El Niño Suicida

Day 1,445, 10:44 Published in Spain Spain by Popelus

Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante -un niño se había suicidado pegándose un tiro en la sien derecha- habló el vagamundo desconocido que acababa de comer muy pobremente en una esquina de la tasca marinera, y dijo:

-Yo conozco la historia de ese niño.

Pronunció la palabra niño de un modo muy particular. Así, los cuatro bebedores de aguardiente, los cinco de vino albariño y el tabernero se callaron y escucharon con gesto inquiridor y atento.

-Yo conozco la historia de ese niño -repitió el vagamundo. Y, tras una solerte y bien medida pausa, comenzó:

-Allá por el mil ochocientos treinta, una beata que después murió de miedo vio salir del cementerio florido y maloliente de su aldea a un viejo muy viejo desnudo. Aquel viejo era un recién nacido. Antes de salir del vientre de la tierra madre había él mismo escogido esa forma de nacer. "¡Sería mucho mejor ir de viejo a joven que de joven a viejo!", pensó siendo espíritu puro. A Nuestro Señor le chocó la idea. ¿Por qué no hacer la prueba? Así, con su consentimiento, se formó en el seno de la tierra un esqueleto. Y después, con carne de gusano, se hizo la carne del hombre. Y en la carne del hombre fermentó el calorcito de la sangre. Y como todo estaba listo, la tierra-madre parió. Parió un viejo desnudo.

Cómo después el viejo encontró ropa y mantenimiento es cosa de mucha risa. Llegó a las puertas de la ciudad y como aún no sabía hablar, los ministros, después de echarle una capa por encima, lo llevaron a delante del juez como si hubieran sido testigos: "Aquí le traemos a este pobre viejo que perdió el habla con la paliza que le dieron unos ladrones mal paridos. Ni ropa le dejaron".

El juez dió ordenes y el viejo fue llevado a un hospital. Cuando salió, ya bien vestido, le decían las monjitas: "Va hecho un buen hombre. Hasta parece que perdió años".

Por entonces él ya había aprendido a hablar algo y se hizo mendigo. Así anduvo por muchas tierras. Allá en Lourdes estuvo dos veces, la segunda tan joven que, los que le conocían de la primera, pensaron que había sido un milagro de la Virgen.

Cuando adquirió experiencia suficiente pensó que lo mejor era mantener secreta aquella extraña condición que lo hacía más joven cuantos más años pasasen. Así, sin que lo supiera nadie -a excepción de uno o dos amigos fieles- podría vivir mejor su verdadera vida.

Trabajó de viejo y se hizo rico para descansar de joven. De los cuarenta a los quince años su vida fue la más feliz que se puede imaginar. Cada día gustaba más a las chicas y anduvo liado con muchas y con las más bonitas. Hasta se dice que con una princesa... Pero de eso no estoy cierto.

Cuando llegó a niño su vida comenzó a enredarse. Le daba miedo la sorpresa con que lo veían entrar tan libre en las tiendas a comprar dulces y juguetes. Algún ratero de visera apretada lo tiene seguido a lo largo de muchas calles estrechas. Y alguna vez tiene comido sus dulces temblando de angustia, con lágrimas en los ojos y almíbar en los labios. La última vez que me lo encontré -él tenía ocho años- andaba muy triste. ¡Pesaban, además, tanto en su espíritu de niño los recuerdos de su vejez!

Luego comenzó a molestarle día y noche una obsesión tremenda. Cuando pasasen algunos años lo recogerían en cualquier callejuela extraviada. Quizás alguna señora rica y sin hijos. Después... ¡Quién sabe lo que pasaría después! La lactancia, los paseos en carrito, con un sonajero de cascabeles en la manita tierna. Y al final... ¡Ou! El final daba espanto. Cumplir su sino de hombre que vive al revés y refugiarse en el seno de la señora rica -puede que cuando ella durmiese- para allí ir a menos hasta convertirse primero en una sanguijuela y después en una cosa diminuta y luego en pequeñísima semilla...

El vagamundo se levantó muy meditabundo, con las manos en los bolsillos, y dio algunos paseítos todo amargado. Al cabo dijo:

-Me lo expico, sí, me explico que se pegase un tiro en la sien el pobre muchacho.

Los cuatro bebedores de aguardiente, creían. Los cinco de vino albariño, sonreían y dudaban. El tabernero negaba. Cuando todos discutían mas fervorosamente, el tabernero se levantó de pronto de puntillas y se puso a mirar todo alrededor con los ojos muy abiertos. El vagamundo había desaparecido sin pagar.

~Rafael Dieste, "Dos Arquivos do Trasno", 1926
Traducción libre