Crónica extraña, no digo más

Day 1,626, 11:47 Published in Spain Spain by Espaugyl





Soy un defensor acérrimo del turismo, me encanta ver a sonrosadas y desinhibidas guiris con sólo el 50% de sus bikinis como lagartos al sol aunque a veces sea en pleno invierno, que para ellas es como la primavera en sus frías tierras de origen. Además, por mi oficio y aptitudes, he sido en muchas ocasiones algo muy parecido a un turista, y puedo presumir de frecuentar y haber sido expulsado de los más prestigioso hoteles del eMundo. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque al parecer el turismo puede ser de muchos tipos y últimamente ya no me gusta tanto como antes. Si a todo esto se le suma que hace ya tiempo que no distingo realidad de delirios alcohólicos y que lo extraño ya lo tengo por cotidiano sin cuestionarlo en profundidad pues ya está todo dicho… pero os lo explicaré de todas formas, que para eso soy un etílico notario de la realidad, es decir, un periodista.


Mi extraño día comenzó cuando desperté en el despacho de mi fábrica sin saber ni cómo había llegado allí, pero que a estas alturas ni me extraña ni me preocupa, ya que a veces recordar cómo he llegado a algún lugar suele ser infinitamente peor que el lugar en donde despierto. En esta ocasión había tenido suerte, era un sitio agradable y conocido, sin olores a vómito aún, e incluso mío, con el gran aliciente añadido de saber que por allí debía de andar mi empleada Lantanique, una melancólica belleza felina que se muere por mis huesos, aunque ella no lo sepa, y suela disimular sus reprimidos sentimientos tirándome a la cabeza todo lo que encuentra cuando comienzo a desnudarme en su presencia y avanzo seductor hacia ella.



Nunca he despertado entre leones como este buen hombre, pero sí en lugares y situaciones mucho más peligrosas con maridos muy celosos y sin apenas alcohol para anestesiarme de los golpes


Con ese extraño e inútil superpoder que tengo durante las resacas para tener sabor a colillas en la boca, a pesar de no ser fumador, me desperecé y dirigí con arrastrar de pies, y un trepanante dolor de cabeza por sonidos casi imperceptibles, hacia el despacho de Lantanique. Siempre abro la puerta sin llamar con la esperanza de encontrar a mi empleada tal como eDios la trajo al eMundo, contemplándose en el reflejo de la ventana, o simplemente con sonrisa pícara en ropa interior diciéndome que no me quede en la puerta, pero la verdad es que no sólo esto no ha ocurrido nunca sino que a veces creo que los guionistas de las superproducciones cinematográficas que veo a altas horas de la noche en mi casa mienten en sus argumentos, argumentos que en mi sofá me parecen increíblemente reales y posibles pero que sin embargo me han costado más de un guantazo en la calle y un par de denuncias en los probadores de señora de algunos grandes almacenes.


La puerta del despacho de Lantanique apenas si la tuve abierta una fracción de segundo, porque enseguida comprendí que me había equivocado de despacho y cerré pidiendo perdón. Luego me di cuenta de que me había equivocado de despacho, de país, de continente e incluso de siglo, por lo que procedí a abrir de nuevo la puerta con extrema lentitud y asomé la cabeza con cuidado, no fuese a ser que un vórtice espacio-temporal me arrastrase al lugar que vislumbraba.

-¿Se puede?- pregunté tímidamente a una desconocida japonesa que estaba en la mesa de mi empleada .

-Hola eJefesam- me respondió la voz de Lantanique aunque no la veía por ninguna parte, porque allí tan sólo había una descolorida geisha.



Lantanique en un mal día, tan malo que apenas si hablaba con Haikus, que no es un plato de pescado crudo… o eso aseguraba ella


-¡Manifiéstate estés donde estés, Lantanique!- grité ofuscado a ninguna parte sintiendo de inmediato el haberlo hecho: no sabéis como acentué con el grito mi inhumano dolor de cabeza.

-Soy yo eJefesam- me respondió la voz de Lantanique atrapada en aquella nívea cara.

-¡Los cojones!- dije introspectivo y educado ante la evidente falacia.

-Estoy en uno de mis momentos haiku eJefe:
el eMundo es mi pesar,
no soy más Lantanique que otras veces
y menos que las demás.

-Eh… claro, eso mismo- dije para ganar tiempo mientras algunas de mis neuronas salían de su sopor por la sorpresa.

-Florecen los cerezos.
Un día
caen los pétalos.- Añadió Lantanique para mi desconcierto.

-El perro de San Roque no tiene rabo
porque Ramón Ramírez
se lo ha cortado.- Contesté en uno de mis alardes de rapidez mental.

-No me comprendes eJefesam- me replicó con la mirada perdida mientras a brochazos hacía monigotes de esos que hacen los japoneses para escribir.

-Veamos- comencé a decir cogiendo el toro por lo cuernos- estás muy pálida y mis tripas hacen casi más ruido que el tráfico, así que se acabaron las tonterías y vámonos a El Bar a desayunar como personas de bien, que nos hace falta a los dos- terminé de decir al tiempo que la cogía firmemente por la mano y la arrastraba por la fábrica hasta la calle en dirección a El Bar.


Cuando salimos a la calle un desagradable olor asaltó nuestras pituitarias, era un olor como a descomposición, como a cementerio de bajo presupuesto donde entierran poco profundo, como a nevera a la que le ha fallado la red eléctrica y al volver de unas vacaciones abrimos inocentemente… era repugnante y estaba por todas partes. Lantanique sin embargo no se extrañó.

-La basura nos inunda,
la guerra comienza,
las elecciones se acercan.



Aspecto de las calles de eEspaña durante la presente campaña electoral, el espíritu de unión de Aruch yace bajo el montón de basuras del fondo


-Mira niña, aún puedo dar positivo en un control de tráfico hoy y mañana, cuéntamelo en cristiano- respondí con la delicadeza propia de una resaca del 7 en la escala Richter.

-Espaugyl, a ti te sacan de Calderón de la Barca y hay que explicártelo todo con marionetas- me respondió Lantanique comenzando a ser un poco ella misma.- Hace días que no paran de lanzarse mierda los partidarios y detractores de eBelinda ¿no te has enterado de nada?

-Mira, dejemos claras las cosas, ni conozco a ese señor, a ese tal eBelinda, ni me importa la mierda que se tiren mientras no me den y tenga la boca abierta, así que sigamos hacia El Bar- respondí acelerando el paso con la respiración algo alterada tanto por los olores como por el ritmo.

-¡Alto!- oí que me decía una voz a la altura de mis rodillas haciéndome parar- está usted respirando mucho y rápido, así que desembolse 250 ESP.

-¿Qué dice este sapo?- pregunté cuando vi que era Sumsura quien me acababa de hablar- ¿desde cuando el aire cuesta dinero?

-El aire no cuesta dinero, es gratis- me respondió condescendiente- es el hecho de respirar lo que está gravado con impuestos, y como he bajado el IVA en todo lo demás de algún sitio tengo que sacar dinero para el Estado.

-¡Los cojones!- contesté por segunda vez aquella mañana acelerando el paso y casi atropellando al pequeño economista ahoganovatos.



Sumsura tras darse cuenta de que mis ansias por llegar a El Bar eran muy superiores a rodearlo para no atropellarlo cuando ingenuamente intentó cobrarme impuestos


Cuando creía que la mañana se podía enderezar, cuando entré en El Bar con Lantanique aún fuertemente cogida de la mano, el alma se me cayó a los pies. Aquel no era El Bar, o lo era pero su espíritu había muerto con lo que encontré dentro.


La barra estaba llena, incluso mi sacrosanto taburete estaba ocupado, el que se adapta mejor a mis posaderas que los calzoncillos que me puse hace un par de meses y aún llevo, pero lo malo no era el que hubiese tanto cliente, era lo que hacían y cómo los delataba: un extraño ser casi tan blanco como mi lantánica geisha tenía una inocente tostada con jamón y este había sido prostituido con kétchup y mostaza, a su vera algo parecido a un homínido mojaba un plátano en el café, un poco más allá un individuo con aspecto de europeo del este untaba una tostada con paella, y algo más allá un ensimismado ciudadano con una camiseta que hacía referencia a algo estropeado o Roto, no sé, estaba embelesado con su propio reflejo en la barra sin hacer caso a su mate.



Hay que ser muy mala persona y muy guiri para echarle kétchup a esta obra de eDios


-¿Qué coño pasa aquí? ¿es que nadie sabe desayunar decentemente? ¡A la puta calle, panda de raritos!- grité volviéndome a arrepentir cuando la cabeza estuvo a punto de estallarme.

-Calma, calma- me contestaron desde el fondo un grupo de sonrientes españoles- mis compañeros y yo estamos tranquilamente desayunando con estos compatriotas.

-¡Los cojones!- dije por tercera vez en menos de una hora- aquí hay menos españoles que posibilidades de que Halesius sepa quien es su padre.

-¿Algún prrroblema Herrr Espaugyl?- escuché con un estremecimiento una conocida voz teutónica a mis espaldas- ¿tienes alguna rreclamación que hacerr contrra mis amigos Robotik, Xavir o diego1975? Son buenos eciudadanos y excelentes congrresistas, siemprre dispuestos a darr ciudadanía a quien lo necesite.

-No cabe duda Hans- le contesté al Admin de la GestapoeRepublik sin quitarle ojo a la porra eléctrica que acababa de sacar de su abrigo de cuero negro y que zumbaba cargando el ambiente de ozono y miedo por mi parte.- Lantanique, hija, saluda a estos señores que ya nos vamos.

-¿Y el desayuno?- me contestó aún en su eMundo de cerezos en flor y pálida languidez.

-No te creía tan materialistamente anclada a la tortura de los apetitos del cuerpo- contesté tajante mientras tiraba de ella en dirección a la puerta- en mi casa seguro que hay té y esas mariconadas.. o pelusas y hierbajos de las macetas que puedan hervirse con idéntico sabor- añadí poco antes de llevármela en volandas y pasar como una exhalación esquivando la porra eléctrica que ya buscaba destino en mi bajo vientre.


Corrí sin mirar atrás con Lantanique al hombro, saltando por la calle por sobre montones de basura electoral rumbo a mi casa, y no sin antes sonreír pensando que sin haberlo planeado estaba llevándome a tan singular geisha a mi cubil.


Desde las profundidades de mi cuarto de baño, encerrado por mi seguridad tras comprobar que Lantanique vuelve a ser ella misma y me tira a la cabeza todo lo que tiene peso y aristas, se despide este Corresponsal aún con la esperanza de que la fiera termine por dormirse y quede a mi merced.


Espaugyl