¿Que cómo me metí en esto?

Day 2,179, 14:13 Published in Spain Cuba by Hummungus

¿Que cómo me metí en esto? Sucedió hace unos meses y más o menos fue así. Una madrugada tuve que ir al aeropuerto a recoger a una familiar que llegaba en un vuelo low cost desde el extranjero. En realidad apenas nos conocíamos, sólo habíamos intercambiado un par de emails tras coincidir en una boda de una prima que ya dábamos por solterona. Nunca me agradaron esa clase de reuniones familiares pero accedí a acudir en representación de mis padres. Pensé que un par de días viendo las caras atónitas de quienes comparten mi apellido me vendrían bien. Mi acento meridional los pilla más bien desprevenidos y puede ser hasta divertido verles disimular que me consideran un bárbaro. En ese tiempo acababa de terminar mi tesis sobre grabados rupestres y estaba preparándome para el momento de defenderla ante el tribunal que decidiría sobre mi doctorado. Al final les vine bien como intérprete imprevisto en un banquete de boda servido por camareros españoles recién llegados al país. Pero esta vez tenía competencia como nota disonante del clan de nórdicos estirados. Mi tío no había podido evitar repartir su semilla por varios puertos del atlántico. Es lo que tiene pelearse con los padres y en los años siguientes no tener más hogar que sucesivas plataformas petrolíferas. Pasaba meses aislado en el Mar del Norte, en el Golfo de Mexico o frente a las costas de Nigeria. Y en el interim entre plataforma y plataforma parece ser que hacía un amago de formar una familia, cada vez con una mujer distinta, mujeres que al poco le mandaban a freír espárragos. El caso es que veintitantos años después se le presenta una joven venezolana en la carnicería que ha montado con los ahorros del petróleo. Ese día le vende dos partes de carne picada de vaca y una parte de carne picada de cerdo, le da la receta familiar de las frikadellen y al par de semanas también su apellido. Quien le iba a decir al melómano de mi tío que una hija suya, del otro lado del atlántico y que hasta entonces no conocía, acabaría tocando no en una orquesta sinfónica cualquiera sino en la de su ciudad del norte de Alemania. Una anécdota más para su extenso repertorio de aventuras. Menos de un año después de ese encuentro tuve que levantar a mi nueva prima del suelo a la puerta de una iglesia. Dios sabe cuan peligroso es interponerse entre un ramo de novia y una caterva de focas desesperadas que han remontado el río Elba. Así fue como la conocí. Mi extraño sentido del humor me había llevado a conjuntar el rostro demacrado por un par años de intenso estudio con una corbata a lo Edgar Alan Poe. Mientras la ayudaba a incorporarse me dijo entre risas “¡Qué feo! Pareces Willy DeVille”, eso fue en un alemán con deje caribeño que jamás había oído y que hasta a mi me pareció gracioso. “Tú debes ser la loca de los gatos” le respondí intentando imitar la cadencia de una alpispa (jovenzuela pelín descarada) resabidilla de mi tierra. La venezolana se puso entonces colorada de la risa por el efecto cómico de ver a un tipo con las malas hechuras de un Buffalo Bill enganchado al pegamento hablando como una vieja marica de las islas. Mientras tanto alrededor de nosotros algunos invitados arios miraban al cielo como si setenta años después fueran a volver los aviones ingleses a tirarles fósforo a los novios. En el banquete nos sentaron en la mesa de los invitados de penúltima categoría hasta que los recién casados y sus padrinos comprobaron que era mejor tenernos cerca. Ya he dicho que los camareros eran casi todos españoles que sabían más bien poco de alemán. Aprovechamos esa situación para charlar en la misma lengua que los camareros pese a que nadie más nos entendía y mientras en la mesa más cercana marido y mujer hablaban sobre lo estupendo que era todo y daban a entender lo felices que iban a ser. Me divierte inventar historias de erudición alocada y como el alcohol me inspiraba y mi prima se dedicaba a la música improvisé para sus oídos esta pieza bien pintoresca: que un discípulo de Álvaro Cunqueiro había leído en algunas partituras de Schubert un código secreto; un código que se traducía en navegaciones bajo las luces del norte, en derroteros bálticos, en portulanos cuajados de tesoros escondidos por antiguos mercaderes de maderas, trigo y ámbar; una clave que los marinos alemanes se habían transmitido desde tiempos de la Liga Hanseática. Pero ese erudito gallego acabó en un psiquiátrico en los años setenta y a día de hoy quien sabe si bajo nuestros pies, en este hotel donde estamos en esta ciudad del martillo, se encuentra uno de esos fabulosos tesoros. Como seguía bebiendo me animé más y le empecé a contar como en septiembre de 1939 el mismo Himmler había encargado a un destacamento de las SS encontrar una novela perdida que de joven Joseph Conrad había escrito sobre la búsqueda del Kraken. El jerarca nazi reunía toda la literatura sobre el Kraken con la esperanza de hacer invencibles a los submarinos del Reich. Pero alguien me interrumpió mientras en el otro hemisferio de mi cerebro ya preparaba otros embustes a partir de Nikola Tesla y el Santo Grial. Era el maitre. Me dijo en español "¿Que horas son estas de llegar? ¡Quítese esa chaqueta y póngase a servir como los demás!" En efecto, me han descubierto. La iglesia donde se habían casado los novios estaba muy cerca del hotel donde se celebraba banquete. Llegaba tarde y tenía tanta prisa que de camino al trabajo pasé andando entre los invitados justo cuando la novia lanzaba el ramo. Entonces ayudé a una hermosa joven en el momento en que varias gruesas alemanas la derribaban para coger el ramo. La chica me confundió con otro invitado, un primo suyo que era medio español como yo pero que había perdido el avión. No me atreví a sacarla de su error. Los distantes y fríos alemanes nos vieron tratarnos con tal complicidad que pensaron que éramos pareja. Y fue así como nadie preguntó por mi cuando me senté en el banquete como un invitado más. Hasta que vino el maitre, un andaluz con muy mala hostia, y me reconoció y me puso a trabajar. Hasta entonces les he contado esta historia desde el punto de vista de quien ella pensó que era yo. Pero algo si es cierto. Que me metí en esto meses después cuando la recogí en el aeropuerto. Durante una semana le enseñé la isla y lo hicimos como conejos. Al final ella me pasó su referrer en esta basura y un dulce recuerdo entre pierna y pierna que es lo que explica mi avatar. A veces me pone cam y me dice ¡Eh mira! Aquí está uno de esos tesoros de un lied de Schubert.





Nota: durante más de un día el título ha tenido demasiadas tildes. Ya está corregido. Lo siento mucho, no volverá a suceder.









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