[Cuento] La comparsa de mi barrio
Rodrigo_1290
Pedro Figari, "El candombe" oleo sobre cartón.
Pedro Figari, pintura del candombe,1932
Era martes y regresaba a casa en el ómnibus, después de una larga jornada con muchos
problemas, idas y vueltas.
Era invierno en Montevideo, y como escuchaba decir a los más grandes, estábamos viviendo uno
de los inviernos más fríos de los últimos cincuenta años. Es que el frío te congelaba hasta el alma.
Miro por la ventanilla, ya era momento de bajarme, pero ver a las personas por la calle con varias
camperas, bufandas, gorros y demás, me daban ganas de seguir hasta el destino.
Ya estoy abajo. El frío me abraza. Miro y en la esquina, un fuego ardía fuertemente, como
burlándose del frío. Me acerco y veo un grupo de personas; ¿Cuántos son? ¿Quince, veinte?, más
no.
Alrededor del fuego, tambores se disponían como los pétalos de una flor.
Es que era martes, y a pesar de todo, hoy sale la YTU, a brindar calor humano a todos los vecinos.
Ellos me reconocen primero; ¡mira ahí viene Rodrigo!; ¿ rodri te quedas no?; mira, Pablo trajo vino
tinto por que sabe que otro no tomas,
Por adentro pienso en el parcial que tenia mañana y que probablemente me enferme; sin embargo
me quedo.
Los miro a los ojos, converso con ellos, veo todo tipo de personas. Hombres y mujeres, ricos y
pobres. Es que Momo no discrimina. Las puertas están abiertas para todos.
Al acercarse la hora de salir, mas gente se suma; ahí viene José, y su hijo Manuel con un tambor
chiquito como el del padre. Después Matías con esa bandera enorme que solo los que la conocen
se atreven a domarla, muy pocos por cierto. Mujeres con los niños en brazos, abuelas con los
nietos, familias enteras; todos salen a disfrutar del espectáculo.
Los tambores ya están templados, cada uno toma el suyo y va a su lugar en la formación. La
formación parece una legión romana, todos juntos, adelante y atrás flamean banderas con los
colores naranja, negro, y azul. Bailarinas, bailarines, gramilleros, y mamas viejas le dan “color” a la
fiesta.
Lentamente comienzan a sonar las lonjas…
A pesar de mi pasión por el candombe, confieso que jamás toque uno. Soy de los que piensan que
para tocar el tambor hay que nacer, es algo que se lleva en la sangre. Simplemente me limito a
caminar a su lado, anestesiado por los sonidos, que siempre me hacen pensar.
Vamos cortando la calle, no pasan autos ni ómnibus, a veces alguno de los automovilistas vencido
por el stress y el ritmo de vida; reacciona violentamente. Después la mayoría disfruta de la fiesta y
algunos hasta se quedan a acompañar.
El jolgorio se escucha a varias cuadras, la gente sale de las casas y desde la vereda acompaña
con las palmas.
Los que no se animan por el frio, desde las ventanas o las puertas saludan y hacen palmas, los
niños, asombrados con los ojos bien abiertos pegados al vidrio.
Otros, los menos, cierran las puertas, las ventanas y las rejas, y probablemente maldigan a estos
negros que no le dejan escuchar la tele.
Se me fue el frío. El calor de la gente es más grande. Las caras de los que van tocando son de
completa atención a los ritmos. El sudor recorre sus mejillas, seguramente terminen con varios
callos en las manos, ya que los sonidos hacen temblar las calles y los edificios y vibrar los
corazones.
Se acerca el final, terminan, y todos levantan sus manos haciendo una reverencia al cielo.
Muchos, saludando a los que ya no están.
El público estalla en aplausos.
Después el silencio.
Parece que el ritmo te queda en el cuerpo.
Cada uno con su tambor colgado en la espalda, hasta el martes que viene.
Carlos Paez Vilaró, candombe
Comments
LA ROMPISTE!!! SOS UN CAPO MAN!
Felicidades!
Es buenísimo!!
Enhorabuena por tu premio Lint, y sigue con ese estilo!
Muchas gracias, me llena de orgullo y alegria sus comentarios!
Muy bueno. Merecido el premio