Matanza del Salsipuedes

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Se conoce como la Matanza del Salsipuedes al ataque sufrido el 11 de abril1 de 1831 por indígenas charrúas en Uruguay, por parte de tropas gubernamentales al mando de Fructuoso Rivera, a orillas del arroyo Salsipuedes Grande, afluente del Río Negro. Según la historiografía oficial uruguaya en el ataque habrían muerto 40 charrúas y 300 habrían sido tomados prisioneros, algunos de los cuales lograron huir. Entre las tropas oficiales hubo 1 muerto y 9 heridos.2 El hecho es frecuentemente referido como punto culminante del exterminio o genocido del pueblo charrúaAntecedentes[editar · editar código]

En la época existía en las autoridades el concepto de que los remanentes de algunas tribus de charrúas, que se desplazaban libremente por los campos sobre todo en los territorios del norte, casi como en la época precolonial, constituían un obstáculo insalvable para la estructuración de una sociedad que debía organizarse. Existe un buen grado de consenso histórico en que las tribus indígenas que poblaban el territorio comprendido a ambos lados del río Uruguay eran fundamentalmente del tronco guaranítico, aunque conformados en diversos agrupamientos y de distinto comportamiento. Buena parte de ellos habían tendido a vivir en forma sedentaria, en buena medida luego de los establecimientos fundados por los jesuitas en las llamadas misiones jesuíticas. Otros se iban integrando en sociedad rural y el mestizaje.
En gran medida, los integrantes de esas ramas indígenas, parcialmente sedentarios, habían formado parte de las partidas de combatientes y de los desplazamientos de tropas y poblaciones causados por las alternativas de las luchas revolucionarias conducidas por José Gervasio Artigas y otros líderes de la revolución libertadora. El mismo cacique guaraní llamado Andrés Guazurary (Andresito Artigas), considerado por Artigas como su heredero político entre los charrúas, tomó parte en la reconquista de las Misiones Orientales hasta su derrota en manos del ejército brasileño. También habían guerreado los charrúas entre ellos, grupos de charrúas y sus caciques.
Cambio de paradigma[editar · editar código]

Una vez independizada la provincia Cisplatina o provincia Oriental como Estado Oriental del Uruguay, la situación de los indígenas fue una de las principales preocupaciones de los criollos. Codiciaban sus tierras para afianzar la dominación de la clase social que encarnaban, y que ya ejercían virtualmente desde el final del régimen virreinal. Al tener asegurada la frontera con Brasil, los indígenas ya no eran necesarios para la nueva organización del Estado.
La matanza[editar · editar código]

A su retorno de las Misiones Orientales, Fructuoso Rivera había intentado asentar en Bella Unión a una parte de los grupos que lo habían acompañado en esa campaña. En febrero de 1830, el propio Juan Antonio Lavalleja recomendó a Rivera adoptar las providencias «más activas y eficaces» para la seguridad de los vecindarios y la garantía de las propiedades afectadas por los charrúas, a los que consideraba «malvados que no conocen freno alguno que los contenga» y que no podían dejarse «librados a sus inclinaciones naturales».
La decisión de poner fin a esos grupos charrúas habría quedado así a cargo de Rivera, que había establecido buenas relaciones con algunos caciques en la época de los combates contra los diversos ocupantes del territorio y también gozaba de popularidad y adhesión entre los indígenas. Desde su posición de presidente, Rivera convocó a los principales caciques charrúas, Venado, Polidoro, Rondeau y Juan Pedro ―junto con sus mujeres y niños―, a una reunión a realizarse en un bucle o potrero formado por el arroyo Salsipuedes, diciéndoles que el Ejército los necesitaba para cuidar las fronteras del Estado.
Según los relatos, el 11 de abril de 1831 asistieron a la reunión varios centenares de indios, que fueron agasajados y emborrachados. En un momento, Fructuoso Rivera le pidió a su amigo el cacique Venado que le alcanzara su cuchillo para picar tabaco, y entonces lo habría matado de un tiro. Esa habría sido la señal para iniciar el ataque. Inmediatamente fueron rodeados por una tropa de 1200 soldados al mando de Bernabé Rivera. El saldo según la historiografía oficial fue de 40 indios muertos y 300 prisioneros, algunos de los cuales lograron huir, siendo perseguidos por Bernabé Rivera. Entre las tropas hubo 9 heridos y 1 muerto.
Los indígenas prisioneros fueron trasladados a pie hasta Montevideo. La mayor parte de ellos, fundamentalmente mujeres y niños, quedaron a cargo de familias de Montevideo donde sirvieron esclavizados. Cuatro de los sobrevivientes (Vaimaca Pirú, Tacuabé, Senaqué y Guyunusa) fueron entregados a un francés llamado François De Curel, quien los trasladó a París donde fueron exhibidos como ejemplares exóticos de América. Todos ellos murieron en cautiverio. La única excepción fue Tacuabé, que logró huir llevándose la hija que su mujer dio a luz,4 se incorporó al ejército de la provincia de Entre Ríos, y participó años más tarde en la guerra civil entre esa provincia y la de Corrientes.[cita requerida]
La persecución no se agotó en la matanza de Salsipuedes. Bernabé Rivera tuvo un especial empeño en encontrar y exterminar a los que lograron escapar, en lo que él mismo describió como «el gran interés que [yo] tomo en la conclusión de los infieles».
Luego de Salsipuedes, Bernabé Rivera fue enviado por el presidente en busca del cacique Venado, que había huido con su gente hacia el litoral, cruzando el río Uruguay hacia territorio argentino. Según la versión más aceptada, lo encontró en el cerro Pintado y, con engaños, logró que lo acompañase junto a su gente (que no pasaban de 12) hasta la estancia de Bonifacio, un amigo suyo que se prestó a lo que iba a suceder. Los indios llegaron a la estancia y se les sirvió una cena en la cocina. Mientras estaban comiendo, trancaron la puerta y, a través de las ventanas, hombres armados los ejecutaron fríamente, según el estremecedor relato de Manuel Lavalleja.5
Posteriormente, el 17 de agosto de 1831, Bernabé Rivera sorprendió ―en Mataojo, cerca de la desembocadura del río Arapey― a otros grupos comandados por los caciques El Adivino y Juan Pedro y los atacó, saldándose el episodio con 15 muertos y más de 80 prisioneros. Bernabé Rivera informó que habían conseguido escapar 18 hombres, 8 «muchachos de siete a doce años y cinco chinas de bastante edad» y, con ellos, Polidoro, único cacique que quedó sobreviviente.
A principios de 1832 hubo una sublevación de indios guaraníes en Bella Unión y Bernabé marchó a reprimirla. Combatió la sublevación con su consabida habilidad e intransigencia. Pero, en la tarea de perseguir a los fugitivos, el 20 de junio de 1832 dio con un grupo de 16 charrúas, aparentemente comandados por el cacique Polidoro, que emprendieron la fuga. Bernabé los persiguió con 24 combatientes hasta la hondonada de Yacaré-Cururú, despreciando las advertencias de un baqueano, que lo alertó del peligro de estar siendo atraídos a una emboscada. Cuando estaba en la parte central de la misma, los indios dieron vuelta y atacaron por sorpresa, matando a varios oficiales y soldados. Bernabé fue golpeado por unas boleadoras en la espalda, cayó de su caballo y, antes de que pudiera montar en ancas de uno de sus hombres, fue alcanzado por los indios, que lo capturaron.
La venganza fue terrible. Eduardo Acosta y Lara, en su obra La guerra de los charrúas, transcribe el relato de Manuel Lavalleja:
Allí entraron a hacerle cargos de los asesinatos hechos a sus familias y compañeros. El teniente Javier, indio misionero y ladino, era de opinión de que no se matara a Bernabé (...) pero los otros todos, incluso las chinas, pedían su muerte, y aquél (Bernabé) les ofrecía cuanto ellos pudieran apetecer: les ofrecía que les haría entregar las mujeres e hijos; a esta oferta le preguntaron que quién entregaba las familias que él y su hermano habían muerto en Salsipuedes. Bernabé no tuvo qué responder y entonces un indio llamado cabo Joaquín lo pasó de una lanzada y a su ejemplo siguieron los demás. En fin, murió, le cortaron la nariz y le sacaron las venas del brazo derecho para envolverlas en el palo de la lanza del primero que lo hirió, lo arrastraron a una distancia donde había un pozo de agua y allí le metieron la cabeza, dejándole el cuerpo fuera.
El cadáver de Bernabé Rivera fue rescatado tal cual cuenta Manuel Lavalleja, con la cara en un charco de agua