TODAS LAS COSAS BUENAS

Day 2,241, 18:27 Published in Colombia Mexico by GianPortillo


Estaba en mi clase de tercer grado en la Escuela Saint Mary de Morris, Minnesota. Yo quería a mis treinta y cuatro alumnos, pero Mark Eklund era uno en un millón. De aspecto muy prolijo, tenía tanta alegría de vivir que hasta su ocasional malicia resultaba encantadora.
Mark hablaba sin parar. Yo trataba de recordarle una y otra vez que hablar sin permiso no estaba bien. Lo que me impresionaba, sin embargo, era la respuesta sincera que me daba cada vez que lo corregía por portarse mal: “¡Gracias por corregirme, Hermana!” Al principio no sabía qué hacer pero en seguida me acostumbré a oírlo muchas veces al día.
Una mañana mi paciencia estaba a punto de agotarse cuando Mark volvió a hablar. Cometí un error de docente novato. Miré a Mark y le dije: “¡Si dices una palabra más, te taparé la boca con cinta adhesiva!”
No habían pasado diez segundos, cuando Chuck exclamó: “Mark está hablando de nuevo”. No les había pedido a los demás alumnos que me ayudaran a vigilar a Mark, pero como había mencionado el castigo frente a clase, tenía que cumplirlo.
Recuerdo la escena como si hubiera sido hoy. Caminé hasta mi escritorio, abrí deliberadamente el cajón y saqué un rollo de cinta adhesiva. Sin decir una palabra, fui hasta el banco de Mark, corté dos pedazos de cinta e hice una gran X con ellos sobre su boca. Luego volví al frente de la clase.
Cuando miré a Mark para ver qué hacía, me guiñó el ojo. ¡Eso fue lo que hizo! Empecé a reírme. Toda la clase aplaudió cuando me acerqué al banco de Mark, le quité la cinta y me encogí de hombros. Sus primeras palabras fueron: “Gracias por corregirme, Hermana”.
A fin de año, me llamaron para enseñar matemática en primer año. Pasaron los años y sin darme cuenta volví a tener a Mark en mi clase. Estaba más lindo que nunca e igual de educado. Como tenía que prestar mucha atención a mis explicaciones de matemática, no hablaba tanto como en la primaria.
Un viernes, las cosas no andaban muy bien. Habíamos trabajado mucho con un nuevo concepto toda la semana y me daba cuenta de que los chicos se sentían frustrados y crispados entre ellos. Debía terminar con este malestar antes de que se descontrolaran. Entonces, les pedí que hicieran una lista con los nombres de los alumnos de la clase en dos hojas de papel, dejando espacio entre cada nombre. Después, les pedí que pensaran lo más lindo que se les ocurriera respecto de sus compañeros de clase y que lo escribieran.
La tarea les llevó todo el resto de la clase, pero al salir del aula, cada uno me entregó su papel. Chuck sonrió. Mark dijo: “Gracias por enseñarme, Hermana. Que tenga un buen fin de semana”.
Ese sábado, escribí el nombre de cada alumno en una hoja suelta y transcribí todo lo que los demás habían dicho acerca de él. El lunes, le entregué a cada uno su lista. Algunas ocupaban dos páginas. Muy pronto, toda la clase sonreía. “¿De veras?, oí murmurar. “¡Nunca pensé que los demás me tenían en cuenta!” “¡No sabía que me querían tanto!”
Nadie de la clase volvió a mencionar esos papeles. Nunca supe si los chicos habían hablado del asunto entre ellos o con sus padres, pero no importaba. El ejercicio había logrado su propósito. Los alumnos estaban otra vez contentos consigo mismos y con los demás.
Ese grupo de estudiantes avanzó. Varios años más tarde, a la vuelta de unas vacaciones, mis padres me esperaban en el aeropuerto. Cuando íbamos camino a casa, mamá me hizo las preguntas habituales sobre el viaje: qué tal el tiempo, mis experiencias en general. Se hizo un silencio en la conversación.
-¿Papá? –dijo mamá mirando a mi padre de reojo.
Mi padre se aclaró la garganta.
-Los Eklund llamaron anoche –empezó.
-¿De veras? –dije-. Hace varios años que no sé nada de ellos. Me pregunto cómo estará Mark.
-Mark acaba de morir en Vietnam –respondió despacio papá-. El funeral es mañana y a los padres les gustaría que tú fueras. –Hasta hoy, puedo señalar el lugar exacto en que estábamos en ese momento.
Nunca había visto a un soldado en un ataúd militar. Mark estaba tan apuesto, parecía tan maduro. Lo único que se me ocurrió pensar en ese momento fue: “Mark, daría toda la cinta adhesiva del mundo para que pudieras hablarme”.
Los amigos de Mark llenaban la iglesia. La hermana de Chuck cantó un himno. ¿Por qué tenía que llover el día del funeral? Ya era suficientemente difícil estar junto a la tumba. El pastor dijo las plegarias habituales y la corneta tocó a silencio. Uno por uno, todos los que querían a Mark pasaron junto al cajón y lo rociaron con agua bendita.
Fui la última en bendecir el cajón. Mientras estaba allí, uno de los soldados que había llevado el féretro se me acercó. -¿Usted fue profesora de matemática de Mark? -preguntó. Asentí sin dejar de mirar el cajón. –Mark hablaba mucho de usted –dijo.
Después del funeral la mayoría de los compañeros de clase fueron a almorzar a la casa de Chuck. Allí estaban la madre y el padre de Mark, obviamente esperándome. –Queremos mostrarte algo –dijo el padre, sacando una billetera del bolsillo-. Mark llevaba esto cuando lo mataron. Pensamos que lo reconocería.
Al abrir la billetera, extrajo con cuidado dos hojas de cuaderno gastadas que obviamente habían sido tocadas, desplegadas y dobladas muchas veces. Sin necesidad de mirarlas, supe que eran las hojas en las que había anotado las cosas buenas que habían dicho los compañeros de Mark sobre él. –Muchas gracias por hacer esto –dijo la madre-. Como ve, Mark lo guardó como un tesoro.
Los compañeros de Mark empezaron a reunirse alrededor de nosotros. Chuck sonrió tímidamente y dijo:
-Yo todavía tengo mi lista. Está en el cajón de arriba de mi escritorio, en casa.
-John me pidió que la pusiera en nuestro álbum de casamiento –comentó su mujer.
-Yo también tengo la mía –dijo Marilyn-. Está en mi diario.
Entonces Vicki, otra compañera de clase, buscó en su agenda y mostró su lista gastada y resquebrajada al grupo. –La llevo conmigo todo el tiempo –dijo Vicki sin pestañear-. Creo que todos guardamos nuestras listas.
Fue entonces cuando finalmente me senté y lloré. Lloré por Mark y por todos sus amigos que nunca volverían a verlo.



Helen P. Mrosla
P😨 Las fotos son reales. La primera es la profesora con su clase y la última es la foto de Mark Eklund