LEYENDA DE ATZIMBA

Day 2,472, 07:39 Published in Mexico Mexico by DESANONIMOUS

Les dejo una Leyenda de Michoacán espero les guste

La Reina Atzimba (Zinapécuaro Michoacán)
Los servidores de Cazonci la trataban con esmero y le velaban el pensamiento para obsequiarla en todos su deseos. Para ella los demás bellos encajes de plumas de colibrí, para ella los lindos collares de esmeraldas, para ella lo mejor de la música de las flautas y los más dulces cantos de las guananchas.

El rey la amaba con grande afecto de hermano y señor. Todo discurría felizmente en el palacio de Sincicha. Aunque los presagios que últimamente se habían presentado en el cielo, en el mar y el la alta cierra anunciaba un cambio radical en el reino, en la religión y sus costumbres ancestrales, el ánimo del rey se manifestaba optimista.

Sabía que se había derrumbado el poder de los mexicas ante el empuje de los blancos. Más el tarasco pensaba que su pueblo era invencible y que no correría la misma suerte.
Un día, si saberse porque, empezó a manifestarse una rara enfermedad en la joven princesa. Desmayos, pérdida de conocimiento, días enteros sin tener conciencia de si misma. Estos eran los síntomas que presentaba la enfermedad.
El rey llamo a los más hábiles médicos del reino y su opinión fue que la joven estaba hechizada y que era conveniente enviarla a las fuentes termales de Zinapécuaro, consagradas a la diosa Cueraváperi. Con los baños en esas aguas quedaría su cuerpo limpio de todo mal. Y para que la curación fuera radical y completa, determinaron los curanderos que Atzimba fuera consagrada al culto religioso de la diosa Cueraváperi, como esposa intermaterial del sol.
Se aceptó el consejo de los curanderos, y Atzimba, acompañada de una brillante comitiva, fue llevada a los floridos campos de Queréndaro y luego a las pintorescas campiñas de Bocaneo y de Taimeo.
La princesa permaneció varios días en Taimeo tomando los baños.
Fue llevada después a Zinapécuaro, y en medio de solemnes ceremonias, tomo el velo de la Hucháar-Nande, o sea, la jefa o cabeza principal de las guananchas. La denominación de Hucháar-Nande significa “nuestra madre”.
Atzimba llenaba gran parte del día con el culto de la diosa en su templo; se le veía también recorrer los alegres bosquecillos que existían entre la casa de las vírgenes del sol y el palacio, donde se hospedaban los reyes cuando iban a tributar culto a la diosa. Más no se notaba que hubiera recuperado la salud. Una profunda melancolía se le reflejaba en el rostro. Con frecuencia le venían contracciones musculares y caía a tierra sin sentido.
Mientras tanto Hernán Cortés, que había tomado a Tenochtitlán y se dedicaba desde su residencia en Coyoacán a edificar la ciudad nueva, tuvo noticias de la grandeza del reino de Michoacán y quiso enviar exploradores que le llevaran informes.
Para esta comisión escogió a un soldado español apellidado Villadiego, quien acompañado de algunos indígenas mexicanos, partió para Taximaroa.
Al llegar a este pueblo fronterizo. Fueron aprehendidos Villadiego y sus acompañantes. El cacique tarasco los envió al cuidado de una nutrida escolta a Tzintzuntza para que fueran presentados al rey. La salida de Taximaroa fue en la noche; al amanecer llegaron a Zinapécuaro.
Las ordenes del cacique de Taximaroa eran que fueran encerrados por lo pronto en el palacio real de Zinapécuaro y que se avisara a Tanganxoán para que el dispusiera lo que había de hacerse con ellos.
Estaban ya en Zinapécuaro ante las puertas del palacio los soldados con los prisioneros. En esto llego Atzimba y vio al gallardo español, jinete en un caballo, y rodeado de quienes lo llevaban.
La princesa quedo inmóvil contemplando la aparición. Villadiego a su vez fijo sus ojos en los de la joven, y la mirada larga y ardiente de aquellos dos seres fue un manantial de fuego en sus corazones.
Los soldados se apresuraron a introducir al español al patio del palacio y lo encerraron en un calabozo.
La princesa, de pie y con el brazo derecho extendido hacia el oriente, quedo herida de una inmovilidad completa, como petrificada, y en la actitud en que había estado al desaparecer el hispano.
Las guananchas que le servían no se atrevieron a interrumpir el éxtasis de Atzimba. La contemplaron largo rato, mas al fin cayo e la tierra y una de las jóvenes exclamo, llena de terror: ¡nuestra madre esta muerta!
Este grito fue oído en el palacio de las vírgenes del sol, y momentos después, las guananchas los sacerdotes rodeaban el cadáver de la princesa.
Los criados salieron en todas direcciones a dar la fatal noticia, y los nobles y gran parte del pueblo acudieron a prestar sus auxilios.
El cuerpo fue conducido al gran salón en el palacio de las vírgenes del sol. Lo lavaron con agua impregnada de plantas aromáticas, le pusieron ricas vestiduras, y, colocándolo en finísima estera, lo rodearon y lo cubrieron de flores.
Al atardecer, las vírgenes del sol llevaron en hombros el cadáver de aquella que llamaban su madre. Tristísimos eran los cantos fúnebres que entonaban las doncellas. La concurrencia lanzaba tiernos sollozos y en el templo de Cueraváperi sonaban los roncos caracoles.
Había entre los floridos setos del parque real una yácata nueva, cubierta en la parte exterior de verde césped y de flores, y la gruta del interior estaba sembrada de plantas de sombra, de oscuro y húmedo follaje.
Ahí depositaron el cadáver, encendieron en torno de él muchos braserillos de incienso, y, colocando en un lado búcaros llenos de agua y cestos con variados alimentos, la que fue en vida una joven hermosa, se quedó en el fondo de la yácata, inanimada y lívida.
Dos días estuvo en el calabozo el hispano Villadiego. ¿Cómo hacer para escapar? ¿En dónde estaría la joven india que le había ganado triunfalmente el corazón? ¿Comprar a los carceleros para que lo dejaran salir? ¿Seria una cosa imposible volver a encontrarla? ¿Por qué con una sola mirada se le había encendido el alma con una llama de amor inextinguible?
Pensando en estas cosas una y mil veces, noto que por la parte de atrás de su calabozo había una salida que, aunque estrecha, podía ampliarse si él hacia un esfuerzo. Lo hizo y logró derrumbar una roca.
Salió en plena noche. Anduvo vagando entre la arboleada espesa que había en el lugar y, casualmente, al pasar por un pequeño montículo cubierto de yerbas y flores, sus oídos escucharon un débil gemido. Dio vuelta en derredor, descubrió la entrada de la gruta y penetró en ella.
La sorpresa fue indecible. Ante sus ojos estaba la princesa, inmóvil y lívido el semblante. Se acercó, le tomó una ano, la llevó a su boca para besarla. . . ¡Aquella mano oprimió la suya. . .!
Al fin, Atzimba se incorpora. Ha recuperado la vida; el gozo le llena el corazón y le asoma al semblante. Un prolongado abrazo une a los dos amantes y un beso prolongado los llena de emociones inmensa.
Está ya cercano el amanecer. Atzimba, hablando náhuatl que entiende a medias el hispano, le dice:
“hasta la noche, amor mío. Aquí te espera tu Atzimba. . .” Al saberse la noticia de la resurrección de Atzimba, todo es alegría en el poblado. Las guananchas conducen a “su madre” al templo de Cueraváperi en andas en medio de cantos y música. Todos comentan gozosos el milagro de la resurrección de la princesa.
El cacique del pueblo envía mensajeros al rey para informarle de todo lo que ha sucedido. Atzimba encarga a los enviados que le digan a su hermano Cazonci que venga, porque tiene cosas importantes que revelarle.
Cuatro días tarda el rey en llegar. Cuatro noches de amor tejen la dulce pero frágil tela de la felicidad de los dos amantes. Al fulgor de la luna pasean en los bosquecillos cercanos hasta la salida del sol.
Al fin llega el rey. El sacerdote de la diosa sale a su encuentro antes de que penetre en el pueblo y lo pone al tanto de los amores de su hermana con el hispano.
Hondamente disgustado queda el cazonci con lo que se le ha informado; mas logra reprimir su enojo, cuando su hermana se le acerca para pedirle lo que ella tiene que informarle.
Atzimba dice a su hermano que en la muerte, por la que acaba de pasar y de la que resucito, un ser supra terrestre le ha dicho que todo tiene que cambiar; que no debe oponerse a los hombres blancos que tendrán que venir a conquistar estos reinos; que la ley que ellos traen es la que tendrá que prevalecer.
Más al retirarse Atzimba de la presencia del rey, entró éste en consejo con sus ministros para pedir su opinión acerca de lo que debía hacerse con la princesa y el español.
En el consejo resolvió que tanto Villadiego como sus acompañantes fueran sacrificados a los dioses.
En la noche de ese mismo día el cazonci volvió a Tzintzuntza acompañado de sus ministros. En la comitiva iban también Atzimba, Villadiego y los acompañantes mexicas.
Villadiego no fue sacrificado, sus acompañantes sí. Al español se le tuvo encerrado en estrecha cárcel.
Días de terrible angustia para Atzimba y Villadiego los que pasaron en la capital del reino.
Algunos días después, cerca de la media noche, los dos amantes fueron conducidos en una lancha, que los dejo en la orilla cercana a Erongarícuaro. De ahí, en unas andas, al modo de un palanquín, fueron trasladados durante varios días de camino, hasta llegar, en la noche, a la orilla de la profunda y pavorosa barranca de Curíncuaro (hoy Jicalán Viejo), cuyo fondo se pierde en espantosa profundidad. Apenas se si oía el vago rumor de un arroyuelo que corría entre las peñas.
Atzimba, aterrorizada, vuelve los ojos hacía los que la llevan. La luna ilumina la faz terrible y hosca de aquellos hombres. Unos se apoderan de ella; otros de Villadiego. Los atan con una cuerda, a cada uno por separado, y los van descolgando hasta llegar a una cueva que hay en la pared del barranco. Les ordenan que entren en aquella oquedad. Ellos obedecen. Les descuelgan después provisiones de boca y dos grandes tinajas llenas de agua.
Todo queda después en silencio. Las aguas corriendo en lo profundo del barranco. La luna difunde su claridad triste en la noche terrible.
El amor de Villadiego y Atzimba fue un amor trágico.