y a solas.


Por el camino de nuevo vi cambios, porque parece que todo el mundo espera a que yo no esté para redecorar el eMundo. Por lo pronto la gente ya no llevaba gorros de piel con estrellitas rojas, las modas son efímeras, y la amplia red de ferreterías había desaparecido, de hecho mucha era la gente que se alegraba al ver algún antiguo logotipo oxidado y tirado en los contenedores de basura, sin embargo, los antiguos locales ferreteros parecían estar ocupados: una red de concesionarios de automóviles había tomado el relevo.



Los toyota o toyoteros, según autor, habían tomado el relevo de los ferreteros. Ver para creer. (Modelo inicial del logotipo de la firma y posterior evolución)


No hace falta ser periodista para saber que las noticias vuelan, y en verdad eso había pasado, porque cuando llegué a mi fábrica en tan lamentable estado y con la mascota que me acompañaba, ya se habían tomado algunas precauciones y no recibí precisamente la sucesión de cuidados sudorosos que esperaba sobre y bajo mi persona.



Lantanique recibiéndome cautamente y sin quitar ojo al virus-pavo que me acompañaba.


Pero mi debilidad era grande y el peso del virus mayor aún, por lo que sin escuchar lo que Lantanique parecía decirme con gestos y un palo mientras intentaba desnudarme y abrazarla, me desmayé afiebrado. El tiempo que estuve así no lo sé a ciencia cierta, pero cuando desperté, me rasqué el papel de lija que antes había sido mi tersa y atractiva cara, noté que ya no estaba por allí el virus y que tenía la vejiga del tamaño de un balón de baloncesto, me di cuenta de que debían haber pasado un par de días y que tenía que ir al cuarto de baño raudamente y sin movimientos bruscos.


Mientras aliviaba sonoramente el exceso de aguas de mi cuerpo, sumido en ese relax onírico de cascadas y represas liberadas que suele dejar de forma colateral un rictus en la cara de estupidez y placer primario inconsciente, oí unas sirenas que me alarmaron. Salí del cuarto de baño del despacho subiéndome apresuradamente la cremallera, me asomé por la ventana y vi que algo debía pasar en la calle. Mi instinto periodístico despertó y, no estando Lantanique a la vista para intentar convencerla de horizontalidad alguna, decidí bajar a averiguar prudentemente lo que ocurría.


Como buenos españoles, la mera posibilidad de algo truculento o de que repartiesen algo gratis había hecho que una multitud se agolpase en la calle. Las sirenas cada vez se oían más cerca y parecía que habían parado en un edificio cercano, de hecho era en el edificio donde radicaban las imprentas de mi periódico.



Sospechosos bomberos llegando al lugar de los hechos… aunque no había ningún hecho o fuego siquiera en ese momento.


Me intrigó la llegada de aquellos bomberos de negro, tan conocidos y desconocidos al mismo tiempo. La verdad es que no se veía ni fuego ni humo y, de una extraña forma familiar, se abrieron paso con algo más de violencia de la necesaria. Cuando uno de ellos pasó a mi vera pareció reconocerme, me guiñó un ojo y… me pellizcó el culo.


No podía ser ¿era Hans ese bombero? ¿Eran realmente bomberos? ¿Eran imaginaciones mías o gritaban en alemán mientras echaban la puerta abajo con el hacha? Algo más que intrigado, en un impulso anormal en mí, más propio de un convaleciente aún afiebrado que de mi singular valentía o falta de ella, me adelanté al interior del edificio tras el supuesto Hans y sus intenciones.


En ordenada parsimonia y teutónica disciplina, Hans, pues cada vez estaba más convencido que era él, pareció ordenar que fuesen acumulando en medio de una sala los periódicos, archivos y libros que iban encontrando. Una montaña de antiguas Crónicas, de inéditas corresponsalías y libros aparentemente inocentes sobre la libertad de prensa fue formándose. En un momento dado Hans pareció verme, y sin apartar la vista de sus subordinados, que aún reunían papeles y periódicos, comenzó a hablarme.

-Herr Espaugyl, puede salirr de detrrás de la columna, no intente subirr por ella, no lleva a ninguna parrte, serría conveniente que se acerrcase y viese esto de cerrca, no tendrrá otrra oporrtunidad.

-No me escondía, practicaba el arte de la escalada estilo lagartija en columna, una nueva modalidad olímpica que conocería si fuese usted tan deportista como yo… Hans- intenté disimular sin estar muy seguro de si en realidad era el ambiguo Admin al que me recordaba.

-Sí, soy yo, ha habido algunos cambios en… el departamento, ahorra somos el Deparrtamento de Bomberros Admins. Nuevos uniforrmes, algo de cirrugía estética parra parrecerr diferrentes a gente menos observadorra que usted y funciones casi diferrentes.

-¿Hans? ¿Es usted?

-¿Lo duda aún Herr Espaugyl? Puedo nombrrarrle de memorria todos sus chocopuntos y los lugarres donde se los inflingí.- Me contestó con un extraño brillo en los ojos de insano placer.

-Pero… los bomberos ¿qué tienen que ver con su antiguo trabajo?- pregunté intrigado.

-Pues… viene a serr el mismo- me contestó al tiempo que tomaba lo que yo creía que era un extintor y lo usaba como el lanzallamas que era contra la pira de periódicos con mis Crónicas.



Hans ejerciendo de BomberoAdmin contra mis Crónicas… tan encantador como siempre el teutónico higo de fruta


-Como puede verr hay nuevas forrmas de hacerr lo mismo- añadió sonriente con las llamas reflejadas en sus ojos de hielo.

-¿Qué mal le habían hecho esas Crónicas? ¿Mi trabajo reducido a cenizas y usted se ríe?- pregunté aún bajo la influencia de la fiebre dejando a la luz una imprudencia y valentía nada características en mí.

-Sus Crrónicas no tenían Fairr Play, ni si quierra una pizca, consulte con los Toyoteros y sus enemigos, ellos le explicarrán- me contestó con frialdad y brevedad como si yo entendiese su desviada terminología lasciva.

-¡Por supuesto que mis Crónicas no tienen Fair Play! ¿Por quién me toma? ¡Soy heterosexual y un caballero!- respondí airado.

-Eso igual tiene solución, Herr Espaugyl- añadió Hans al tiempo que limpiaba de cenizas las gafas y me miraba soñador.

-Creo que no, Hans, su camino y el mío están condenados a cruzarse, pero recuerde que yo siempre estaré a dos kilómetros del cruce cuando usted llegue- dije retrocediendo hacia la puerta sin darle la espalda a tan cruel y enamoradizo bombero.


Cuando salí a la calle me mezclé entre la multitud, contemplé con horror como ardía mi periódico y vigilé la partida de aquellos bomberos sin comprender aún por qué los toyoteros hablaban de Fair Play, por qué mis enemigos y los Admins estaban de acuerdo y qué coño era el Fair Play.



Hans marchándose de mi periódico en llamas, probablemente pensando en mí y a punto de tocarse el muy guarro.


De vuelta en mi fábrica, sin encontrar a Lantanique para que me consuele del susto, y sin encontrar tampoco un diccionario de guiri para averiguar qué no tenían mis Crónicas, se despide este Corresponsal.


Espaugyl