Sueño, sueño del alma...

Day 884, 04:18 Published in Argentina Spain by Rosarino74Lay


Algunos sueñan que sueñan, otros se sueñan a sí mismos. El señor K. soñaba con moscas. Moscas de reflejos vidriados, negras, con matices plateados y verdosos, brillos de diamante en los ojos facetados. El permanecía inmóvil en la nada, todo era blanco y estático, menos las moscas. Sus pies colgaban en el vacío, no había de donde asirse, sólo moscas. Moscas de diversos tamaños, algunas casi invisibles se le adherían a la piel; otras, enormes como cerdos, se inmovilizaban en el aire frente a su rostro, observándolo, probándolo, reprobándolo.
Hasta que el Señor K. despertaba en un caos de asco, repulsión y manotazos al aire en la cama imponente, retorcido por las sábanas.
Decidió consultar con su médico de cabecera, quien le indicó altas dosis de un sedante tan popular como adictivo. Lejos de mejorar, el cuadro empeoró. El Señor K. tomaba sus pastillas, pero temía dormirse. Guerra psicofísica entre el sueño natural reforzado por el ejército de pastillas, contra la voluntad debilitada y el terror a la locura. Y a las moscas, por supuesto. Decidió dejar de dormir, abandonó el sedante de engañoso sabor a menta. Su médico lo derivó a un reconocido psiquiatra, quien le encargó un estudio del sueño. Debía dormir en un cuarto, con la cabeza llena de electrodos húmedos y cables resbalosos. De todos modos no resistió, se sabía vigilado y observado, se permitió al fin caer en el sueño. No pasaron veinte minutos antes de la primera apnea bañada en sudor gélido, chillidos de asco y boxeo de sombra.
El psiquiatra decidió internar por unos días al Señor K., todo en el marco de un silencio absoluto, de acuerdo con su pedido terminante. Experimentó con un hipnótico potente. El paciente respondía al tratamiento; apenas quince minutos pasada la ingesta, los párpados le caían como persianas rotas sobre los ojos enrojecidos. Una vez establecida la dosis adecuada, el Señor K. volvió a casa. Lograba al menos cinco o seis horas de sueño químico antes de los primeros zumbidos. Al menos era una vida tolerable. Retomó sus obligaciones, luego de hacer fumigar a conveniencia el enorme despacho. Lo mismo hizo con su mansión impecable y hasta con su automóvil.
Así el Señor K. prosiguió con su existencia acomodada, rodeado de lacayos engañosos que le aportaban información deformada, tomando las desiciones incorrectas, favoreciendo al grupo de lamebotas que ofrecía mejores retornos, sin siquiera sospechar que millones de moscas, las moscas de sus sueños, se alimentaban día tras día de los jugos repugnantes de su alma muerta y putrefacta.