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“En la ciudad, yo era un tipo que disfrutaba dialogar con la gente. Hacía amigos en cualquier ámbito y sobretodo, conocía muchas chicas. Siempre bien acompañado, pasaba las noches en gran jolgorio para despertarme rodeado de placer. Desde que llegué acá parecería que algo de mi humanidad se ha derrumbado. Sobre los escombros se levantó un principio corrosivo que me produjo hacer las más osadas fechorías. En la Brigada, no hablo con nadie. Voy sobreviviendo a las bajas y sé que cuentan leyendas a mis espaldas. Un confidente, temeroso y asombrado, me pregunto si era verdad que ahogábamos bebés en las incursiones a las aldeas. Sucedió sólo una vez. En aquella terrible aniquilación que siguió al campo de los toros. Pero no fue con agua sino que en total frenesí, cavamos diminutas fosas y enterrábamos a estos indefensos seres, que no cesaban de llorar, a la vista de sus mutiladas madres. Y ese sentimiento corrupto hacía que lo disfrutara.”