-Recuerdos-

Day 2,704, 16:08 Published in Venezuela Switzerland by Deathstroke Sylar






Parte de un escrito al que titulé Recuerdos, que cuenta anécdotas de mi infancia y pre adolescencia.

-Recuerdos-

Señora Madrugada.
Recuerdo pasar las tardes sentado al lado de mi abuela o “mama” como siempre la llamé, (recordar su rostro es recordar el cielo) para verla desmechar la carne, la carne que irían a rellenar las arepas que paradójicamente nos darían el sustento, serían las arepas de la madrugada, arepas que la madrugada comía y a cambio retribuía con aquellos papeles rojos, morados y verdes, y un metal redondo que era para mí. A veces la señora madrugada no comía lo suficiente y el regreso de mama en la mañana era desolador, un aura opaca envolvía su ser, a esa aura al parecer la llaman tristeza, esos días no había metal redondo para mí, pero esos días, yo podía comerme una arepa de la señora madrugada.



Guerra de Colores.
Recuerdo mis vecinos discutir, unos eran blancos, los otros eran verdes, casi todos en mi familia eran blancos, pero no tenían tiempo para discutir con los verdes, se preocupan más porque el almuerzo no fuese arepa con leche o arepa con mantequilla. Pero a mi me inquietaba, me preguntaba como escogen el color, yo quería un color diferente, azul era mi color favorito. Y llegaba un domingo extraño en el que los vecinos no asistían a misa, se apostaban a las afueras de la escuela, y los grupos de colores se ubicaban a cierta distancia, y comenzaba el combate, nunca pude presenciar la batalla, al final no tenía importancia, el color ganador se anunciaba en la lotería de la noche por la TV, un señor en corbata daba los resultados del sorteo.

El Reto Más Alto.
Recuerdo los tamarindos, el gran árbol de tamarindo que en algún momento fue frondoso, lo veía elevarse imponente en casa de bisabuela, cuando pasaba frente a él por las calles me retaba, se reía. Un día mi mamá (con acento en la última A, es decir mi madre, no “mama” quien era mi abuela) decidió hacer helados naturales para vender, y creo que ese ha sido el único día que me ha enviado a hacer algo que de hacerlo por mi parte sería motivo de castigo –hijo ve a casa de abuela y súbete al árbol de tamarindo, pero no tan alto, recoge lo más que puedas- y Salí contento. Estuve frente a él por cinco minutos, observándolo, analizando por donde atacar, ya no me retaba, estaba en silencio, sabía que llego su hora de perder. Escale, rama a rama, y no me detuve, no miré hacia abajo en ningún momento, hasta que se acabaron las ramas, y estaba en lo más alto, estaba en la cima del caserío.

La Casa R.
Recuerdo que cerca de mi casa, había una casa vieja muy particular, no era para vivir. Tenía la letra “R” pintada en grande y al revés. Allí siempre estaba un vecino, el que parecía intelectual, con sus lentes oscuros y una barba canosa peinada, estaba el que vendía pescado en su moto por las mañanas, con su camisa de cuadros envejecida y su olor a playa, y otros más que no reconocía de otro sitio que no fuese de la casa R. Un día me acerqué, y me asomé por la puerta, pasa me dijo el vecino intelectual. Me leyó páginas de un libro, entendí poco, al final me dijo, es la biblia de los trabajadores y esta la casa del pueblo, y tú eres el pueblo. Yo solo quería preguntar porque la R estaba al revés, y me encontré que esa casa era mía.

El Mar y Yo.
Recuerdo el mar, pero no recuerdo bien el día en que peleamos, recuerdo solo ver un azul intenso y burbujas, mi madre dice que es imposible que recuerde eso pues era muy pequeño. Siempre hemos sido vecinos, casi al frente, por una extraña razón me gustaba visitarlo, sobre todo el mar lejos del caserío. Pero me quedaba en su puerta, no pasaba al interior de él, desde aquella pelea le temía, aunque no recuerde con detalles, y mis amigos se burlaban de mí, y se divertían en él mientras yo observaba. Un día me armé de valor y entré, moví brazos y piernas, y sentí su abrazo, fui feliz, entonces miré al horizonte, y entendí, que el mar y yo hicimos las paces, ahora somos eternos amigos.

Esperanza.
La Casa con la R al revés ya no existía, ya hacia un tiempo que se convirtió en “Los Chinos”, ahora escuchaba a mi vecino contarme anécdotas rebeldes o leerme libro de barbudos en la plaza o frente a su casa, el ya no era de la R ahora era anaranjado y me mostraba el puño no para pegarme ni para amenazarme, sino más bien para mostrarme como se empuña –Hay alguien recorriendo las calles de Venezuela en una vieja camioneta, ese alguien se llama esperanza– me dijo. Y volví a casa, mi familia veía las noticias en la tele y en esa caja electrónica en ese preciso instante pude ver y escuchar la esperanza, llevaba un curioso gorro rojo.

Juan Minguera.
Vivía al frente de mí, en una vieja casa de barro y piso de tierra, la única que quedaba en plena calle principal, adentrándose en el monte aún quedaban algunas, pero en las calles solo la casa de Juan Minguera. Pescador, campesino, albañil, carpintero, Juan Minguera hacía de todo a pesar de su avanzada edad (yo diría que casi 80 años) y de carecer de buenas herramientas, su humildad era su riqueza, nunca le faltó un buen plato de comida. Tenía familiares con dinero, pero él se sentía millonario de vida. Me gustaba visitarlo, su patio era todo un bosque artesanal, con árboles de frutas de todos los tipos y tamaños. Un día Juan Minguera salió a atarrayar, pasaron tres días. Los efectivos de seguridad encontraron su cuerpo laguna abajo, se comentó en el pueblo: Juan Minguera fue víctima del Langolango de Arapano*, para mí, fue elevado a ángel en el cielo de los pobres.

*Nota: “Langolango”, leyenda rural de margarita en las zonas aledañas a la Laguna de la Restinga conocida como Arapano: Un hombre misterioso que a lo lejos atarraya en la laguna imitando los movimientos de su víctima, si este termina de atarrayar primero la víctima muere.

Lo Vi Morir.
Recuerdo verlo morir, mi “casi abuelo” Sergio, padre de mis tías, las hermanas de mi mamá, pero no es el padre de ella, el tenía una gallera. Cuando lo vi morir fue trágico y me marcaría. Me llevaba los fines de semana a su gallera para ayudarlo, yo recogía las botellas de cerveza que dejaban los clientes, me gustaba ayudar, y jugaba a ser una especie de tractor que alrededor limpiaba el camino al dejarlo sin botellas. Me había regalado un gallo, el más esplendoroso –este es el tuyo- me dijo. Cumplía con mi trabajo circular de recoger botellas, cuando por curiosidad levanté la cabeza para observar la pelea, y mis ojos se humedecieron, una lagrima rodó mejilla abajo, allí estaba él, el más esplendoroso, recibiendo picotazos, agonizante en el suelo, reconocí sus plumas y lo vi morir, mientras el público festejaba. Desde entonces, no quiero ver indefensos morir por diversión de otros.

23 Escalones.
La primera vez que mi mama me dijo vamos para la capital, vamos para el 23, no entendía como podíamos ir a un número, y si vamos a un número yo quiero ir al 6 que es mi cumpleaños. El viaje fue largo, pero lo peor, fue cuando tuvimos que subir escaleras, entonces pensé que si contaba los escalones en el número 23 llegaríamos, pero tampoco, no recuerdo exactamente cuántos escalones eran, pero al llegar, pude ver desde lo alto las inmensidad que desconocía, casi como la playa donde me criaba, y en mi imaginación de infante pude conocer el mundo, 23 escalones más arriba El Mirador se convirtió en mi mundo y lo había conquistado.

El vigilante.
Los primos y yo acostumbrábamos a corretear por los callejones, por las escaleras, jugando a policías y ladrones, nuestras manos culeteaban al ritmo de los Bam que gritábamos. En la adrenalina del juego, encontré un agujero en una pared y al cruzarlo me encontré en una zona desconocida, comenzaba a temblar, no por los peligros de no saber dónde estaba, sino porque mi mama me puso límites fronterizos y amenazaba con nalguearme si los cruzaba. Aun así permanecí escondido, hasta que un señor de extraña apariencia se me acercó, y la conversación estuvo más o menos así –tu qué haces aquí?-, -Juego a policías y ladrones-,-y tu cuál de los dos eres?-, -ladrón-,-aquí no aceptamos ladrones-, lo dijo al tiempo que levanto su camisa y mostraba lo que parecía ser una pistola, me asuste, y dije –soy policía entonces-, -tampoco los aceptamos-,-y quien cuida a la gente?-,-yo mismo, soy el vigilante, vete a tu casa o se lo digo a tu tío que se quién eres-.