Ellos

Day 2,558, 11:43 Published in Spain Germany by selenios



Viene de Ella y Él

(Se recomienda leer la primera parte escuchando esto , al menos era en lo que yo pensaba)

¿Qué estarías dispuesto a hacer para salvar a tus seres queridos?

¿Qué harías por calmar el llanto de tu hijo desnutrido, darle calor y cobijo, poderle decir que todo mejorará sabiendo que ya no le mientes?

¿Aceptarías salir a cazar un animal salvaje? ¿Acaso los seres humanos no somos animales? ¿No son estos tiempos salvajes?

Mi nombre es Marcel, soy antropólogo de formación y un monstruo por decisión propia. Éste es el discurso que utilizo con los recién llegados a nuestra Comunidad, aquellos a los que he decidido salvar porque pueden aportar algún conocimiento o alguna habilidad importante para el grupo. Gracias a mí se ha salvado algunos, otros muchos han sido condenados. Pero no te engañes, lector, toda aquella gente ya estaba muerta, sólo era una cuestión de tiempo, tiempo que yo he decidido acortar.

Tengo 40 años, pelo castaño y barba bien cuidada, algunos dicen que un rostro atractivo, sumado a un tono de voz suave y empático. Soy comunicativo, domino con maestría los tiempos de la conversación y nunca prometo algo que no vaya a cumplir. Soy la figura paternal que requiere mi grupo de supervivientes, algo más de un centenar.



Creo que ninguna vida es superior a otra, ni animal ni humana. Todos tenemos el mismo derecho a intentar ser felices o, como mínimo, sobrevivir en este mundo helado y apocalíptico que hemos heredado. Pero cuando tengo hambre y las provisiones disminuyen, ignoro mis convicciones y envío a mis soldados a cazar a aquellos incautos que se dejen atrapar. Después, despellejamos su piel y los cocinamos de distintas maneras, haciendo un arte de ello. De hecho, hemos comenzado a apreciar el sabor de la carne humana, mucho mejor que el de gato o perro, y similar al de la rata. Pero esos animales ya escasean y son difíciles de atrapar. Es más fácil matar gente.

Pero no siempre he sido un líder. Yo también me arrastré como tú, como tantos otros, mendigando un mendrugo de pan, peleándome por los víveres y la ropa de abrigo que se lanzaba desde el aire al principio de la catástrofe.

He visto hombres matar hombres por una mala mirada, por querer coger un saco de arroz que otro pensaba que le pertenecía. Después, dejaban su cuerpo a la intemperie, congelándose bajo el pálido cielo. Hasta que un día me planteé ¿por qué desperdiciar esa carne?

Arrastré mi primer cadáver hasta un lugar oscuro, donde nadie pudiera observar como devoraba con ansia su carne, pues la vergüenza y los remordimientos me carcomían por dentro. Pero si el hambre aviva el ingenio, la idea de perder el sustento, ablanda la dignidad. Es muy fácil acallar la conciencia una vez el estómago está lleno.

Poco a poco, los aviones fueron espaciándose más y más en el tiempo, hasta que al final no volvieron a aparecer por el horizonte. Tal vez nuestros amados líderes, nuestros políticos salvadores que se habían refugiado en las Canarias los primeros días, habían también sucumbido al frío. Tal vez, simplemente se habían olvidado definitivamente de nosotros.

La supervivencia se volvió aún más dura, el carácter más agrio y cada mirada era una amenaza latente. Era yo o los otros y decidí ser yo.
Fue entonces cuando me enfrenté a la realidad, no tal y como me gustaría que fuera, sino tal y como es. Vivimos en un mundo asolado por el frío. Los recursos son finitos y escasos. Cada grupo solitario significa un competidor más por lo poco que queda. Así que no únicamente los cazamos por su carne, sino porque son en sí mismos una amenaza para nuestra subsistencia.

Lo sé, os parezco repulsivo. Pero al final, soy yo el que cena caliente cada noche y vosotros los que os escondéis de mí, hambrientos y atemorizados.
Además, una vez formado el primer grupo, me sentí feliz con mi papel de líder. Por primera vez, YO era importante, otros dependían de mi decisión (al principio), de mi capricho (después). Ser el macho alfa provoca en mí un egocentrismo desbocado, un placer superior al sexual, un orgasmo mental que no estoy dispuesto a perder jamás. Pasé de ser un Gollum miserable a convertirme en el Eneas moderno, con sangre divina corriendo por mis venas y progenitor del futuro pueblo que herede esta yerma tierra.

Yo soy Ellos
Yo soy “los salvajes”.
Yo soy “los caníbales”.
Yo soy el presente.
Y, sobretodo, YO soy el único futuro.




Quizás los pobres ingenuos que se ocultaban en el remolque del tráiler pensaron que la oscuridad de la noche ocultaría su humo, pero los ojos de los cazadores avistaban cual águilas desde los cielos, bajo el tenue sol o bajo la mirada de luna menguante. Los tres cazadores habían estado observando durante horas el sutil hilo de humo, esperando movimiento dentro o fuera de aquel cajón de unos 15 metros de largo, trampa mortal para cualquiera que estuviera dentro. No habían divisado nada, por lo que si el fuego no se había apagado significaba que alguien lo estaba alimentando.

-Aquí grupo Beta. Nos disponemos a entrar. Preparad la caldera, hoy habrá carne para la cena–dijo una voz ronca dirigida hacia un walkie.

Eran tres, como de costumbre. Ya no tenían nombres, pues habían perdido ese privilegio al entrar en aquella comunidad. Ahora se conocían por 82, 36 y 59. Solo los miembros más antiguos o aquellos que habían realizado una gesta valerosa tenían el honor de conservar un nombre, en ningún caso el que les fuera puesto por sus padres.

El trío se acercó hacia el camión con precaución. No había lugar donde pudiera esconderse un tirador, pero aún así su instinto los mantenía alerta. La compuerta trasera del remolque del camión cedió sin esfuerzo ante sus brazos, aunque con un considerable ruido. Cualquiera que estuviera dentro ya se habría alertado de la intrusión, así que se precipitaron al unísono, blandiendo sus armas; una katana, un hacha de considerables dimensiones y una ballesta armada con dardos más bien modestos.

En el interior solo había la figura de un hombre de anchas espaldas, situado casi al final de la plataforma. En frente suyo, una antigua estufa-chimenea de hierro fundido, con una pequeña portezuela que arrojaba la pobre luz que iluminaba la estancia. El caño de la chimenea salía por un lateral del camión, por donde escupía el humo delator. La silueta del hombre estaba rodeada de basura por todas partes, botellas, hojas secas, periódicos antiguos y todo tipo de plásticos, hundiéndose los pies del trío entre los desperdicios. Al fondo, un fardo generoso de leña y un armario viejo de dos puertas macizas era todo lo destacable dentro del camión. El hombre no pareció inmutarse ante la súbita invasión de su escondrijo. De hecho, continuaba dándoles la espalda como si les estuviera esperando. El lamento de las brasas a punto de extinguirse era todo lo que se escuchaba, modesta bienvenida para el grupo de cazadores.



-59, dardo a la espalda –dijo calmadamente el hombre de la voz ronca, quien parecía el líder del grupo.

Una flecha salió silbando hasta impactar en la espalda del hombre, quien recibido la saeta sin emitir sonido alguno.

-Parece que esta noche no vamos a tener acción, chicos. Tenemos a uno que la ha palmado justo antes de nuestra llegada. –dijo el líder, hacha en mano, no demasiado convencido.

-¿Muerto por el dióxido de carbono acumulado aquí dentro? No es la primera vez que lo vemos –dijo 59, el hombre de la ballesta.

-¿Y quién alimentaba el fuego? –preguntó tímidamente el mastuerzo de la katana, personaje que llevaba con el 82 un año después de haber entrado al grupo. Pocas luces, pero brazos largos como palos de remo.

-59, revisa el cadáver.



El hombre de la ballesta se acercó prudente a la enigmática figura. Estaba a punto de tocarlo con la punta de la ballesta descargada, cuando unas fauces emergieron entre la basura y aprisionaron uno de sus tobillos, un cepo. El crujido del hueso precedió al alarido del hombre, quien vio incrédulo como la sangre emanaba a chorros de su bota campera. Acto seguido, la portezuela del armario se abrió y apareció la punta de un arpón. En menos de un segundo, salió disparado hasta penetrar el pecho del hombre del hacha, asomando la cabeza del arpón por la espalda de la víctima. 59 esputó sangre por la boca, señal de que un pulmón había sido atravesado y ahora se estaba llenando de sangre.

82 vio estupefacto como del armario surgía una figura oscura, tiznado a medias su rostro de negro, parecía un espíritu venido de otro mundo. En la diestra, un hacha de carnicero; en la zurda, un largo cuchillo cuyo rojizo reflejo aventuraba la entrada al infierno.


Fue aproximándose pausadamente hasta 59, quién aún se sujetaba su pierna intentando liberarla del cepo. Con un golpe seco del hacha, abrió una brecha en su cuello, dejando la cabeza medio colgada del cuerpo.

Continuó su caminar hasta alcanzar a 36, a quien las fuerzas le habían abandonado y ni siquiera pudo blandir su hacha. Esta vez, el cuchillo lamió su corazón y allí se quedó clavado.

82 miró hacia primero hacia el agresor y después hacia su espalda. ¿Huir o enfrentarse a aquel demonio? Nunca antes había luchado solo contra otro hombre, siempre se habían amparado en la superioridad numérica. Sin ser consciente dio un paso atrás, luego otro. Ahora tenía a aquel demonio tan cerca que podía vislumbrar el odio en sus ojos, aquel ser no podía ser del todo humano.

De repente, el diablo saltó hacia un lateral del camión e impactó con su hacha en la pared. 82 escuchó el correr de una cuerda y vio, incrédulo, como una madera armada con una docena de cuchillos salía proyectada de la pared del camión y se estrellaba contra sus piernas. Lanzó un alarido de dolor y maldijo en voz alta al demonio que se acercaba.

Recordó que aún sostenía la katana en su mano y lanzó un par de estocadas al aire. A la tercera, aquel demonio se precipitó sobre él y asió con una fuerza sobrehumana su brazo. 82 sintió como el largo cuchillo rasgaba su anorak y penetraba en sus tripas. Quiso gritar de nuevo, pero esta vez el acero seccionó su garganta. Notó como el demonio lamía la sangre que salía a borbotones de su cuello, pero ya poco importaba, él estaba muerto.
Y ya en silencio, el demonio contempló su obra. Sus primeras víctimas a sangre fría. Tres asesinos despiadados, tres salvajes, tres cadáveres. Tres malnacidos que ya no volverían a ver la luz del sol, ni a comer carne humana o violar mujeres. Tres seres despreciables que habían sido ajusticiados en el interior pestilente de un camión.

Con el fuego cazan, con el fuego pueden ser cazados

El ruido de sus tripas le sacó de sus pensamientos. Dos días sin comer, solo a base de agua caliente, lo habían debilitado. Al iniciar la contienda, la adrenalina desbocada en sus venas, le había dado unas energías que creía desaparecidas. No estaba seguro de poder volver a hacerlo. Miró larga y pesadamente cómo se desangraban los cuerpos de los tres infelices. Él con tanta hambre, ellos tan muertos.

¿Puede un hombre cazar monstruos sin convertirse en uno?




No, no puede.






Lis sostenía su pistola de bengalas intentando controlar el temblor de sus brazos. Ella era una mujer decidida, valiente, pero en su cabeza se había imaginado el despertar del desconocido de manera muy diferente, más amigable. En cambio, veía como su cautivo se debatía furiosamente contra las ataduras mientras su rostro reflejaba un odio inmenso. Comenzaba a pensar que había sido un error traer a aquel desconocido hasta la seguridad de su escondrijo y una parte cada vez más importante de su cerebro la apremiaba a apretar el gatillo. Aquel ser era otro animal salvaje como el grupo de caníbales que asolaban el exterior.
Sintió como el muelle del gatillo comenzaba a combarse cuando se sorprendió a sí misma diciendo:

-Archibald, si continuas agitándote como un loco, se soltarán los puntos de tu pierna.

Su propia voz le sonó extraña y débil, apenas un hilo inseguro y quebradizo.
Entonces el preso se detuvo y la miró fijamente, como si pudiera atravesar las múltiples capas de su ropa y escrutar directamente en el interior de su alma. Pasaron un tiempo indeterminado mirándose sin pronunciar palabra, ambos intentando descifrar las intenciones del otro. Finalmente, fue el hombre quien rompió el silencio.

-¿Mi pierna? –musitó Darío intentando recordar los últimos sucesos.
En su mente todo era borroso, imágenes atroces e imposibles, extraídas de sus pesadillas más tormentosas, se mezclaban con el fugaz recuerdo de una tempestad temible, la misma Parca azotándole con un látigo de nieve y hielo.

-Yo caí... -volvió a murmurar Darío.

-¡Sí! –Exclamó Lis, con renovada convicción en el extraño –Ellos te perseguían, dispararon un rifle y te hirieron en la pierna. Yo lo vi todo desde el edificio donde tengo ubicadas mis placas solares. Bueno mi placa solar, ahora estoy intentando poner una segunda porque con una sola en invierno me veo obligada a racionar el tiempo que la resistencia eléctrica está encendida y, claro, me quedo sin energía en el momento más inoportuno. No creas que me estoy quejando de tener energía, ¿eh? En realidad, soy una privilegiada. Bueno, no es que las placas cayeran del cielo, instalarlas fue mérito mío…

Las palabras brotaban de la boca de la mujer de forma incontrolada. Incluso ella misma se dio cuenta y se sintió algo ridícula. Si se paraba a pensarlo, era la primera conversación que mantenía con alguien vivo en el último año y medio, demasiado tiempo para cualquier persona. Ella había deseado mostrar una “fría indiferencia” ante el extraño, mantener las distancias en un primer momento, pero la tensión se había acumulado dentro de ella durante los dos días que el hombre había permanecido sin sentido, agitándose bajo los efectos de la fiebre y un sinfín de pesadillas.

Lis bajó su arma e intentó mostrar una sonrisa amigable. Por un momento, el piercing de su labio emitió un brillo, reflejo de la escasa luz emitida por la minúscula estufa eléctrica. No obtuvo respuesta en su Archibald, ya que éste había vuelto a perder el conocimiento.

Sí, su temor inicial se había disipado. Quería, necesitaba, contacto humano. Nadie puede vivir indefinidamente alejado de todo y de todos. Aquel extraño era una oportunidad dentro del nuevo mundo. Su oportunidad para darle un nuevo sentido a su vida. Su oportunidad para no acabar colgada de una viga.

Y sonrió…………… Porque después de mucho tiempo, volvía a tener esperanza.

Continuará en “Cabezas en estacas”




Relato patrocinado por


Y por


Siempre bien helada!