Crímenes en Guerra - 9ª parte

Day 3,082, 14:18 Published in Spain Portugal by Personahumana



Cracovia - Agosto 2015

-No se puede.

La afirmación rompe el repiqueteo de la lluvia contra el cristal. Pega fuerte y continuado desde la madrugada y ya van a dar las once de la mañana en el reloj que cuelga en la pared, justo encima de un rectángulo de corcho presidido por un gran mapa garabateado mil veces, con varias decenas de post-its de tantos colores como el arcoiris y fotografías de lugares y personajes diversos.

-¿Qué significa que no se puede? - Hago un gesto con la mano, dejando de mirar por la ventana para volverme a PaJaRiLLo, deteniéndole antes de que empiece, como suele, a hablar con su jerga técnica e indescifrable. - Quiero decir: ¿por qué no se puede? ¿Habría otras opciones?



El hacker me mira fijamente mientras mastica un chicle, abstraído, como si más que la goma de mascar estuviese rumiando mis preguntas para digerirlas, procesándolas según sus propios códigos para dar una respuesta, si no satisfactoria, sí al menos correcto,

-A ver…- espira lentamente el aire que recoge en sus carrillos hinchados -es imposible acceder desde fuera. sería posible- lo dice muy lentamente, remarcando mucho las palabras para darle la relevancia adecuada - que desde el núcleo director sí se pudiera hackear el acceso, pero sería muy complicado y requeriría mucho tiempo. Pero vamos, que eso es directamente imposible.

Pero, ¿por qué? ¿Dónde demonios está ese núcleo director?

PaJaRiLLo se recuesta en la silla, entrelaza los dedos tras la nuca y repite su acción de retener y expulsar despacio el aire.

-¿Conoces el Edificio Libertador? - ante mi asentimiento, él prosigue la explicación - Bien, pues en el búnker de la planta subterránea 21 hay una gran sala de mando y control de donde se ubican terminales seguros de acceso único y personal para que las grandes personalidades de Argentina lleven a cabo las actividades más sensibles para la seguridad del país.- se queda mirando a algún punto indeterminado en el gran mapa de la pared, reflexivo. -Son terminales sin conexión directa al exterior (la forma que tienen de transmitir la información es muy compleja, no te voy a aburrir con temas técnicos) y por eso, como te he dicho ya, es imposible acceder a ese ordenador.

Estoy apoyado con las manos en el respaldo de una silla, y asiento mientras asimilo la información del informático. Siento la sangre golpear en mis sienes, en mis ojos, y la vista se me nubla mientras el calor sube por mi cara hasta que estallo lanzando la silla contra la pared, haciendo volar fotografías, papeles de colores y el feo reloj de pared, cayendo con un estrépito al suelo. A grandes zancadas me acerco a la puerta, quedándome apoyado en el marco de la puerta con la cabeza gacha.

-Yo haré que sea posible.





Bariloche, Marzo 2015 - MoD Argentino


-Bienvenido al Aeropuerto Internacional Teniente Luis Candelaria, señor Ministro.

-Gracias.

La amplia sonrisa de la azafata no pasa desapercibida al Ministro argentino. No es inusual que las féminas le dediquen tales regalos (la erótica del poder, que dicen los psicólogos), pero no suelen ser tan bellos los rostros de quienes se las dedican, habituado a mujeres rudas en uniforme, alejadas de la feminidad que las líneas de los ajustados uniformes sugieren. Quizá lleva demasiado tiempo peleando en el frente sin, ejem, mojar, pero… hay algo. Se vuelve para encontrar de nuevo el brillo blanco en esa boca y en esos ojos. Duda un instante si decir algo, y cuando la palabra va a salir de su boca la chica se adelanta para darle una nota.

-Confío en que volvamos a vernos.- La mirada se intensifica de manera que le hace sentir un gran calor interior- Muy pronto.



Consciente de su inconsciencia durante segundos, procura cerrar la boca cuando su ayudante le tira de la manga y pierde de vista a la chica en el interior de la cabina, metiendo maquinalmente en el bolsillo de la guerrera, con el número de teléfono y el aroma de un deseo.

La bella azafata, por su parte, maneja con soltura su smartphone para enviar un mensaje muy claro a su enlace:

-Este în oală.

Y esa noche se hicieron reales las palabras de la bella rumana, así como los ardientes deseos del Ministro argentino de Defensa.





Buenos Aires, abril 2015 - Personahumana

El Humvee Q4 avanza lentamente por la avenida hasta detenerse ante las mismísimas escaleras de acceso al Edificio Libertad. Habíamos salvado las barreras gracias al coche oficial y las banderitas albicelestes en el morro, al pase de un Rvega disfrazado de chófer con cara de póker. Me sudan las manos. Es el momento de lanzar la moneda al aire y esperar que caiga cara.

La presión de la mano de titilica en el brazo me da la señal. Por el rabillo del ojo percibo la luz verde de mi acompañante como no suelo sentirla: fija en mí; quizá esté confundido por su disfraz ahora de ayudante del ministro de Defensa argentino. Mi ayudante.

Sí, varios postizos y unas cuantas capas de maquillaje convenientemente aplicado por unos conocidos de Lefuuu poco curiosos (los estómagos agradecidos no suelen cuestionarse según qué cosas) expertos en el arte de la cosmética, consiguieron convertirme en un doble razonablemente bueno del Ministro de Defensa de la Argentina. Se ve que el tipo había tenido la suerte de nacer guapo.



La luz golpea mis ojos cuando Rvega me abre la puerta. Sí que tiene cara de póker, el tío.

-Mueve el culo de una puñetera vez. Este uniforme hace que me pique todo el cuerpo.

-Por mí puedes quitártelo, corasón -le digo guiñando, serio, un ojo y poniéndome las gafas de sol. Una mueca en su boca rompe su máscara fría. - Vamos allá- comento al levantarme y sentir la suave brisa en el rostro.

Me abrocho la americana según salgo y junto a la escalinata me espera titilica en su pose de ayudante, unas grandes gafas llenando su cara, el pelo recogido en un moño y tocada con una boina borgoña con el logo de roto2 (curioso buen gusto de los argentinos al escoger los dioses a los que encomendarse). Paso junto a ella y me entrega mi maletín mientras subimos. Me pasa el plano del edificio aunque ya tengo memorizado el recorrido a mi objetivo allí, en la boca del lobo.

Cruzamos el vestíbulo devolviendo saludos militares al ritmo de los taconeos que resuenan a nuestro paso, pasando fácilmente los tornos y arcos de seguridad, que pitan. Ese es el secreto, que suenen; quién se va a creer que no van a saltar si llevo encima más medallas que un fervoroso fiel de la Virgen del Rocío. Venía en el guion escrito que nos tocaría sacar la calderilla, las llaves, el móvil, dos estilográficas, la cartera, la propia guerrera, la gorra, las pistolas (cadera, manga y tobillo), navaja multiusos, las gafas y, aunque no me lo pidan, las botas (puntera de acero).



Hay doble dotación de agentes merced a que la mitad de las medidas de seguridad están activas, entre ellas los calibradores de medidas físicas y biométricas merced a una avería por una subida de tensión dos días antes producida por un extraño jaqueo -no detectado- en el sistema eléctrico de la capital bonaerense. Por mi mente pasa la fugaz imagen de PaJaRiLLo frente a varias pantallas iluminadas y repletas de cientos de códigos y las imágenes de las cámaras de seguridad alrededor del Edificio Libertador -imposible pasar las medidas de seguridad de dentro de la sede de la Inteligencia argentina-, en el interior del avión protegido con la bandera rumana que nos ha llevado hasta el país de la albiceleste, aparcado en un hangar apartado y discreto de un pequeño aeropuerto deportivo a las afueras de la ciudad. Me sonrío interiormente al imaginarlo bebiendo de una botella de refresco de dos litros a morro y comiendo panchitos entre ojeada y ojeada a las pantallas. Y mientras me abrocho los botones de la chaqueta me doy cuenta de que ya no tengo nervios, ni siquiera tenso. titilica ya está perfectamente preparada, con mi maletín en la mano, seria, inerme, esperando con la carpeta pegada contra su pecho, esperando que sigamos avanzando. Está bellísima con el uniforme verde, que parece gris bajo el brillo apenas velado por las grandes gafas. Le guiño un ojo y frunce con extrañeza el cejo: ella sí sigue en tensión y no ha entendido mi gesto. Aún tiene mucho que aprender de los españoles.

Cruzamos un largo pasillo antes de acceder a los ascensores. Un guarda nos saluda marcialmente y nos solicita las acreditaciones. La mía sí permite el acceso a los niveles de máxima seguridad, por lo que mi ayudante se despide e indica que va a otras instancias para recoger información. Hago un gesto vago con la mano a modo de despedida. Advierto que los ojos del guarda acompañan el bamboleo del soberbio trasero de la rumana y encuentran mi mirada. El ser pillado in fraganti hace que el calor y el color asomen a sus mejillas, mostrando una extraña urgencia en devolverme la acreditación y retomar unas tareas que, por otro lado, no parecían requerir tanta atención por su parte previamente a nuestra llegada.



No mudo mi gesto más sobrio cuando llevo mis dedos a la visera y le obligo a cuadrarse y que me lo devuelva. Justo al abrirse las puertas del ascensor vacío le guiño un ojo cómplice y en dos pasos me cuelo en el habitáculo. En el preciso momento que las dos puertas se encuentran oigo un fuerte resoplido de alivio.

Es curioso, aunque lógico, que no me encuentre a nadie en la planta -21. Un área pequeña, desangelada aunque no fría, con apenas un corto pasillo hacia la derecha nada más salir del ascensor que lleva a unos aseos y otro pasillo extendido ante mí, que se tuerce a unos cincuenta metros en un codo a la izquierda y unos pocos metros más hasta alcanzar la puerta de entrada a la sala segura es todo lo presentaba el plano que llevaba en la mente. Solo el eco acompañan mis pasos, y un leve pitido doble y un leve titilar de la luz verde indican que la tarjeta de seguridad fue bien clonada en Bariloche por la amiga de titilica.



Llama la atención al entrar la gran pantalla apagada que casi ocupa una de las paredes, a cuyo pie se sitúa una consola cubierta con cientos de interruptores, clavijas, mandos y botones multicolores; casi como la que uno imaginaría encontrar en una sala de control de misión de la NASA al controlar un lanzamiento de un cohete al espacio. Enfrentada a ella hay una grada de tres peldaños ocupada por hileras de puestos individuales numerados con un código. El que buscamos es el A-003. Tomo asiento en la primera hilera, cerca del centro, e inserto la tarjeta identificativa. Inmediatamente el sistema se activa. Introduzco la clave rápidamente. Un mensaje de bienvenida: “Buenos días, Sr. Ministro de Defensa” emerge en medio de la pantalla y después el escritorio. Pierdo un poco de tiempo en acceder según los pasos con los que me instruyó PaJaRiLLo para dar con lo que buscamos, pero no tardo en descubrir las carpetas con la información. Encuentro carpetas que me suenan de cuando estuve en Madrid, como una con el nombre de Neospa, y otras nuevas que no pretendo leer pues no hay tiempo que perder allí… hasta que veo “FAF” en una de ellas. Instintivamente, el cursor se sitúa sobre ella y clickeo dos veces. Abro un primer documento y un dossier de prensa aparece ante mí. La nota de la Presidencia con la acusación de traición, la Batalla de Aragón, la aprehensión de mis compañeros, las detenciones, las persecuciones, las muertes. Cierro rápido y abro otro documento. Aparecen datos y cifras de exportación de armas desde eEspaña a milicias argentinas. OrgCorp. No me suena de nada. Se atribuye su titularidad a las FAF y sería el origen de las actuaciones ilícitas a favor de un enemigo del país y en contra del Gobierno. Avanzado encuentro varios anexos: acuerdos de cesión, cambios de titularidad, interposición de empresas en paraísos fiscales como Holanda o Panamá… Parece muy enrevesado a simple vista como para sacar conclusiones, pero me llama la atención un nombre que se repite en varios anexos…

-¿Qué hace aquí?

Levanto la mirada y encuentro la seria, enjuta e interrogante figura de un tipo delgado y enjuto, con un portafolio bajo el brazo y graduación de sargento en el antebrazo. Por un momento me invade el temor, pero la determinación me gana y decido afirmarme ante ese tipo.

-Este es un área restringida- espeto. ¿Qué hace Ud. aquí?- contraataco, remarcando con autoridad el 'Ud.' para dejar claro quien lleva allí más galones y autoridad.

-Yo pregunté primero- insiste, tranquilo aunque claramente tenso, aparentando no haber apreciado mi envite. Además, como al descuido, ha llevado la mano a la cintura, cerca de la pistola que porta al cinto.

-Sho soy el MoD, sargento. -vuelvo a incidir tanto en mi graduación como en la suya, tratando de arredrarlo con mi irritación.- Tengo la mashor autoridad acá.

-Mirá, Ministro -arrastra la palabra, una clara señal de que no va a ceder en el pulso- me importá una mierda si sos el MoD o el que serví en la cantina. Mostráme la autorización que te autorizá para copiar los arshivos.

Me sonrío, incrédulo. Este tipo es perro viejo. Y un cabronazo.

-¿Y por qué tendría que mostrársela?

La sonrisa lobuna del veterano militar le cruza la cara de oreja a oreja más como una desagradable amenaza que como muestra de alegría, el triunfo brillando en las pupilas.

-Porque sho soy el encargado de confirmar las autorizaciones, y no hay ninguna prevista para el Sr. MoD en el día de hoy.

Trago saliva. Mierda. Un imprevisto. Habrá que improvisar.

-Pues quizá debiera actualizar los datos, sargento -digo girándome hacia mi maletín, apoyado en la consola. Oigo el sonido del metal rozando con el cuero, escuchándole desenfundar, así que creo llegado el momento para presionar el botón oculto junto a las ruedecitas de la combinación, activando la pequeña carga de C4 oculta bajo el forro, entre finas láminas de plomo, destinada a borrar el rastro dejado en el terminal del ministro argento.- Porque aquí tengo mi autorización.- Miro la pantalla (poco más de un minuto para completar la descarga de los documentos) antes de girarme con un puñado de papeles en alto para encontrarle empuñando la pistola, el portafolios dejado sobre el archivador próximo para que no le estorbe. Alarga la mano izquierda libre solicitando el documento mientras no deja de mirarlo, desconfiado, muy fijamente. Sus dedos gesticulan indicando que me acerque. Trato de mantener una mueca lo más semejante posible a una sonrisa de superioridad para ocultar mi aprensión y doy un paso hacia él, pero me detengo para tomar los papeles y hacer como que trato de cuadrar los folios con algo de torpeza. El tipo se enfada y da un paso hacia mí, liberando a la tensión acumulada.

-Deme de una puta vez la maldita...

Un movimiento automático me hace lanzarle los papeles a la cara y abalanzarme sobre él, bloqueando su brazo derecho. El tipo es fuerte y me agarra las manos mientras trata de golpear mi cara con su frente. Caemos al suelo y se coloca sobre mí en el forcejeo. Nos golpeamos y arañamos tratando de dirigir el cañón contra el cuerpo del otro. Consigo escupirle y parece que va a aflojar y soltar el arma cuando suena una detonación. Me quedo quieto y siento la presión de sus manos ceder y me encuentro agarrando la pistola humeante . El tipo cae como un fardo a un lado y me pongo en pie, mirándolo como queda inerte en el suelo. La sangre empieza a convertirse en una sombra que se extiende roja, cada vez más grande, siguiendo el camino marcado por las junturas donde se unen las baldosas.



Me quito la guerrera y le doy la vuelta para volver a vestirla luciendo ahora el color y las insignias del cuerpo de seguridad del Edificio Libertador, dejando la sangre por dentro, y hago igual con la gorra del MoD, de la que obtengo la gorra dorada con manchas de leopardo de la unidad, y al tirar de los pantalones, como si imitase a un stripper, descubro los propios del cuerpo. Cojo el cinturón del sargento muerto y guardo el arma en la funda.

Casi como un flash recuerdo la bomba y corro hacia el maletín. Me tiemblan los dedos al girar las ruedecillas de la combinación, y yerro hasta tres veces antes de situar los dígitos en su posición correcta al resbalar con la sangre y el sudor que los cubren.

Saltan los cierres y vacío el vácuo contenido sobre el escritorio en un único movimiento, y con los dedos busco el orificio oculto del que tirar. Arranco así el forro, que lanzo al vuelo a mi espalda, y un cronómetro digital brilla en mis pupilas con una cuenta atrás. Veintinueve y bajando; creí que quedaría menos. Busco el interruptor de seguridad en la parte de abajo de la carcasa transparente y lo pulso... pero el contador no se detiene. Presiono varias veces y solo obtengo el eco vacío del botón que me transporta al horror. Miro impaciente la barra de descarga que apenas parece avanzar. Apenas diez segundos para completar la descarga.

¿Qué hago? Agarro rápidamente el maletín y lo coloco en la consola central. El crono marca 8, 7... corro hacia el terminal y arranco el pendrive… 4, 3... salto por encima del cadáver y al pisar resbalo con el reguero oscuro de la sangre…




"Atención. Estamos bajo ataque. Desalojen ordenadamente siguiendo las instrucciones del personal de seguridad".

La segura voz masculina está llena de tranquilidad, como la de un paciente padre que guiase a sus hijos con la seguridad de sus palabras, retumbando en la oscuridad de mi cerebro. ¿Estoy despierto? ¿Vivo? Las ráfagas de las luces estroboscópicas anaranjadas palpitan a través de mis párpados de una forma cada vez más hiriente y no sé por qué se me ocurre que abriendo los ojos aliviaré las molestias. Aparezco boca abajo sobre trozos de cristal y lo que parecen trozos de metal, cristal y plástico cubiertos con sangre que también siento en mi boca. Trato de moverme, pero un dolor intenso en la espalda como de una gran quemazón me hace gritar y retorcerme. Latigazos de miedo racional se mezclan con los improperios por el dolor al pensar en que no hay tiempo que perder en largarme de allí. A apenas unos metros la puerta de la sala aparece abierta, con una de las puertas batientes colgando de uno de sus goznes, y el pasillo envuelto en la titilante y rítmica luz de alarma. Respiro rápida y entrecortadamente para conjurar el dolor, apretando los dientes como si pretendiese hacerlos harina, tomando las fuerzas necesarias para impulsarme con ambas manos y tratar de avanzar unos metros. Los cristales se incrustan en mi piel y no puedo apenas contener las lágrimas que el dolor hace brotar y que rolan hasta mi barbilla. Consigo mover una pierna e hincar rodilla, gateando lo justo para llegar el pasillo, si bien al conseguirlo siento fallarme la fuerza en los brazos y caigo de bruces contra el suelo. La intensidad del dolor me marea, y solo se me ocurre rodar por el suelo, deteniéndome en el codo con el pasillo que enfila al ascensor. El sudor y las lágrimas me permiten una imagen borrosa de la única salida hacia el exterior, y me derrumbo, vencido y convencido de que es imposible que pueda escapar en este estado.



El sonido de un timbre antecede la apertura de la puerta doble del ascensor, vomitando a un tropel de tropas de asalto con los rifles en ristre y mil punteros láser peinando cada recoveco del camino. Sabiendo cierto mi final me llevo la mano a la espalda para desenfundar pensando en irme por la puerta grande al cielo, al infierno o a donde quiera roto2 que vayan los cabrones que no han conocido otra vida que la de matar a otros. Me descubro mirando alternativamente la pistola y al pelotón que se acerca. Y pienso en mis compañeros. Les imagino expectantes, impacientes, inquietos, contando los segundos para ponernos a salvo de esta loca misión. Imagino a Lefuuu pendiente del teléfono, a PaJaRiLLo con sus programas, a Rvega comiéndose las uñas, a titilica... Su cara, su boca, su mirada surten un efecto balsámico por unos segundos. Lo justo que necesitaba para que se me encienda una bombilla, una idea arriesgada por desesperada. Empiezo a disparar, vaciando el cargador, pero en dirección a la puerta de la sala segura y empiezo a gritar sin parar:

-¡Cabrones! ¡Cabrones!

Mi mano se sacude con las detonaciones y apenas puedo sostener el arma, dejándome caer de lado con respiración entrecortada (y no fingida), exhausto. Los soldados se lanzan a tierra o se parapetan contra las paredes del pasillo. Me miran disparar pero no ven hacia quién ni a dónde, pegándose a la pared y avanzando con cautela hacia la esquina.

-¿A quién disparás, soldado?- me gritan.

-¡El sargento, han matado al sargento! ¡Hijos de putaaa!- aúllo fuera de mí.

Mi pistola no reacciona más a la presión en el gatillo sino con una sucesión de chasquidos y el fin de las detonaciones. Entonces dos tipos me agarran y me arrastran como un muñeco fuera de la línea de la supuesta línea de fuego.

-¿Cuántos son? ¿Qué armas tienen? ¿Cómo han entrado?

Las preguntas llegan en ráfaga desde distintos soldados y no me cuesta fingir desorientación al mirarles de hito en hito con ojos idos. Me retuerzo de dolor cuando uno de ellos abre en mi espalda la guerrera para examinar mis heridas, palpándolas.

-Yo... el sargento... está... -lo dejo en el aire, mirando al rifle que porta el capitán que lidera al grupo.- Tienen explosivos. ¡Tienen bombas! ¡No os acerquéis!- exhalo como un demente, retorciéndome cuando una punzada me hace arquear la espalda y apretar los dientes.

-Está herido -dice el sanitario. Hay que evacuarle.

Me pone unos apósitos muy fuerte y un mareo me hace sentir una arcada que contengo a duras penas; joder, ni que quisiera clavárme las vendas en la carne. Miro al capitán quien observa atento mi vientre, allí donde la camisa aparece encharcada de sangre.

-Evacúenlo para que le atiendan -dice el capitán, mirándome -Sos un valiente, hijo.

Me quedo mudo ante aquel tipo. La situación movería a risa si no le tuviera el respeto que merece un tipo que, como yo, solo se preocupa de servir lo mejor posible a su país y de proteger a los suyos lo mejor posible.

Entre dos de ellos me levantan con cuidado pero sin miramientos, pasándome los brazos bajo los hombros y portándome hasta el ascensor mientras el sanitario me clava en el brazo la aguja que me dispense plasma con antibiótico. Los dos infantes me apoyan como buenamente pueden en una pared y vuelan de vuelta en apoyo de su pelotón, dejándome con el médico pendiente de mis heridas. Les escucho gritar cuando se cierran las puertas y nos elevamos alejándonos del ruido. Tengo poco tiempo antes de que entren a saco en la sala y empiecen a atar cabos.

Me he dado cuenta de que la sangre de mi ingle no es mía sino que viene del cinturón que arrebaté al sargento. El sanitario presiona en mis heridas pero se le nota que está loco por volver con sus compañeros. Le entiendo perfectamente; y es buena señal: no estaré tan jodido, después de todo.

Llegamos a la planta principal y le falta tiempo para detener a un par de oficinistas que más que evacuar parece que van de parranda, chupando las pajitas de sus mates mientras comentan, alborotados y jolgoriosos, el partido de San Lorenzo y Esgrima del día anterior. Las quejas de los chupatintas (camisas arremangadas, manchas de tinta y nicotina en los dedos, barriga cervecera) no van más allá de un simple "Eh" que se les ahoga en la cara ante las instrucciones gritadas a voz en cuello de que me acompañen y la visión de la sangre que me chorrea por todas partes. El sanitario les traspasa con la mirada y se cuadra para saludarme. Levanto una mano de las que apoyo en el hombro de un oficinista a modo de saludo.

Las luces y la alarma de emergencia nos acompañan hasta el control de seguridad de la salida, abierto de par en par. Tras ellos, la luz verde de los ojos de titilica al otro lado, vestida de sanitaria y con una bolsa de primeros auxilios que aprieta contra el pecho. Parece intranquila; quizá el hecho de verme recubierto de sangre tenga algo que ver.

Uno de los de seguridad se acerca a reemplazar a uno de los oficinistas para ayudarme a pasar por los arcos de seguridad. No es fácil hacerlo sin sentir dolores por todas partes, pero lo conseguimos para que me dejen en manos de titilica. Sí, ahora que estoy cerca sí que me parece que afectada cualquiera que no la, conociera diría que sus ojos brillan como si estuviese a punto de dejar escapar una lágrima.

-¡Alto!

Me giro hacia la figura negra que corre por el pasillo gritando. El capitán del grupo de asalto corre hacia la seguridad, señalándome. - ¡Detengan a ese tipo!

Las miradas de los guardias y de todo el mundo siguen la dirección de su dedo, confluyendo todas en mí. Agarro de la pechera al segurata más cercano y le rompo la nariz con la frente, dejándole caer al suelo con un chorro manando (otra muestra para la, colección de mi camisa) tras quitarle el, arma y encañonar a una tipa con cara de haber desayunado vinagre, los dedos palpando su arma.

-Cierra los ojos. - dice titilica.

-¿Qué?

Y todo se llena de luz. Siento como cuando cierras fuerte los ojos, pero en lugar de oscuro y negro está todo inundado del blanco más intenso; tanto que duele. Cegado por las granadas flash lanzadas, por titilica siento que unos brazos me agarran; golpeo contra la puerta de salida guiado por la voz y las manos de mi compañera, sintiendo el aire fresco en contraste con el perfume agrio de las detonaciones, pero tengo miedo de correr [sabiendo que las escaleras están ahora tan cercanas].

Me parece increíble llegar abajo sin besar el suelo. Inmediatamente titilica y Rvega charlotean metiéndose prisa mutuamente y me tumban en una camilla. Es entonces cuando la música comienza a atronar.




martinezignacio - Buenos Aires,frente al Edificio Libertador

Se acerca el momento. Estoy nervioso después de haber ensashado dos días seguidos este loco baile. Pero ha merecido la pena hacerlo con naty cn. Casi sentir una conexión espiritual entre ambos. Creo que esha también la sintió. Y que la amo. En cuanto todo termine se lo confesaré delante de todos.

Acá shegan todos, en grupitos de tres o cuatro, todos con uniformes diferentes pero con la gorra roja de la unidad de seguridad del Edificio Libertador. Nos juntamos sin mezclarnos, en formación, como vimos en el video. Una ambulancia a pocos pasos enciende la sirena y sale disparada. Alguien se va a perder el espectáculos. Parece que unos chicos comentan algo de sangre. Me santiguo rápido y trato de olvidarme calentado dando saltos. Miro a la deresha: naty cn agita las manos haciendo tintinear los múltiples abalorios de sus pulseras mientras cierra los ojos y marca los tiempos de la respiración. Está beshísima. Me quedo embelesado mirándole la boquita brishante, absteniéndome de plantarle un beso.

Y entonces suena la música. No sé desde dónde shega, pero atrona con fuerza. naty cn me mira con una gran sonrisa a la que correspondo y nos ponemos muy firmes, en formación. Un grupo de soldados comienza a bailar delante nuestra. La gente sale trastabishada del Edificio Libertador y los mira extrañados. Otro grupo se suma a la coreografía hacia la deresha. La gente se queda mirando. Y entramos nosotros.



La música se apodera de mí, siento que el ritmo recorre mi cuerpo entero. Es una coreografía senshilla y divertida para un flashmob organizado a través de redes sociales. Casi que lo más divertido es ver las caras de sorpresa entre el público.

Los últimos compases suenan cuando ejecutamos los movimientos finales. Es genial, ha salido casi perfecto. La gente nos aplaude y graba con los celulares. Un tipo vestido de negro, con todos los aparejos de un grupo de asalto se nos queda mirando, pasando de uno a otro rápidamente. Tiene los ojos inyectados en sangre y shorosos. naty cn salta alegre junto a mí, dando palmas y la abrazo y le planto un beso en la boca y se lo digo: - Te amo.

Su cara refleja incredulidad. Es normal por lo inesperado de mi confesión y la confusión alrededor nuestra. Sonrío para que vea que sí, que es real, que la amo con todo el corazón. Pero su reacción no es la que esperaba.

-martinezignacio... sho... esteeeeeee... -resopla- Verás, sho no estoy enamorada de vos.

Se me congela la sonrisa, el corazón, la razón, el pulso. Esha me mira con pesar y lástima. Se ve que le duele decírmelo. Aposha su mano mi brazo y me dice:

-No es por vos, es por mí.

Siento el calor subir por mi cuello y cubrirme la cara. Desearía ahora mismo que la tierra me tragase y me cagase en una isla desierta donde nadie pudiese mirarme ni decirme nada y shorar a moco tendido. Nada podría ir peor.



-Atención. - El chirrido de un megáfono que se acopla atraviesa nuestros oídos y nos obliga a componer muecas de disgusto. El tipo que estaba vestido para un asalto, subido varios escalones sobre la multitud, se lleva el aparato a la boca.

-Quedan todos ustedes arrestados.



-Casi lo conseguimos.

Las palabras de Rvega resonaban en mi cabeza. ¡Joder! Era cierto. Toda una planificación, un trabajo concienzudo y duros esfuerzos de meses no habían valido para llevarnos la información que buscábamos. Casi lo habíamos conseguido.

PaJaRiLLo seguía revisando el pendrive de todas las formas que conocía pero su conclusión había sido que la información no se había copiado correctamente. Estaba tratando de determinar si porque no llegó a grabarse bien por un virus con el que, además, pudieran estar rastreándonos o por daños en la huida.

-Mierda- digo contrariado, apretando el puño, amagando el gesto de golpear la pared de la cabina del avión. Casi lo conseguimos. Casi. Sentía el calor de la rabia, de la impotencia recorrerme todo el cuerpo, haciéndome sentir molestias en las heridas y cada contusión de mi magullado cuerpo. La pieza clave, la que desvelaría por fin la trama se desmoronaba con todo nuestro esfuerzo y trabajo ante mis ojos. Miraba a través de la ventanilla del avión, hacia la oscuridad de las nubes en la noche.

-Casi lo conseguimos.

La frase rondaba mis labios como marcando los ritmos hipnóticos de un trance en que me hallara sumido. Algo parecía chirriar en mi cabeza, como si las piezas de un puzzle se removiesen tratando de completar la imagen de una fotografía completa y rotunda. Y entonces lo veo claro.



-Casi lo conseguimos.- digo en voz alta. Los demás asienten maquinalmente, la mirada perdida en el suelo del avión, buscando allí a su manera el porqué del fracaso de la misión.

Y empiezo a reírme. No puedo evitarlo, la risa surge desaforada y no logro (ni deseo) retenerla; el más puro alivio después del más hondo pesar parece apoderarse de mí. Todos me miran atónitos; quizá evalúan si mi obsesión frustrada me ha conducido por fin a la locura al no lograr culminar el plan trazado con tanto empeño y con tantas implicaciones durante tantos meses. Me llevo las manos a la cara para sofocarme y enjugarme en parte las lágrimas que ya ruedan por mis mejillas, pero la sonrisa me llena la cara.

-PaJaRiLLo, tenemos aún pinchado el teléfono del MoD argentino, ¿verdad?

Mi compañero me mira con la cara de quien sale de un trance y no se entera de nada, pero asiente despacio.

Aprieto el puño en alto ante la confirmación de lo que ya intuía, ssboreando el triunfo al alcance de la mano.

-Genial. Vamos a llamarle.

Todos me miran con ojos como platos. Sin duda, debo haber perdido la cabeza, deben pensar. PaJaRiLLo sigue en su sitio, paralizado.

-Venga, tío, llámalo.

-PH...- Rvega se me acerca con ánimos de calmarme, pero le detengo con un gesto. Voy a explicarme.

-Vamos, a ver, pensad bien en todo lo que hemos hecho: hemos entrado al Edificio Libertador, hemos entrado al sistema, robado información y escapado sin que nos apresen.- Las cabezas afirman al unísono, pero siguen sin verlo.- Casi lo hemos conseguido porque no tenemos las pruebas de que la empresa que vendió las armas no estaba relacionada con las FAF, sino que es un montaje. Nos falta eso.- Les miro, esperando su reacción, saboreando el golpe final. - Pero ese "casi" solo lo sabemos nosotros. - Las cabezas comienzan a afirmar con más convencimiento.

-Entonces, -dice lefuuu- llamamos al MoD antes de que sus técnicos averigüen la verdad…

- Y por como habrá quedado su sala de control podría ser hasta una semana- confirma nuestro informático.

- El MoD tratará de informar a su contacto del asalto para prevenirle- concluye titilica.

- Exacto- digo con la sonrisa imborrable y las manos apoyadas en la mesa. - Hemos lanzado un anzuelo sin saberlo. Ahora es nuestra oportunidad de tirar del sedal.



-Le tenemos.

-¿Tenemos un quién o un dónde?

-Un 'donde', de momento. Pero no será difícil obtener un nombre pronto.

Asiento palmeando el hombro de PaJaRiLLo. Lleva horas delante de la pantalla incansable desde que se produjera la llamada. Por supuesto, esta era encriptada pero los conocimientos y la motivación de mi compañero no habían decaído ni un segundo, empeñado más que nunca en desvelar el intrincado enigma.

-Está en Barcelona.



El fastidio se dibuja en la cara de Rvega. La identidad del desconocido ha hundido su moral.

-Tiene demasiados contactos- dijo al descubrir su identidad. -Nada que hacer.



-¿Acaso olvidas todo lo que hemos hecho?

-¿Acaso crees tú que ese tipo se va a autoinculpar? Y te recuerdo que no tenemos nada, ni una prueba palpable que presentar ante nadie; solo indicios.

-Pues, ¿sabes?, creo que eso es justo lo que va a hacer.

Mi sonrisa de oreja a oreja desconcierta a mi compañero. Estoy completamente decidido ahora que el final del camino, sea cual sea, está por llegar.



Continuará…