Sobre la gloriosa lucha en Oaxaca

Day 2,944, 11:18 Published in Mexico Cuba by Rupert Hallamer
Algo nunca visto por ninguno de los presentes ocurría. Los más mayores afirmaban que tal cosa era un eco del pasado, que no era nada nuevo, que debían luchar como sus antepasados habían hecho contra esa sensación, pero ni ellos mismos podían contener suspiros de terror. Hombres de los Mares del Sur, de algún lugar lejano llamado La Plata, entraban sin cesar, como si dispusieran de una fábrica de humanos, en los valles de Oaxaca; desde Monte Albán miraban esa increíble escena los descendientes de aquellos grandes zapotecas que habían hecho de esa tierra la envidia de la Costa del Pacífico.


Las valles eran observadas atentamente desde Monte Albán.

Estaban en pie de guerra, y ni el Jaguar podría evitarlo. Eran ellos, en su peor momento, contra los que blandían largas espadas y lucían esplendorosamente brillantes armaduras que hacían honor al nombre de su supuesto sitio de procedencia. Contra eso, los oaxaqueños disponían de lo poco que habían podido improvisar; no acostumbrados aún a las cada vez más frecuentes guerras, seguían confiando en la madera de ahuehuete para fabricar un frágil armamento que no les permitiria nunca destacar en el ámbito militar. Siempre habían confiado en la diplomacia, esa vieja compañera, que en los malos momentos les proveía de camaradas más preparados para luchar contra el supuesto invasor.

Pero esta vez, habiendo descuidado durante demasiado tiempo a esa compañera, estaban solos. Los amigos no respondían a sus llamadas de ayuda, y las iguanas y hasta los tepezcuintles huían de lo que parecía sería un desfile militar de La Plata. Ellos, los zapotecas, también irían con esos hermosos animales, si su honor se lo permitiera, pero no lo hacían; se quedaron erguidos, con sus armas a punto, esperando, impasibles, la inevitable llegada del invasor.

Han venido a subyugarnos. Quieren nuestras tierras, pero no como las queremos nosotros; ellos llevan el interés marcado en la frente, y nosotros el sentimiento. ¿No es, pues, nuestra causa más justa que la suya? Hoy moriremos por la justicia, y perderemos esta batalla. Pero Dios nunca muere, guerreros, y proveerá que nuestro sacrificio sea determinante para ganar esta guerra.” El guerrero anónimo cogió aire: “Por nuestra tierra, por nuestros hijos y padres, por la libertad!” Un unánime grito salió de la garganta de todo hombre, mujer y infante de Monte Albán.

Y los de La Plata llegaron, y aunque encontraron una dura resistencia, acabaron con el mundo conocido por esos zapotecas. Quemaron y destruyeron Monte Albán, robaron sus tesoros y talaron sus árboles. El lugar quedó desolado, y como el anónimo hombre afirmó, subyugado al Imperio de esos paisanos del sur. Aunque, en medio de la destrucción, entre las rocas de los templos derruidos, nadie vió crecer la flor de la vida; ninguno de los invasores se dió cuenta como, entre las cenizas, crecía un nuevo brote verde, con fuerza, llevando dentro de sí la palabra libertad.


Luchemos por nuestra libertad, siempre queda esperanza.

Rupert Hallamer, Director