[SN] Un tren al paraíso

Day 2,478, 14:54 Published in Spain Spain by johnnhy

Nunca quise coger ese tren en mi vida, nunca me había planteado irme con él. La gran mayoría de los que lo hacían, al final, no regresaban jamás. Quizás ya no valía la pena quedarse más en ese lugar y fuese el momento de comprar un billete para el más allá. Una lástima… que los billetes fuesen tan caros y los trenes tan escasos. Hace ya mucho tiempo, cuando aún podía considerarme joven, cometí la locura de tomar el tren. Me fui para desaparecer, pero me fui para volver. Sin embargo, ahora, sólo habría billete de ida.

Una última batalla, un último esfuerzo. Por los que aún seguían entre nosotros, pero sobre todo por los que hacía tiempo que habían tomado el tren y nos habían abandonado. Ni tan siquiera eso me convencía. Las batallas ya no eran lo mismo, o quizás sí, y simplemente el hecho de haber perdido a tantos compañeros por el camino hiciera que cada nueva batalla tuviera un sabor más amargo que la anterior.




A mi lado tenía a Chopin y el canoso de B. B. mientras me dirigía al frente sabiendo que con nuestra escasa fuerza más bien poco íbamos a hacer. Había logrado el arma de un viejo amigo, de mi Maestro, pero eso no hacía sentirme tan fuerte como triste. Ni con esta pesada arma me sentía útil en la batalla. Tres viejos y extrañamente pobres, probablemente de los únicos viejos que iban cortos de dinero y aún tenían que mendigar por conseguir algo de munición y comida. Triste, pero cierto.

Nuestras oxidadas armaduras brillaban a la luz del sol en medio de aquel desierto. Suerte que el sistema de ventilación y aire acondicionado del casco funcionaba correctamente, o moriríamos asfixiados por el calor.

Y ahí lo vi, a lo lejos.

Eché un vistazo a nuestro alrededor y comprobé que estábamos algo alejados del resto de soldados. Argh… demasiado lejos del tren, mala idea haber pospuesto el plan. Frente a nosotros se avecinaba la peor pesadilla de un stormtrooper, un jedi.

En mis sueños más profundos siempre quise ser un Sith, siempre quise poder sentir la Fuerza fluyendo por mis venas, conocer su poder, controlarlo… y no ser un soldado más de un centenar, no necesitar a cien de nosotros para acabar con un miserable jedi y poder bastarme yo solito y acabar con cinco de ellos si hacía falta. Pero el destino no lo quiso así, un clon idéntico a otros tantos miles, nacido para matar, nacido para morir.




¿Qué podían hacer tres vejestorios contra él? Aparte de ser cruelmente aplastados como hormigas. Yo sólo quería correr para subirme al tren y huir de nuestro terrible futuro. En silencio, negando con nuestras cabezas cubiertas de metal, nos despedimos los unos de los otros, rezando porque nuestra muerte no fuera demasiado dolorosa.

El jedi se acercó a nosotros mostrando una sonrisa prepotente. Todos sabíamos lo que iba a pasar. Sacó su sable de luz y lo activó, produciendo ese chirriante sonido que tantas veces me había traído tranquilidad y confianza al ser un Sith quien lo empuñaba. Esta vez, el ruido y el brillo del sable me revolvían el estómago, hasta el punto que casi vomité. Recordé que llevaba el casco, y enseguida reprimí las náuseas.

B. B. y Chopin le apuntaron con sus viejos y anticuados fusiles, mientras yo preparaba mi gran herencia, aquel arma pesada, aquella preciosa ametralladora. Abrimos fuego con un sentimiento fugaz de esperanza, sentimiento que se disipó al comprobar la facilidad con la que el Jedi esquivaba y desviaba todos y cada uno de nuestros disparos, haciendo rebotar algunos en nuestra dirección y obligándonos a cesar el fuego y buscar protección tras la duna que nos separaba. Desde allí seguimos disparando.

Era imposible matarle.

No tardó en alcanzarnos. Era inútil huir de un Jedi, y mucho más inútil hacerlo montado en un bantha, aquel sucio y feo animal que nos había acompañado por el desierto. B. B. cayó el primero, cuando el jedi hizo rebotar uno de nuestros disparos en su pecho. A Chopin lo alcanzó de un gran salto, vulnerando la gravedad y avanzando varios metros para cortarle el brazo con el que sujetaba el arma y posteriormente clavarle su sable en el vientre. Yo me quedé parado y tiré la inútil ametralladora al suelo. Ni con el arma más sofisticada y mortífera podría vencerle.




Ahora sólo veo el tren. Se mueve. Y me dirijo de nuevo a mi reino, lleno de paz, lleno de sueños hechos realidad. Mi billete de ida es más caro de lo que pensaba, pero espero poder pagarlo con mi cabeza, que ahora rueda por la arena tras haber sido delicadamente cortada por el sable azul del jedi.