Bondage

Day 812, 13:30 Published in Argentina Argentina by sofiabio
"Es extremadamente raro que con tantos conocimientos alguien sea al mismo tiempo tan amable".
Marqués de Sade



Desde el silencio...

Cerca de la hora del cierre recuerda inevitablemente cuan débil es la vocación que la arrastró a ocupar aquel lugar, si bien las letras llenan los espacios en blanco que tal vez no se atrevió a llenar cuando las horas corrían a su favor, no es amor al arte lo que la mantiene recorriendo pasillos interminables, descifrando laberintos literarios, ni la historia de los grandes hombres y mujeres de todas la épocas, ni la tradición de conservar el conocimiento para las futuras generaciones, no es la noble tarea de prestar asistencia a las almas que buscan cultivarse, ni el altruísmo de colaborar con la educación de las juventudes ávidas de un porvenir prometedor, no, nada de eso la conmueve en su oficio, es el silencio.

Se esconde tras las reglas que no se atreve a romper, se aturde con sus propios pensamientos y el misterioso oficio de bailar con fantasmas, no acepta que nada se entrometa entre ella y sus teorías sobre las realidades perfectibles, pone mostrador por medio con el mundo que la rodea sin perder utilidad práctica en su no relación con el prójimo, se aleja de todo y de todos sin dar un paso, ni al frente, ni atrás.

No quedan ya muchos títulos por acomodar y tan solo un visitante está sentado frente a sus tomos inacabables de filosofía, en menos de 120 minutos ya se ve teniendo que avisarle que mañana será otro día, con lo poco que le gusta hablar con las personas, al menos tiene la tranquilidad de que este muchacho no va a responderle demasiado, otro punto a favor es la clase de clientela de lugares como aquel.

Trabajo pendiente en brazos se dispone a recorrer las estanterias para devolver cada cosa a su lugar, a estas alturas ya no quedarán más que los tomos de aquel estudiante, ya de espaldas al mostrador en camino a dar por acabada la rutina, siente que alguien la llama, gira sobre sus pasos y ve la figura de un ancianito salido de un cuento de los hermanos Grim, algo en él le trasmite dulzura y melancolía infantil y en lugar de hacerle esperar, como lo hubiera hecho en su gélido trato de no ser por ese detalle, vuelve al mostrador, escucha la consulta y lo asesora sin decir más que un par de números repetidos automáticamente de memoria y alguna que otra ubicuidad cual asafata de un claustro, el abuelito se retira hacia el pasillo indicado y ella vuelve a lo suyo sin poner mayor atención.

Cuando regresa del reparto de tomos, ve que el anciano la está esperando, le pide con gentileza extrema si no lo ayuda a bajar un libro que ha visto cerca de los que buscaba, su avanzada edad no le permite usar escaleras, sin siquiera abrir la boca lo acompaña hasta el pasillo correspondiente, acerca la escalera y lo mira en espera del título, con una caballerosidad de leyenda el hombre suelta el nombre dejándola perpleja, "Justine", ni falta le hace escuchar el autor y se monta en la escalada, aunque oye claramente la voz ronca del atrevido lector vibrar al ritmo del Marquez de Sade entre peldaño y peldaño.

Con los brazos en alto, tratando de sujetar los tomos contiguos que amenazan con caerse al tratar de retirar el pedido, pierde repentinamente el equilibrio y se tambalea un poco hasta que logra recuperarlo, justo cuando el hombre que la espera abajo sube un escalón y la afirma fuertemente, tomándola de ambos muslos por debajo de su falda, entre el susto por el peligro inminente y la sorpresa de la actual situación se altera notablemente, el picaro diablillo que la socorrió, que más sabe por viejo que por leído, sonríe socarronamente y la suelta, no sin antes deslizar con incitante suavidad ambas manos por el tramo completo de la piernas de la bibliotecaria, para terminar en una cálida caricia con el revés de las falánges y al compás de un estrépito suspiro, besar atrevídamente su tobillo.

La inesperada experiencia la deja tan desclocada que baja sin mostrar un mínimo de conmoción al respecto, salvo el incendio de sus mejillas y la velocidad a las que sus pupilas esquivan mirarlo para entregarle el pedido, haciendo esfuerzos por alejarse lentamente, como si nada hubiera sucedido, contra su voluntad, que le pide a gritos huir rápidamente, casi tropieza dos veces en el intento con sus propios pasos.

Al resguardo del ancho mostrador, no quiere ni mirar hacia el salón por no cruzarse con la presencia de aquel respetuosísimo depravado, sin embargo siente claramente la mirada de sus ojos sobre ella, se esconde tras una lectura falsa, no ve ni una sola letra, solo pasea su vista por la hoja para evitar que queden expuestas sus sensaciones, las cuales entre la incomodidad y el arrebato no podría definir, ni aún a si misma.

Los minutos se hacen interminables, la alteración es cada vez mayor, la tensión insostenible y no puede evitar confirmar sus sopechas, la está mirando con una mueca de ternura infinita en el rostro, ni siquiera se molesta en hacer de cuenta que está leyendo, solo la observa detenidamente y sonríe.

Tras un lapso de tiempo que bien pudieron parecer años y después de haber pasado de leer a acomodar lo que ya estaba en su sitio y revisar listas sin necesidad para pasar el rato, llega la hora que si bien esperaba, quería eludir a cualquier precio, la devolución de "Justine", no levanta la vista de la portada para recibirlo y cuando ya parecía que acababa su calvario, el anciano la toma de la mano, libro incluído, coge impulso desde allí mismo y acercándose amenazadoramente al oído le susurra la recomendación de leer, aunque más no sea la dedicatoria, dejándola sin aliento alguno en la maniobra, la observa unos segundos más, le tira un beso volado con la punta de sus dedos y con una sutil reverencia se retira sin más...ni menos.

Completamente atónita, con el pulso tan desbocado que si se aclara oscurece, se sienta en su alta silla sin pensar en llevar a su lugar el ejemplar, ni siquiera puede caer en la cuenta exacta de donde está parada, se resiste a tomar el consejo, pero su resistencia está quebrada por completo desde el momento mismo en que sintió aquel salvataje bajo su falda.

Sin más remedio que seguir hasta el final, abre la primera página y lee lo recomendado, una tentación a seguir con el resto de texto, irresistible, sin lugar a duda alguna, cae sin mediar siquiera los riesgos que presume para alguien que convive con el recato en aparente armonía, sin poder sacar su vista de aquellas letras libertinas hasta que el reloj da la hora de terminar con el día laboral.

Toma su munido y pesado llavero, que solo utiliza para trabar cerraduras desde que tiene memoria, olvidando por completo al silencioso estudiante de filosfía, se ríe de su descuido y da media vuelta para darle tiempo a retirarse, cuando se cruza por su mente la perversa idea de cambiar la rutina de una buena vez, se dirije directo a la puerta central, le echa dos vueltas, baja todas la luces altas dejando encendidas solo las mesas de lectura, sacude lentamente la cabeza soltando su cabello, dejándolo caer pesadamente sobre la espalda, a paso cruzado de tobillos como felino en acecho, se acerca a su víctima desabrochándose descaradamente la camisa, sin dejar de clavar su mirada en los ojos abiertos al extremo que la observan y al tiempo en que deja a la filosofía por el piso con el dorso de su mano, le informa entre susurros incitantes "La biblioteca ha cerrado sus puertas señor mío".


Symphony No. 25 in G minor - Wolfgang Amadeus Mozart:

http://www.youtube.com/watch?v=7lC1lRz5Z_s